(186) La incertidumbre llenaba obsesivamente de
temores o esperanzas a los dos bandos, y la actitud de Cazalla, el que abrió la
caja de Pandora, no era nada clara: “Antonio Picado, el licenciado Caldera y
otros le aconsejaban a Pizarro que le mandase a Cazalla que mostrara las
provisiones que decía tener, porque si era cierto que Almagro gobernaba de
Chincha para adelante, sería mejor dárselo todo que no quedarse con lo más
corto y ruin (además, la joya de la corona era el Cuzco). Oídas estas cosas,
Pizarro mandó a Cazalla que mostrase las provisiones. Mostró lo que traía, y no
era más que el traslado simple (resumido
y sin certificar) de la capitulación. Pizarro se lo devolvió sin hacer caso
de ello”. Vemos que el curtido Pizarro, acostumbrado a estar frente al todo o
nada, la vida o la muerte, se despreocupó del asunto, dejándolo al margen hasta
que se aclarara la situación.
Sin embargo Cieza nos muestra cómo
quedaban activas las brasas de futuros incendios catastróficos: “Pero Cazalla,
a quien envió el demonio para comenzar a encender el fuego tan cruel que después
hubo, partió de allí diciendo que no había querido mostrar a Pizarro por entero
todo lo que traía, y así se lo escribió al Cuzco a don Diego de Almagro; el
cual, al saberlo, se hinchó de viento en tal manera que, como sus poderes de
gobernador eran suficientes para gobernar la ciudad del Cuzco, no quiso usar
las provisiones que llevaba, pareciéndole que era rebajarse a un cargo inferior
en tierra donde se tenía ya por superior, y aguardaba con impaciencia la
llegada de las provisiones del emperador para tener más mando siendo gobernador
de Chincha en adelante. Sus amigos, que eran tantos y tan principales,
henchíanle las orejas de viento. Tenían ya en tan poco a Pizarro que aun los
manglares les parecían mucho para su gobierno. Procuraban ganar la gracia de
Almagro por todas las vías, y desde ahora hubo en el Perú dos parcialidades:
una, que se unía a los Pizarros, y otra, a los Almagros”. Vaya panorama.
Cieza considera que Almagro quedó
envenenado con aquellos ‘consejeros’ (tampoco se olvida de que Pizarro tenía
los suyos): “Aquello fue la raíz de todos los males que el demonio procuró
plantar en Almagro, permitiéndolo Dios por los grandes pecados de los hombres.
Los que eran amigos de don Francisco Pizarro le decían que debía suspender el
poder tan amplio que le había dado a don Diego de Almagro, pues si se hallaba
al mando en el Cuzco y le llegaban las provisiones del rey, aunque no fueran
muy poderosas (como pretendía Cazalla),
se quedaría con la posesión de lo mejor y más importante de Perú, habiéndolo él
(Pizarro) ganado con tantas fatigas y
riesgos de su vida. Y habiendo, como había, entre Pizarro y Almagro tanta
amistad y hermandad de muchos años (eran
unos veinte, desde los tiempos de Pedrarias Dávila), el interés lo partió y
la codicia cegó sus entendimientos; y todo ello no ocurriera si no hubieran
dado en tan rica tierra, como dieron los dos, sabiendo tan poco que no conocían
las letras del abecedario; después no hubo más que envidias, cautelas y modos
injustos”. La referencia de Cieza al analfabetismo de los dos resulta demasiado
despectiva. Por muy letrados que fueran, la historia habría acabado igual. Se
trataba de un asunto de pasiones.
(Imagen) Cieza no da más detalles de
Cazalla, el imprudente ‘mancebo’ que provocó un revuelo con noticias confusas
sobre los límites de la gobernación que se le concedió a Almagro. Tampoco he podido
concretar quién era el personaje. Pero bien podría tratarse de SEBASTIÁN DE
CAZALLA; tenía una edad parecida a la suya y eran primos (la madre de Cieza se
llamaba Isabel de Cazalla). Hasta es posible que Cieza no dijese nada más sobre
él precisamente por eso. El apellido provenía de Cazalla de la Sierra
(Sevilla), donde había nacido uno de los “trece de la fama” heroicamente fieles
a Pizarro, aquel Pedro Halcón al que lo trastornó la pasión no correspondida
por una cacica. En cualquier caso, este Sebastián nos revela algo importante.
Hernando Pizarro, durante el larguísimo tiempo que estuvo preso en España,
siguió enriqueciendo su enorme patrimonio con rentas del Perú. Sorprendentemente,
lo que más beneficios le daba eran los impuestos sobre la coca, pero el
monasterio sevillano de Santiago de la Espada pleiteó contra él porque le
correspondían esos diezmos. Y le ganó. El representante del monasterio en el Cuzco era Sebastián
de Cazalla, y otro avecindado, Pedro Mejía, mayordomo de Hernando Pizarro, tuvo
que devolverle todo el dinero recibido sin derecho. Sebastián aparece también
en un comentario de Inca Garcilaso de la Vega, porque el ilustre cronista vivió
en el Cuzco junto a su casa cuando era niño: “En el barrio llamado Pucamarca estaban
las casas de Antonio Altamirano, uno de los primeros conquistadores, Francisco
de Frías y Sebastián de Cazalla”.
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