(74) Aquí ya vamos a enlazar con lo que
Cieza nos venía contando. Como dije anteriormente, todo apunta a que la información
que le dieron a Pizarro, ‘unos que llegaron en un pequeño navío que había
salido de Nicaragua’, de que iba a venir por tierra una tropa con Benalcázar al
frente, tuvieron que proporcionársela los del pequeño barco de Juan Ruiz de
Arce. En adelante, lo tendremos como cronista complementario de Cieza y de los
otros que nos están contando la historia. En cuanto llegó al campamento de la
tropa de Pizarro, le impresionó a Juan el espectáculo de las ‘bubas’ que
sufrían muchos españoles y temió el contagio: “Los vimos en tal estado que no
nos osamos apear, y fuimos a aposentar a un cabo del pueblo. La dolencia que
tenían era la más mala que jamás se vio, eran unas verrugas de la manera de
brevas. Teníanlas por el rostro y por las manos y por las piernas. Pocos
escapaban de esta dolencia. Era la señora de esta tierra una mujer y todos la
obedecían. Es gente muy bellaca; son todos sodomíticos y no hay principal que
no tenga por mancebos cuatro o cinco pajes muy galanes”.
Habíamos, pues, dejado a Cieza cuando
mencionaba el dato de que los de un pequeño navío (el de Juan Ruiz de Arce) le dieron a Pizarro la noticia de que
vendrían bastantes hombres bajo el mando de Sebastián de Belalcázar y de que
llegaron a los pocos días. Y sigue narrando: “No daban los cristianos paso en
toda la tierra que de ello no le fuese aviso a Atahualpa, que ya en este tiempo
tenía tomada la borla (adorno en la cabeza
propio de emperador), y cuentan que algo le desasosegó su presencia y que
pensó enviar gente de su ejército contra ellos, mas veníanle tantos capitanes
de su hermano a darle guerra que no fue contra Pizarro, temiendo más la otra
guerra, y porque, enterado de que eran tan poquitos, reíase diciendo que los
dejasen, que le servirían de anaconas (criados
perpetuos). Y envió ciertos orejones que, disfrazados, fuesen a entender lo
que se decía de aquellas gentes”. También favorecía a los españoles que los caciques
de los poblados hubieran partido con mucha gente para unirse a uno de los dos bandos en la guerra
entre Atahualpa y su hermano Huáscar. Su padre, el gran inca Huayna Cápac, al
morir (de una epidemia) repartió entre los dos su imperio; la parte principal,
Cuzco, para Huascar, hijo de su mujer preferida, y la zona norte, Quito, para
su hermanastro Atahualpa. Se discute quién empezó la guerra, pero es probable
que fuera Huáscar (reconocido por los orejones como soberano de todo el imperio)
por soportar malamente quedarse sin un trozo de la ‘tarta’. La versión
contraria supone que se rebeló Atahualpa por no conformarse con ser solamente
gobernador de Quito. La situación guarda un estrecho paralelismo con la gran suerte
de Cortés y los suyos en México, donde el punto débil de los aztecas era el
odio mortal que les tenían los pueblos sometidos. De no darse estas
circunstancias, difícilmente habrían sido un éxito las campañas de México y de
Perú. Puesto que ni Cortés ni Pizarro conocían estos datos, tuvo más mérito aún
su osadía, rayando en locura, quizá asentada sobre una fe ciega en la
Providencia que les podía haber resultado fatal.
(Imagen) Añadamos algunos datos de
Sebastián de Belalcázar. Le definen varias cosas: ser de familia campesina, ¡analfabeto!,
un grandísimo conquistador y un mal gobernante. Como muchos otros, estuvo
luchando a las órdenes de Pedrarias Dávila, con gran protagonismo en la
ocupación de Nicaragua, de cuya capital, León, fue alcalde. Harto de los
conflictos entre Pedrarias con otros gobernadores, le acabamos de ver uniéndose
a las tropas de Pizarro, empezando con poco relieve, pero su capacidad guerrera
se fue imponiendo. Por orden de Pizarro capitaneó campañas por el norte de Perú
y el resultado fue espectacular: fundó Quito y Guayaquil en Ecuador, además de
Popayán y Cali en Colombia, y hasta faltó poco para que le quitara Bogotá a
Jiménez de Quesada. Un ejemplo de mal gobernador, ya lo vimos: ejecutó
cruelmente al humano Jorge Robledo.
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