(185) En ese tiempo, Pizarro, sin haber llegado
todavía su hermano Hernando, se dispuso a fundar (como acabamos de ver) la
población a la que dio el nombre de su lugar natal, Trujillo. El cronista Inca
Garcilaso de la Vega lo comenta de pasada: “En el valle de Chimo, a ochenta
leguas al norte de la Ciudad de los Reyes y en la misma costa, fundó una ciudad
llamada Trujillo, a la que dio el nombre de su patria para que quedase alguna
memoria de él. Dioles repartimientos de indios a los primeros conquistadores en
pago de los trabajos que en ganar aquel imperio pasaron. Lo mismo hizo en la
Ciudad de los Reyes, con mucho aplauso y común regocijo de todos, porque les
parecía que la tierra se iba sosegando y poblando, y que empezaban a gratificar
a los primeros según los méritos de cada uno, y que así se haría con todos”.
Parece ser, pues, que se vio sensatamente justo que fueran premiados en primer
lugar los veteranos y que había una gran confianza en que iba a haber para
todos. El siguiente párrafo de Garcilaso es un gran elogio a Pizarro: “En esta
ocupación tan buena, como fueron todas las que este famosísimo caballero tuvo
en todo el discurso de vida, lo dejaremos ahora, para decir otras cosas que en
el mismo tiempo pasaron entre los indios (y
que luego veremos)”.
Pero fue entonces cuando, poco a poco,
empezaron a enconarse los ánimos de forma cada vez más preocupante entre los
Pizarro y Almagro por ciertas imprecisiones en algunas noticias traídas de
España. Sigamos a Cieza: “Llegado, pues, al valle de Chimo, Pizarro hizo la
fundación de la ciudad, a la que llamaron Trujillo, y estando entendiendo en
esto, vino un mancebo a quien llamaban Cazalla publicando que Almagro era
gobernador de Chincha para adelante, y que tenía provisiones de ello, sin traer
más que un traslado simple, y carente de la fe de un escribano, de la capitulación del emperador con Hernando
Pizarro”. De manera que las noticias de Cazalla cojeaban porque, como ya nos dijo Cieza, el emperador le amplió a
Pizarro otras setenta leguas más allá de Chincha. Estas confusiones y la
tardanza en aclararlas, van a producir el primer conflicto verdaderamente grave
entre Pizarro y Almagro. Para estropear más las cosas, un joven soldado, Diego
de Agüero, va a chismorrear la noticia, que ya alborotó bastante a los que
estaban con Pizarro: “Se alteraron los que oyeron estas noticias, los unos de
placer, los otros de pesar, y sin más ver ni entender, Diego de Agüero partió a
grandes jornadas a dárselas a Almagro, esperando albricias ricas (premio) por llevárselas (no deja de ser extraño que Agüero se
marchara sin permiso). Cuando llegó, se lo contó con mucha alegría,
congratulándose de que fuera Adelantado y Capitán General de lo más rico de
Perú. Almagro se lo agradeció y dijo que se alegraba de que nadie entrase en la
tierra que él y su compañero con tantos trabajos habían ganado, y de que sería
tan gobernador o más que Pizarro. Afirman que con toda esta maquinación, le
valieron las albricias a Agüero más de siete mil castellanos”.
(Imagen) Se diría que, en general, PIZARRO
era un hombre tolerante. No consta que le castigara a DIEGO DE AGÜERO a pesar
de la ‘jugada’ que le hizo: con el fin de que Almagro le recompensara, se largó
sin autorización y al galope para darle la noticia (todavía confusa) de que el
rey le había concedido una gobernación. Logró el premio, pero causó un
precipitado revuelo entre pizarristas y almagristas. Quizá le excusara su
juventud (tenía poco más de veinte años), su buena hoja de servicios y haber nacido
en Deleitosa (Cáceres), a un paso de Trujillo. Además, lo había reclutado
Pizarro en España el año 1529. Vivió en primera línea el heroico drama de la
captura de Atahualpa, Pizarro le concedió una buena encomienda de indios, y
hasta había sido designado en 1535 regidor de Lima. A galope tendido (que era
lo suyo) volvió desde su encomienda a la
ciudad para avisar de un ataque de los indios y se portó bravamente para
repelerlos. Cuando asesinaron a Pizarro, fue presuroso a defenderlo, pero llegó
tarde, lo apresaron y estuvo a punto de ser degollado. Murió en 1544, con solo 33 años. No le habría
hecho ninguna gracia saber que cuatrocientos años después, en 1950, iba a
aparecer por su pueblo, Deleitosa, un fotógrafo
norteamericano llamado Eugene Smith, y a realizar unas magníficas, pero
teatrales, imágenes que dieron rápidamente la vuelta al mundo exagerando lo más
negro de la posguerra española. El muerto de la foto sería real, pero la escena
está montada al milímetro como una composición tétrica.
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