sábado, 9 de septiembre de 2017

(Día 482) Tras seis insoportables meses en Naco, Juan Ruiz de Arce y sus hombres deciden ir a Nicaragua, donde son bien acogidos por Pedrarias. Le gusta la ciudad de León, pero considera que está en decadencia.

     (72) El bueno de Juan Ruiz de Arce sigue escribiendo: “Allí estuvimos seis meses y no bastó razón, ni por bien ni por mal, para hacerles bajar de las sierras. Al ver que ya no nos podíamos sustentar, dejamos el pueblo y fuímonos en demanda de Nicaragua”. Se ve claramente que eran como una tropa nómada sin dependencia de ninguna autoridad oficial, y finalmente,  decidieron  llegar a zona controlada por algún gobernador, en este caso, por Pedrarias. “En este camino pasamos mucha necesidad. Si no fuera por los caballos, pereciéramos todos. Comiéronse todos, y se nos quedó mucha gente de hambre”. Después de andar dando tumbos tres meses, parte de los españoles se separaron, quedando con Juan solamente veinte: “Hubo muy diferentes opiniones: unos se querían ir a Guatemala y otros a Nicaragua. Estando en estas diferencias y cuando otro día amaneció, halleme con solo veinte compañeros. Después de visto aquello, acordamos que, antes de que los indios nos matasen, fuesen dos españoles con un guía para hacerle saber que estábamos allí a Pedrarias de Ávila, el Justador, que a la sazón era gobernador en Nicaragua (lo llamaban el Justador por su afición a los torneos con lanza, pero se le olvida decir que también era conocido, merecidamente, como Furor Domini, la Ira de Dios)”.
     Cuando lo supo Pedrarias reaccionó positivamente; era implacable con cualquiera que le hiciera sombra, pero ahora se trataba de un grupo de españoles en apuros que se incorporarían como ciudadanos y soldados en la sociedad de Nicaragua: “Envió diez hombres con cincuenta puercos y mucho pan; con aquel refresco, llegamos a León, donde estaba Pedrarias, el cual nos recibió y aposentó muy a nuestro placer”. León fue la primera ciudad fundada en Nicaragua, el año 1524, por otro personaje trágico y de gran valía, Francisco Hernández de Córdoba (hubo otro del mismo nombre, importante en México antes que Cortés; a veces se los confunde). Francisco estableció la ciudad por orden de Pedrarias, quien después, como ya comenté, sospechando que trataba de traicionarle, lo decapitó. ‘Por no ser prolijo’, como decían los cronistas, estoy pasando de largo los comentarios de todo tipo (paisaje, clima, producción, costumbres…) que el observador Juan Ruiz de Arce solía hacer describiendo las características de las zonas por las que pasaba. Se deshace en elogios sobre la ciudad de León, pero, en un solo párrafo, señala su decadencia y la crueldad de Pedrarias: “Dos cosas echaron a perder esta tierra: el Perú (porque muchos vecinos se fueron a aquella aventura) y las minas. El Gobernador, Pedrarias de Ávila, por que su gobernación fuese my abundosa de todo, ponía mucha diligencia en sacar oro, y a esta causa perecieron muchos naturales de la tierra en las minas”.
Le llamó la atención lo espectacular que era el ejército de Pedrarias:
“Mil hombres, todos de a caballo, la gente más bien aderezada y más lucida que vi en mi vida ni se vio en Indias. Había juegos de cañas (torneos sin mucho peligro). Era él tan aficionado a esto que se hacía llevar en una silla para verlos, porque no podía ir por su pie (un anciano  con achaques físicos, pero con toda la energía de un carácter incontenible)”.


     (Imagen) El mismo título de la crónica de Juan Ruiz de Arce marca la diferencia con el resto de los que escribieron sobre Las Indias: “Servicios en Indias de Juan Ruiz de Arce, conquistador de Perú, natural de Alburquerque”. Tanto sus aventuras por aquellas tierras como la forma de contarlas son propias de un personaje que va ‘por libre’. Va y viene, con gran iniciativa y valentía, por los territorios de conquista, pero a su aire, cambiando de campañas, y cuando escribe su crónica, la redacta para sus íntimos y con un protagonismo propio de los que hacían una relación de sus méritos para que el rey les concediera mercedes. No se ataba a nada, salvo cuando le sedujo lo que estaba a punto de conseguir Pizarro en Perú. Allá se fue (¡solo tenía 25 años!) para unirse a la empresa como siempre lo han hecho los mercenarios y con algunos hombres que estaban a su servicio. ‘Llegó y besó el santo’: intervino en el apresamiento de Atahualpa, le tocó su sustanciosa parte en el reparto del botín y se volvió a España para disfrutarlo, aunque estuvo a punto de participar después en la guerra contra Francia. Era hombre muy observador y, cosa poco habitual, de gran honradez.


No hay comentarios:

Publicar un comentario