(85) Bye, bye, Tumbes y la decepcionante
experiencia. Habían permanecido en el poblado cuatro meses y, como suele
ocurrir, los sinsabores fueron minando la moral: “Muchos españoles murmuraban
de la tierra por la poca confianza que tenían de lo de delante; hubo algunos
que pidieron licencia para volver a Nicaragua o a Panamá. También dos frailes
de San Francisco, como no viesen cercanas las tierras de Perú, pidieron
licencia para volverse a Nicaragua (y
Cieza les ‘sacude’), de que tienen bien que dar a Dios cuenta, pues si
quisieran predicar y convertir, había la necesidad que el lector puede ver. Y
Pizarro diósela a todos (no quería a
remolones)”.
Llegaron hasta un lugar llamado Poechos.
Pizarro tenía mucho interés en fundar una población (la primera del Perú) y,
en cuanto empezó a ver tierras
propicias, le mandó a su hermano Hernando Pizarro que volviera a Tumbes para
traer a los españoles que se habían quedado allí. Tardó 30 días en regresar,
llegando algunos por tierra y otros por mar. El cronista Xerez hace un
comentario que nos muestra a Almagro obsesionado con la estafa que le habían
hecho los Pizarro: “Estos navíos eran venidos de Panamá con mercadurías pero sin
gente, porque el capitán Diego de Almagro se quedó allá haciendo una armada
para venir con propósito de poblar para sí (fue
un arrebato pasajero)”. Habla después de algo que, extrañamente, Cieza pasa
por alto: “Pizarro partió luego de Poechos río abajo. Llegado donde un cacique
llamado Chira, halló ciertos cristianos que ya habían desembarcado, los cuales
se le quejaron de que el cacique les había hecho mal tratamiento. El Gobernador
se informó de los indios naturales, y halló que el cacique y sus principales
tenían concertado matarlos. Pizarro los prendió y confesaron su delito. Luego
mandó hacer justicia, quemándolos a todos menos a Chira porque pareció no tener
tanta culpa y porque estas poblaciones, sin cabeza, se perderían. De manera que
la junta urdida para venir contra los españoles se deshizo, y de allí adelante
todos sirvieron mejor”. La versión de Pedro Pizarro completa detalles importantes.
Primero vuelve a ‘machacar’ en las sospechas sobre la fidelidad de Hernando de
Soto: “En Poechos, Pizarro tuvo noticia de que Atahualpa iba a Cajamarca
haciendo la guerra a su hermano Huáscar, y envió a Hernando de Soto con algunos
soldados para que se enterasen de quién era Atahualpa. Ido Hernando de Soto,
tardó más tiempo del que le fue dado, lo cual dio sospecha en el real de que
hubiese hecho lo que en Tumbes pretendió
(o sea: presunción de culpabilidad)”.
En ese mismo momento llegó Hernando, el hermano de Pizarro, y poco después
volvió Hernando de Soto con su encargo bien cumplido: “Trajo noticia de
Atahualpa, con lo cual recibió la gente algún consuelo, aunque no faltaba miedo
por los muchos guerreros que tenía”.
A continuación, el cronista Pedro Pizarro
completa lo ocurrido en el poblado del cacique Chira: “Sucedió que a ciertos
españoles que estaban en La Chira, los indios de aquella provincia acordaron
matarlos, lo cual se descubrió por una india que Palomino tenía, y mandaron
mensaje a Pizarro para que les enviase socorro”. Pizarro corrió en su ayuda,
fue a La Chira, interrogó a los caciques y
comprobó que era cierto su plan para matarlos: “Por todo ello, condenó a
muerte a trece caciques y, dándoles garrote, los quemaron”.
(Imagen) A pesar de su dureza, los líderes
españoles evitaban hacer algo que la tropa considerara excesivamente cruel.
Había un código moral no escrito. Ni Pizarro ni Cortés mataban por placer, sino
como medio necesario para sus objetivos. Solían ser bastante comedidos con los
derrotados, sin ensañarse. Pero, por ejemplo, no perdonaban la muerte de un
español que estuviera de paso, masacrado fuera de la batalla, para que sirviera
de escarmiento y mayor seguridad en sus andanzas por tierras tan hostiles. Así,
por ejemplo, muchos mexicanos nunca le perdonarán a Cortés lo que hizo en
Cholula. Pero él vio claramente que los cholultecas, unidos a numerosas tropas
de Moctezuma, los iban a aniquilar, y, con la ayuda de los tlaxcaltecas, atacó
como un rayo: fue una tremenda carnicería, y hasta tuvo que frenar a los
tlaxcaltecas para que dejaran de matar a sus odiados enemigos de Cholula.
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