(181) Fueron también a ver el templo de
Pachacama. Como muestra de su riqueza, dice Cieza que un ‘espabilado’, el
piloto Quintero, le pidió permiso a Pizarro para quedarse con unos clavos que
había en la pared; “se lo dio como cosa de burla, y logró harta cantidad de oro
con ellos porque eran rollizos y largos”.
El pago a Alvarado de la cantidad acordada
se hizo rápidamente porque se había preparado con tiempo: “Antes de que
llegasen Almagro y Alvarado había enviado don Francisco Pizarro a Hernando de
Soto al Cuzco, mandándole que recogiese dinero para pagarle a Alvarado ciento
veinte mil castellanos, aunque para ello fuese menester tomar lo que hubiese de
los difuntos, y se le pagó dándole también muchas joyas y piedras de gran valor”.
Los bienes de los difuntos eran algo casi sagrado que controlaban
escrupulosamente los funcionarios del rey para entregárselo a sus herederos. En
este caso, si llegaron a utilizarse, con toda seguridad fueron repuestos
después. Alvarado se pone en marcha y es una pena que Cieza no mencione nombres
en lo que dice a continuación: “De los conquistadores que estaban con Pizarro,
como algunos se hallaban muy ricos y viesen buena oportunidad para salir del
reino, pidiendo licencia al Gobernador, se fueron con Alvarado a la costa, y
embarcándose, salieron del Perú”. No sabemos de quiénes se trataba, pero hay
dos cosas ciertas: supieron retirarse a tiempo y, disciplinadamente, tuvieron
que contar con el permiso previo de Pizarro, lo que demuestra que estaban sujetos
a una férrea estructura militar. El cronista Pedro Pizarro da importancia a las
fiestas con que se celebró la llegada de Almagro y Alvarado, así como al asunto
económico: “Se hicieron grandes regocijos y juegos de cañas. Cuando don Pedro
de Alvarado hubo descansado algunos días y después de recibir sus dineros,
aunque Almagro le había ganado casi la mitad de ellos (se supone que apostando), se embarcó y volvió a Guatemala, dejando
a toda su gente en la tierra, y el Marqués se pasó a Lima y fundó la Ciudad de
los Reyes”.
Cieza añade otro detalle sobre la
fundación de la ciudad de los Reyes: “A Pizarro y sus compañeros les pareció
que el valle de Lima, donde había uno de los mejores puertos de la costa, era
un buen lugar para fundar la ciudad que estaba en Jauja. Y Mandó Pizarro a Juan
Tello que repartiese los solares según se había señalado. Dicen que este Juan
Tello decía que esta tierra había de ser otra Italia, y en el trato, segunda
Venecia, porque tanta cantidad de oro y plata había”.
Y, al fin, solos. Les llegó el momento a
Pizarro y Almagro de tratar sus cuitas cara a cara: “Pizarro se volvió a
Pachacama, donde tuvieron tiempo él y Almagro de hablar de cosas privadas y
pertenecientes a sus haciendas y hermandad; y, deseando tener la misma
conformidad, tornaron a hacer nueva sociedad con grandes firmezas y juramentos.
Después de que esto pasó, estando los dos en toda paz y amor porque Dios no
había empezado a hacer el castigo en ellos, le dijo Pizarro a Almagro que se
fuese al Cuzco para que se ocupase en lo que le pareciese conveniente en la
ciudad o para descubrir más tierras en la parte del sur, o que enviase a la
persona que él señalase, gastando a costa de entrambos lo que tuviese por
bien”. Las intenciones de los dos socios eran muy buenas, pero el cáncer
interno iba a resultar incurable. Ese cáncer que Cieza siempre considera un
castigo divino, sobre todo por la ambición, la codicia y el mal trato a los
nativos, aunque nunca deje de admirar la heroicidad de aquellos hombres y de
reconocerles grandes valores.
(Imagen) En el escudo de España no podía
faltar una alusión a las Indias y a la asombrosa determinación de quienes las
descubrieron y las conquistaron: PLUS ULTRA (Carlos V tuvo la feliz idea).
Confiaron en que había algo ‘más allá’ del inmenso Atlántico, y lo encontraron.
Llegaron a las nuevas tierras y se pusieron en marcha, siempre con el mismo
lema: PLUS ULTRA. Lo descubrieron TODO, y lo llenaron de poblaciones. Pizarro
fundó la Ciudad de los Reyes (por los Reyes Magos) el día 18 de enero de 1535.
Pronto se la denominó Lima, un nombre derivado del río que la atraviesa, el
Rímac. Cieza, que todo lo anotaba, llegó a la ciudad en 1550, y nos dejó un
recuerdo de lo que vio: “Esta ciudad, después de la del Cuzco, es la mayor y la
principal de todo el reino del Perú, y en ella hay muy buenas casas, algunas
muy galanas. Está asentada en ella la Corte y la Chancillería Real, por lo cual
y porque la contratación de todo el reino se hace en ella, hay siempre mucha
gente y grandes y ricas tiendas de mercaderes. Muchas veces salen navíos del
puerto de esta ciudad que llevan hasta un millón de ducados cada uno. Y si ha
de ser para servicio de Dios, yo le ruego que siempre lo lleve en crecimiento.
Por encima de la ciudad, hay un cerro muy alto, donde está puesta una cruz (el cerro de San Cristóbal, que hoy es una
gran zona de chabolismo)”. Aquellos españoles eran unos benditos maniáticos
de las fundaciones, y casi siempre las establecieron con ojo clínico.
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