lunes, 25 de septiembre de 2017

(Día 495) La moral de la tropa decrece y Pizarro da licencia a algunos remolones para que se marchen. Pizarro envía a Soto a conseguir información sobre Atahualpa. Durísimo castigo de Pizarro a unos caciques que planeaban matar a unos españoles solitarios.

     (85) Bye, bye, Tumbes y la decepcionante experiencia. Habían permanecido en el poblado cuatro meses y, como suele ocurrir, los sinsabores fueron minando la moral: “Muchos españoles murmuraban de la tierra por la poca confianza que tenían de lo de delante; hubo algunos que pidieron licencia para volver a Nicaragua o a Panamá. También dos frailes de San Francisco, como no viesen cercanas las tierras de Perú, pidieron licencia para volverse a Nicaragua (y Cieza les ‘sacude’), de que tienen bien que dar a Dios cuenta, pues si quisieran predicar y convertir, había la necesidad que el lector puede ver. Y Pizarro diósela a todos (no quería a remolones)”.
      Llegaron hasta un lugar llamado Poechos. Pizarro tenía mucho interés en fundar una población (la primera del Perú) y, en  cuanto empezó a ver tierras propicias, le mandó a su hermano Hernando Pizarro que volviera a Tumbes para traer a los españoles que se habían quedado allí. Tardó 30 días en regresar, llegando algunos por tierra y otros por mar. El cronista Xerez hace un comentario que nos muestra a Almagro obsesionado con la estafa que le habían hecho los Pizarro: “Estos navíos eran venidos de Panamá con mercadurías pero sin gente, porque el capitán Diego de Almagro se quedó allá haciendo una armada para venir con propósito de poblar para sí (fue un arrebato pasajero)”. Habla después de algo que, extrañamente, Cieza pasa por alto: “Pizarro partió luego de Poechos río abajo. Llegado donde un cacique llamado Chira, halló ciertos cristianos que ya habían desembarcado, los cuales se le quejaron de que el cacique les había hecho mal tratamiento. El Gobernador se informó de los indios naturales, y halló que el cacique y sus principales tenían concertado matarlos. Pizarro los prendió y confesaron su delito. Luego mandó hacer justicia, quemándolos a todos menos a Chira porque pareció no tener tanta culpa y porque estas poblaciones, sin cabeza, se perderían. De manera que la junta urdida para venir contra los españoles se deshizo, y de allí adelante todos sirvieron mejor”. La versión de Pedro Pizarro completa detalles importantes. Primero vuelve a ‘machacar’ en las sospechas sobre la fidelidad de Hernando de Soto: “En Poechos, Pizarro tuvo noticia de que Atahualpa iba a Cajamarca haciendo la guerra a su hermano Huáscar, y envió a Hernando de Soto con algunos soldados para que se enterasen de quién era Atahualpa. Ido Hernando de Soto, tardó más tiempo del que le fue dado, lo cual dio sospecha en el real de que hubiese hecho lo que  en Tumbes pretendió (o sea: presunción de culpabilidad)”. En ese mismo momento llegó Hernando, el hermano de Pizarro, y poco después volvió Hernando de Soto con su encargo bien cumplido: “Trajo noticia de Atahualpa, con lo cual recibió la gente algún consuelo, aunque no faltaba miedo por los muchos guerreros que tenía”.
     A continuación, el cronista Pedro Pizarro completa lo ocurrido en el poblado del cacique Chira: “Sucedió que a ciertos españoles que estaban en La Chira, los indios de aquella provincia acordaron matarlos, lo cual se descubrió por una india que Palomino tenía, y mandaron mensaje a Pizarro para que les enviase socorro”. Pizarro corrió en su ayuda, fue a La Chira, interrogó a los caciques y  comprobó que era cierto su plan para matarlos: “Por todo ello, condenó a muerte a trece caciques y, dándoles garrote, los quemaron”.


     (Imagen) A pesar de su dureza, los líderes españoles evitaban hacer algo que la tropa considerara excesivamente cruel. Había un código moral no escrito. Ni Pizarro ni Cortés mataban por placer, sino como medio necesario para sus objetivos. Solían ser bastante comedidos con los derrotados, sin ensañarse. Pero, por ejemplo, no perdonaban la muerte de un español que estuviera de paso, masacrado fuera de la batalla, para que sirviera de escarmiento y mayor seguridad en sus andanzas por tierras tan hostiles. Así, por ejemplo, muchos mexicanos nunca le perdonarán a Cortés lo que hizo en Cholula. Pero él vio claramente que los cholultecas, unidos a numerosas tropas de Moctezuma, los iban a aniquilar, y, con la ayuda de los tlaxcaltecas, atacó como un rayo: fue una tremenda carnicería, y hasta tuvo que frenar a los tlaxcaltecas para que dejaran de matar a sus odiados enemigos de Cholula.


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