(65) Se equivoca Pedro Pizarro al decir que
Almagro esperaba la gobernación conjunta, por estar así convenido; el acuerdo
había sido conseguirle la gobernación a Pizarro y el adelantamiento a Almagro,
de forma que era aún más ofensivo que tuviera que renunciar incluso a ese
título menor. Todo parece indicar que, a pesar de que ya se conocía en Panamá
lo ocurrido, Almagro se aferraba a la esperanza de que la información estuviera
equivocada (quizá por no creerle a Pizarro tan desleal). Así que la decepción
tuvo que ser enorme y lo de ‘amohinarse’ se quedaría corto para expresar su
rabia.
Lo cierto es que el encuentro entre
Almagro y los Pizarro fue traumático. Pedro Pizarro se ensaña con la actitud airada
de Almagro, a quien incluso le echa la culpa de un conflicto que tuvo con
Hernando Pizarro en el que los dos se insultaron gravemente, pero acierta al
decir que aquello fue el preludio de los gravísimos enfrentamientos que hubo
después en Perú: “He querido dar cuenta de esto para que se entienda el origen
de donde salieron las pasiones y rencores entre Pizarro y Almagro, de donde han
resultado en esta tierra tantas batallas, muertes de hombres y desventuras”.
Cieza dice que, cuando se vieron, “Pizarro y Almagro se hablaron bien en lo
público, y asimismo sus hermanos con él, pero después se supo, que estando
a solas, Diego de Almagro se quejó de su
compañero por no haberle traído lo que juró y prometió pedirle al rey”. Pizarro
le dio su versión y, dejando de insistir Almagro en lo que ya no tenía remedio,
se calmaron los ánimos. Cieza deja claro que, desde un principio, Almagro y
Hernando Pizarro se cayeron mal, y, amigo de la objetividad, hace un lúcido
comentario sobre los conflictos de Perú: “Preguntad a los amigos de Pizarro
sobre quién fue culpable, y os dirán que es todo cierto lo que se dice contra
Almagro; haced lo mismo con los que lo fueron de Almagro, y os dirán que los
Pizarro le fueron ingratos. Trabajo grande para quien desea escribir la verdad
y contaros lo cierto, que es, a mi entender, que todos erraron y tuvieron
dobleces y negociaban con cautelas, así
Pizarro y Almagro como todos ellos”.
La prueba de que Almagro estaba
desesperado, frustrado en sus aspiraciones y ‘dispuesto a todo’, es que se le
pasó por la cabeza la descabellada idea de buscar otros socios: “Quiso tratar
de hacer cierta compañía con unos vecinos de la ciudad que habían por nombre
Álvaro de Guijo y el contador Alonso de Cáceres”. Le salieron al (sensato)
quite “el licenciado Espinosa, Hernando de Luque y otros hombres honrados”. (Recuerdo,
de paso, que Gaspar de Espinosa estuvo con Pizarro en la fundación de Panamá,
fue quien, por orden de Pedrarias, dictó la sentencia de muerte contra Balboa y
aportó dinero a la sociedad Pizarro-Almagro-Luque; le veremos más veces
cruzarse en la vida de los Pizarro). Pues bien: no solo le hicieron comprender
a Almagro la imposibilidad de lograr el éxito en Perú con su plan, sino que les
propusieron a él y a Pizarro que se hiciera un nuevo contrato mejorando las condiciones
futuras del ‘estafado’.
(Imagen)
La crónica anunciada de una futura tragedia. Llegan los Pizarro como una piña
poderosa, lo que supondrá, después de los grandes triunfos, una maldición para
Almagro, para Perú y para ellos mismos. Morirán primeramente Almagro, Juan
Pizarro y Francisco Pizarro. Será condenado a larga prisión en España Hernando
Pizarro. El benjamín, Gonzalo Pizarro, que había sido enviado por Francisco
Pizarro a buscar el País de la Canela por el Amazonas, se ve obligado a parar y
enviar río abajo a Francisco de Orellana (pariente suyo) para buscar provisiones.
Orellana o no pudo regresar o siguió navegando intencionadamente hasta
desembocar en el Atlántico. Dos años más tarde, vuelve fracasado Gonzalo
Pizarro, con los pocos y famélicos hombres que le quedaban, y se encuentra con
que han asesinado a Francisco Pizarro. Le toca después encabezar la rebelión contra
el rey de gran parte de los españoles de Perú. Finalmente, le alcanza la larga
mano de Carlos V: pierde la guerra y la cabeza.
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