(190) Tras encontrarse por el camino con
Moscoso, Pizarro se alegró de que le dijera que Enamorado había cargado mucho
las tintas. Le llegó otro retorcido comentario, pero se dio cuenta de que había intereses en culpar a Almagro y “supo
que se trataba de industrias de alborotadores que deseaban ver enemistados a
los dos compañeros para acrecentar sus repartimientos”. Pizarro, ya más
tranquilo, siguió su camino, y aún tuvo
otra advertencia: “Halló a dos criados suyos llamados Alonso de Mesa y Pedro
Pizarro (casi seguro que se trata del
cronista que tan a favor de él se mostró en su texto), y le dijeron que, si
era necesario, estaban dispuestos a ratificar lo que habían escrito sobre lo
que Almagro había hecho en el Cuzco. Pizarro no hizo caso de más dichos y
continuó su marcha hasta llegar a la ciudad. Se fue a apear en la iglesia para
hacer oración. Almagro supo de su entrada. Fue adonde se había apeado y se
abrazaron el uno y el otro, derramando hartas lágrimas”.
Aunque pueda resultar repetitivo, creo que
merece la pena volver un poco atrás y ver cómo nos cuenta de forma resumida
Inca Garcilaso de la Vega este proceso tan dramático que llevó a los celos y
recelos entre Almagro y Pizarro: “La discordia se metió a hacer grandes males
entre los españoles si pudiera, si la paz y la amistad no lo estorbaran.
Tuvieron nuevas en el Perú de la llegada de Hernando Pizarro a España y de lo
bien que con Su Majestad negoció, alcanzando para su hermano, el gobernador, el
título de de Marqués de la provincia de los Atabalillos, con sus rentas y
tributos. Y por haber tenido ese nombramiento, lo llamaremos Marqués de aquí
adelante en esta historia (todos los
títulos, incluso el de ‘Don’ se adjuntaban siempre al mencionar el nombre).
Además de esta merced, se le concedió que los límites de su gobernación se
prorrogasen ciertas leguas (Garcilaso
está siguiendo al cronista Zárate, que no las precisa, y se diría que no
conocía el texto de Cieza, quien ya nos indicó que la ampliación era de setenta
leguas). Y para sí alcanzó Hernando Pizarro un hábito de la Orden de
Santiago y otras mercedes. Se dijo también que a don Diego de Almagro le hacía
merced del título de Mariscal de Perú y de una gobernación de cien leguas (se equivoca: eran doscientas) hacia el
sur, más allá de la gobernación del Marqués. Todas estas nuevas las tuvo don
Diego de Almagro en el Cuzco (las recibió
en una carta), donde estaba con el Príncipe Manco Inca (Garcilaso, que era pariente suyo, emplea la
palabra española príncipe para que se entienda mejor la importancia del
personaje), y con los hermanos del Marqués, Juan y Gonzalo Pizarro. El cual, sin aguardar la provisión auténtica
de Su Majestad -porque el gobernar y mandar es tan deseado de los ambiciosos-,
no pudo contenerse y de inmediato comenzó a llamarse de inmediato gobernador. Y
porque le parecía que la gobernación del Marqués no llegaba hasta el Cuzco,
sino que aquella ciudad entraba en su propia gobernación, dio indios de
repartimiento (a los de su bando)
como si ya tuviera la provisión de su Majestad. Todo lo cual hizo aconsejado e
incitado de muchos españoles, ministros de la discordia, que no faltaron; le
dijeron que así convenía y favorecieron su bando, declarándose a favor de él”.
Es dramático ver cómo iba aumentando la tensión entre Almagro y Pizarro,
arruinando sus muchos años de heroica y eficaz colaboración.
(Imagen) PEDRO CIEZA DE LEÓN nació en
Llerena (Badajoz) en 1520. Era descendiente de judíos convertidos quizá hacia
1492, al ser expulsados los que continuaron en su fe: de 600 familias, se
quedaron 125. Algunos fueron judaizantes (incluso había en Llerena un tribunal
de la Inquisición), pero otros vivieron como modélicos católicos, y así ocurrió
con la familia de Pedro (tuvo un hermano sacerdote). Impresiona saber lo joven
que partió hacia las Indias (dicho por él mismo): “Salí de España de tan tierna
edad que casi no tenía enteros 13 años”. Lo que demuestra que tenía un
instinto nato de gran escritor, luego enriquecido con experiencias militares y
filosóficas reflexiones que le llevaban a compadecerse de los indios, aunque
aceptó sin remordimiento tenerlos a su servicio en una extensa encomienda. Nos
dice: “He gastado en Las Indias más de 17 años, muchos de ellos en conquistas y
descubrimientos”. Criticó también los abusos de los españoles con las nativas,
pero el tema del sexo sumía a aquellos hombres en la contradicción. La
sexualidad a salto de mata resultaba cosa corriente y ni siquiera los
religiosos tocaban el tema, aunque hubo excepciones de predicadores
apocalípticos. Todo indica que era aceptada la relación estable con una
indígena sin matrimonio previo, pero solamente en el caso de que estuviera
bautizada. Es decir: lo que sería ‘pecado’ con una española, no lo era con una
nativa. El mismo Bernal Díaz del Castillo tuvo una compañera azteca que le
regaló Moctezuma. Y el hecho de que él mismo lo contara con toda naturalidad
confirma lo dicho. La intensa vida de PEDRO CIEZA DE LEÓN acabó en España en
1554, con solo 34 años, que dieron para mucho, aunque solo fuera por la genial
obra que nos regaló.
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