(192) Enseguida veremos cómo todo se va a
recomponer (de momento) con un nuevo compromiso de buenas intenciones entre
Pizarro y Almagro, que se redactará con un pomposo dramatismo: “Tello de Guzmán
había traído la provisión de la Cancillería Real (con las concesiones hechas por el
rey a Almagro y a Pizarro), y cuando supo lo que había pasado en el Cuzco,
llegó con la intención de requerir al Gobernador y al Mariscal que no hubiese
ningún escándalo, y así lo hizo. El licenciado Caldera, que siempre dio buenos
consejos, habló en secreto con Pizarro diciéndole que se pusiese de acuerdo con
Almagro, puesto que veía que estaba bien dispuesto y que los caballeros que
vinieron con Alvarado estaban de su parte. Pizarro reconoció que le daba buen
consejo y determinó seguirlo. Había nombrado su Teniente General y Justicia a
este licenciado Caldera, el cual habló también a Almagro en parecidos términos,
de tal manera que, interviniendo en ello él y el doctor Loaysa, los conformaron
e hicieron amistad entre todos, y quedaron en lo público muy amigos, y en lo
secreto, como Dios sabe”. Duda, pues, Cieza de que todo fuera tan bonito como
parecía, y además deja entrever que el problema no era solo de Pizarro y
Almagro, sino también de los dos bandos que se iban formando, el de los
veteranos y el de los recién venidos.
Para legalizar sus compromisos de paz,
Pizarro y Almagro suscribieron un documento verdaderamente impresionante por su
grandilocuencia y su dramatismo homérico, que Cieza copia al pie de la letra:
“Les pareció a Pizarro y Almagro, que, pues se habían puesto de acuerdo
nuevamente, sería bueno partir la hostia sagrada, cuerpo de Dios, entre los
dos, y hacer juramento, ante un sacerdote revestido, de que no quebrantarían
jamás la paz acordada. Y así como lo determinaron, se puso por obra”.
Es curioso que Cieza, antes de copiar el
texto (que lamentablemente tendré que resumir), haga un comentario tan duro
sobre lo mal que acabaron luego las cosas, mostrándole al lector que, si se
emplaza a Dios para que castigue un juramento no cumplido, la cólera divina cae
sobre el infractor. Veámoslo, pues: “Y porque es caso notable este juramento y que Dios lo cumplió
así como lo pidieron, con gran daño y destrucción de los que lo juraron, lo
pondré aquí a la letra y sacado del original:
Nos
don Francisco Pizarro, Adelantado y Capitán General de Su Majestad en estos
reinos de la Nueva Castilla, y don Diego de Almagro, asimismo Gobernador por su
Majestad, en la provincia de la NuevaToledo, decimos que, porque mediante la
íntima amistad y compañía que entre nosotros
con tanto amor ha permanecido, queriéndolo Dios, le hemos hecho tantos
servicios en la conquista de estas provincias, atrayendo a la conversión y
conocimiento de nuestra santa fe católica a tanta muchedumbre de infieles, y
confiando su Sacra Majestad en que, durante nuestra amistad y compañía, su real
patrimonio sea acrecentado, y por las dichas mercedes que de su real
liberalidad hemos recibido, resulta nuestra obligación que se gasten y consuman
perpetuamente nuestras vidas y patrimonios en su real servicio.
(Imagen) Vemos hoy que Antonio Téllez de
Guzmán, funcionario de la Cancillería Real, llega con el auténtico documento
que fijaba la extensión de las respectivas gobernaciones de Pizarro y Almagro.
Téllez (o Tello) y otros hombres sensatos los convencen para que juren amistad
eterna. Y lo van a hacer con una fórmula de gran aparatosidad (como veremos
mañana). Si firmaron fue porque los límites de cada gobernación les parecieron
claros, y sin embargo todo se iba a desbaratar después cuando los dos
pretendieron para sí la posesión del Cuzco. ANTONIO TÉLLEZ DE GUZMÁN era, sin
duda, un hombre sensato, pero hay un documento que lo muestra en situación poco airosa. Aunque la
política era entonces muchísimo más corrupta que ahora, también estaba sometida
a controles, y parece ser que al funcionario Téllez lo pillaron en algún
chanchullo de tráfico de influencias con Pizarro y Almagro. El texto de la
imagen es parte de una orden que expide el emperador para informar sobre una
causa que le abrió a Téllez el fiscal general del reino: “Se trató ante Nos en
el nuestro Consejo Real de las Indias entre partes, de la una, el licenciado
Villalobos, nuestro Fiscal, e de la otra, Antonio Téllez de Guzmán, sobre
cierta cantidad de oro e plata que el dicho
nuestro Fiscal dijo que le habían dado el Adelantado don Francisco
Pizarro, nuestro Gobernador de la provincia del Perú, y el Mariscal Diego de
Almagro, sin poderlo recibir”. Es de suponer que la corrupción, aunque irá
decreciendo, estará siempre entre nosotros.
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