sábado, 20 de enero de 2018

(Día 596) Pizarro deja de lado las noticias sobre la gobernación de Almagro porque le parecen insuficientes. Pero Cazalla le escribe a Almagro diciendo que tiene pruebas que Pizarro no ha visto. Almagro y sus hombres se entusiasmaron. Cieza subraya que ese fue el momento en que empezó a rodar el alud de odios que llevó a la tragedia final.

     (186) La incertidumbre llenaba obsesivamente de temores o esperanzas a los dos bandos, y la actitud de Cazalla, el que abrió la caja de Pandora, no era nada clara: “Antonio Picado, el licenciado Caldera y otros le aconsejaban a Pizarro que le mandase a Cazalla que mostrara las provisiones que decía tener, porque si era cierto que Almagro gobernaba de Chincha para adelante, sería mejor dárselo todo que no quedarse con lo más corto y ruin  (además, la joya de la corona era el Cuzco). Oídas estas cosas, Pizarro mandó a Cazalla que mostrase las provisiones. Mostró lo que traía, y no era más que el traslado simple (resumido y sin certificar) de la capitulación. Pizarro se lo devolvió sin hacer caso de ello”. Vemos que el curtido Pizarro, acostumbrado a estar frente al todo o nada, la vida o la muerte, se despreocupó del asunto, dejándolo al margen hasta que se aclarara la situación.
     Sin embargo Cieza nos muestra cómo quedaban activas las brasas de futuros incendios catastróficos: “Pero Cazalla, a quien envió el demonio para comenzar a encender el fuego tan cruel que después hubo, partió de allí diciendo que no había querido mostrar a Pizarro por entero todo lo que traía, y así se lo escribió al Cuzco a don Diego de Almagro; el cual, al saberlo, se hinchó de viento en tal manera que, como sus poderes de gobernador eran suficientes para gobernar la ciudad del Cuzco, no quiso usar las provisiones que llevaba, pareciéndole que era rebajarse a un cargo inferior en tierra donde se tenía ya por superior, y aguardaba con impaciencia la llegada de las provisiones del emperador para tener más mando siendo gobernador de Chincha en adelante. Sus amigos, que eran tantos y tan principales, henchíanle las orejas de viento. Tenían ya en tan poco a Pizarro que aun los manglares les parecían mucho para su gobierno. Procuraban ganar la gracia de Almagro por todas las vías, y desde ahora hubo en el Perú dos parcialidades: una, que se unía a los Pizarros, y otra, a los Almagros”. Vaya panorama.
     Cieza considera que Almagro quedó envenenado con aquellos ‘consejeros’ (tampoco se olvida de que Pizarro tenía los suyos): “Aquello fue la raíz de todos los males que el demonio procuró plantar en Almagro, permitiéndolo Dios por los grandes pecados de los hombres. Los que eran amigos de don Francisco Pizarro le decían que debía suspender el poder tan amplio que le había dado a don Diego de Almagro, pues si se hallaba al mando en el Cuzco y le llegaban las provisiones del rey, aunque no fueran muy poderosas (como pretendía Cazalla), se quedaría con la posesión de lo mejor y más importante de Perú, habiéndolo él (Pizarro) ganado con tantas fatigas y riesgos de su vida. Y habiendo, como había, entre Pizarro y Almagro tanta amistad y hermandad de muchos años (eran unos veinte, desde los tiempos de Pedrarias Dávila), el interés lo partió y la codicia cegó sus entendimientos; y todo ello no ocurriera si no hubieran dado en tan rica tierra, como dieron los dos, sabiendo tan poco que no conocían las letras del abecedario; después no hubo más que envidias, cautelas y modos injustos”. La referencia de Cieza al analfabetismo de los dos resulta demasiado despectiva. Por muy letrados que fueran, la historia habría acabado igual. Se trataba de un asunto de pasiones.


     (Imagen) Cieza no da más detalles de Cazalla, el imprudente ‘mancebo’ que provocó un revuelo con noticias confusas sobre los límites de la gobernación que se le concedió a Almagro. Tampoco he podido concretar quién era el personaje. Pero bien podría tratarse de SEBASTIÁN DE CAZALLA; tenía una edad parecida a la suya y eran primos (la madre de Cieza se llamaba Isabel de Cazalla). Hasta es posible que Cieza no dijese nada más sobre él precisamente por eso. El apellido provenía de Cazalla de la Sierra (Sevilla), donde había nacido uno de los “trece de la fama” heroicamente fieles a Pizarro, aquel Pedro Halcón al que lo trastornó la pasión no correspondida por una cacica. En cualquier caso, este Sebastián nos revela algo importante. Hernando Pizarro, durante el larguísimo tiempo que estuvo preso en España, siguió enriqueciendo su enorme patrimonio con rentas del Perú. Sorprendentemente, lo que más beneficios le daba eran los impuestos sobre la coca, pero el monasterio sevillano de Santiago de la Espada pleiteó contra él porque le correspondían esos diezmos. Y le ganó. El  representante del monasterio en el Cuzco era Sebastián de Cazalla, y otro avecindado, Pedro Mejía, mayordomo de Hernando Pizarro, tuvo que devolverle todo el dinero recibido sin derecho. Sebastián aparece también en un comentario de Inca Garcilaso de la Vega, porque el ilustre cronista vivió en el Cuzco junto a su casa cuando era niño: “En el barrio llamado Pucamarca estaban las casas de Antonio Altamirano, uno de los primeros conquistadores, Francisco de Frías y Sebastián de Cazalla”.


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