martes, 12 de septiembre de 2017

(Día 484) Juan Ruiz de Arce llega al campamento de Pizarro y le alarman las ‘bubas’ de muchos soldados. También se une a Pizarro el gran Sebastián de Belalcázar. Atahualpa, demasiado ocupado con la guerra contra su hermano Huáscar, no ataca a los españoles.

     (74) Aquí ya vamos a enlazar con lo que Cieza nos venía contando. Como dije anteriormente, todo apunta a que la información que le dieron a Pizarro, ‘unos que llegaron en un pequeño navío que había salido de Nicaragua’, de que iba a venir por tierra una tropa con Benalcázar al frente, tuvieron que proporcionársela los del pequeño barco de Juan Ruiz de Arce. En adelante, lo tendremos como cronista complementario de Cieza y de los otros que nos están contando la historia. En cuanto llegó al campamento de la tropa de Pizarro, le impresionó a Juan el espectáculo de las ‘bubas’ que sufrían muchos españoles y temió el contagio: “Los vimos en tal estado que no nos osamos apear, y fuimos a aposentar a un cabo del pueblo. La dolencia que tenían era la más mala que jamás se vio, eran unas verrugas de la manera de brevas. Teníanlas por el rostro y por las manos y por las piernas. Pocos escapaban de esta dolencia. Era la señora de esta tierra una mujer y todos la obedecían. Es gente muy bellaca; son todos sodomíticos y no hay principal que no tenga por mancebos cuatro o cinco pajes muy galanes”.
     Habíamos, pues, dejado a Cieza cuando mencionaba el dato de que los de un pequeño navío (el de Juan Ruiz de Arce) le dieron a Pizarro la noticia de que vendrían bastantes hombres bajo el mando de Sebastián de Belalcázar y de que llegaron a los pocos días. Y sigue narrando: “No daban los cristianos paso en toda la tierra que de ello no le fuese aviso a Atahualpa, que ya en este tiempo tenía tomada la borla (adorno en la cabeza propio de emperador), y cuentan que algo le desasosegó su presencia y que pensó enviar gente de su ejército contra ellos, mas veníanle tantos capitanes de su hermano a darle guerra que no fue contra Pizarro, temiendo más la otra guerra, y porque, enterado de que eran tan poquitos, reíase diciendo que los dejasen, que le servirían de anaconas (criados perpetuos). Y envió ciertos orejones que, disfrazados, fuesen a entender lo que se decía de aquellas gentes”. También favorecía a los españoles que los caciques de los poblados hubieran partido con mucha gente para  unirse a uno de los dos bandos en la guerra entre Atahualpa y su hermano Huáscar. Su padre, el gran inca Huayna Cápac, al morir (de una epidemia) repartió entre los dos su imperio; la parte principal, Cuzco, para Huascar, hijo de su mujer preferida, y la zona norte, Quito, para su hermanastro Atahualpa. Se discute quién empezó la guerra, pero es probable que fuera Huáscar (reconocido por los orejones como soberano de todo el imperio) por soportar malamente quedarse sin un trozo de la ‘tarta’. La versión contraria supone que se rebeló Atahualpa por no conformarse con ser solamente gobernador de Quito. La situación guarda un estrecho paralelismo con la gran suerte de Cortés y los suyos en México, donde el punto débil de los aztecas era el odio mortal que les tenían los pueblos sometidos. De no darse estas circunstancias, difícilmente habrían sido un éxito las campañas de México y de Perú. Puesto que ni Cortés ni Pizarro conocían estos datos, tuvo más mérito aún su osadía, rayando en locura, quizá asentada sobre una fe ciega en la Providencia que les podía haber resultado fatal.


     (Imagen) Añadamos algunos datos de Sebastián de Belalcázar. Le definen varias cosas: ser de familia campesina, ¡analfabeto!, un grandísimo conquistador y un mal gobernante. Como muchos otros, estuvo luchando a las órdenes de Pedrarias Dávila, con gran protagonismo en la ocupación de Nicaragua, de cuya capital, León, fue alcalde. Harto de los conflictos entre Pedrarias con otros gobernadores, le acabamos de ver uniéndose a las tropas de Pizarro, empezando con poco relieve, pero su capacidad guerrera se fue imponiendo. Por orden de Pizarro capitaneó campañas por el norte de Perú y el resultado fue espectacular: fundó Quito y Guayaquil en Ecuador, además de Popayán y Cali en Colombia, y hasta faltó poco para que le quitara Bogotá a Jiménez de Quesada. Un ejemplo de mal gobernador, ya lo vimos: ejecutó cruelmente al humano Jorge Robledo.  


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