(173) Cieza nos cuenta lo que hizo Diego
de Alvarado al apresar a los hombres de Almagro: “Les habló con mucha crianza,
supo por ellos que Almagro estaba en Riobamba, y mandó a Juan de Rada que con
toda prisa fuese a decir esas cosas al Adelantado Alvarado, el cual, cuando lo
supo, dejando el cerco que tenía contra Zopezopagua, dio la vuelta para
encontrarse con Diego de Alvarado. Y cuando vio a los mensajeros, les habló muy
bien, diciéndoles que él no venía a que hubiese escándalos ni guerra, sino a
descubrir nuevas tierras donde el emperador fuera servido. A lo que
respondieron los de Almagro que no esperaban otra cosa, especialmente sabiendo
él que aquella tierra estaba dentro de los límites de don Francisco Pizarro. Dioles
el Adelantado algunos presentes y joyas de lo que pudo salvar de las nieves.
Almagro supo pronto, por los indios que habían ido con ellos, que los
corredores habían sido apresados por Diego de Alvarado, y lo sintió mucho, recibiendo
gran turbación, mas pronto se repuso. Don Pedro de Alvarado, después de haber
obtenido información suficiente de los corredores, les dio licencia para que
volviesen con cartas muy graciosas (amables)
para Almagro diciendo que, teniendo permiso del emperador para descubrir nuevas
tierras, estaba determinado a hacerlo en lo que cayese fuera de los límites de
la gobernación de don Francisco Pizarro, sin tener intención de hacerle enojo.
Pasadas estas cosas, Almagro determinó fundar una ciudad en Riobamba”. Fue la
primera ciudad española en territorio ecuatoriano, y poco después Belalcázar la
trasladó a Quito, volviendo a constituirla.
Almagro
hizo la fundación en nombre del emperador, con el protocolo habitual y las
actas correspondientes, nombrando alcaldes y regidores. De inmediato redactó
una carta para Pedro de Alvarado, con los sutiles rodeos de la diplomacia
cuando se ven nubarrones en el horizonte: “Le daba la enhorabuena al Adelantado
por su venida y le decía que tenía creído que, habiendo servido siempre al emperador,
no haría otra cosa que lo que le había escrito, pues le constaba que don
Francisco Pizarro, su compañero, era gobernador de la mayor parte del reino, y
por días aguardaba él (Almagro) que
el rey le enviase provisión de gobernador de lo de adelante”. Almagro no solo
le está advirtiendo de la amplitud del terreno que tenía concedido Pizarro,
sino que, por si lo desconocía, le dice además que a él le van a conceder el
resto de lo disponible. Y no era un farol, puesto que, como veremos, pronto
llegó Hernando Pizarro de España con esa licencia para Almagro, en la que se le
nombraba gobernador de la zona del sur, la de Chile.
La
tensión iría en aumento. Almagro encargó de llevar la carta y hacer de
tanteadores de la situación a tres hombres de su confianza: el capitán Ruy
Díaz, Diego de Agüero y el padre Bartolomé de Segovia. Lo que son la cosas: Ruy
Díaz, siempre fiel a Almagro, murió en 1538 luchando a su lado contra los
Pizarro, mientras que, después, Diego de Agüero, en 1541, fue corriendo a salvar a Francisco Pizarro cuando fueron a
asesinarlo los almagristas, pero lo encontró ya muerto, y se libró por los
pelos de que lo mataran también a él, aunque murió pronto, en 1544. El padre
Bartolomé de Segovia, incondicional partidario de Almagro, medió a su favor en
los conflictos con los Pizarro y lo acompañó luego en su campaña de Chile.
(Imagen) JUAN DE RADA era alguien que podía haber pasado a la Historia
gloriosamente. Su vida fue épica, pero su falta de visión, o quizá una
malentendida fidelidad, lo ha dejado abandonado en el trastero de las cosas
averiadas. Nació hacia 1487 en Obanos (Navarra), el único lugar en que lo
recuerdan con (justo) orgullo: una calle lleva su nombre. Ese jinete que se nos
aparece ahora en la humilde misión de llevar un mensaje, era un veteranísimo soldado
de enorme valía. Después de pelear en Cuba, vivió íntegramente la heroica conquista
de México y los horrores de las campañas de Honduras y Guatemala. Acaba de
llegar a Perú con Pedro de Alvarado. Nadie como él nos va a mostrar el foso de
odio que separó a almagristas (casi todos antiguos soldados de Alvarado) y
pizarristas. Muchos chaquetearon, pero él siempre se mantuvo en el primer
bando. Es más: cuando Almagro fue ejecutado después de que los dos volvieran de
la fracasada campaña de Chile, Rada tomó el testigo, protegió a su huérfano,
Diego de Almagro el Mozo, y lo puso al
frente de una rebelión que acabó con la vida de Francisco Pizarro. Unos
confabulados se presentaron en su casa para matarlo, y el que le dio la estocada
decisiva al luchador Pizarro en la garganta fue Juan de Rada, cuyo destino
habría sido, sin duda, la muerte por rebeldía contra la Corona, pero falleció
de una prosaica enfermedad tres años después.
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