(75) Precisamente, lo que acabo de decir
ayudará a entender lo que les ocurrió a los españoles después. La isla de Puná
está muy cerca de la costera población de Tumbes y sus habitantes eran enemigos
entre sí en esta guerra de los incas, los de Puná al servicio de Atahualpa, y los de Tumbes, al
de Huáscar. Los españoles se estaban acercando por tierra a esa zona (los enfermos
iban en las embarcaciones). Avanzaban, como siempre, pasando mucha miseria, y
el cronista-testigo Trujillo nos muestra un terrible momento de desmoralización
de Pizarro (caso único en él) que fue superado por el coraje de su hermano
Hernando: “Caminábamos por unos secadales sin agua por la costa del mar. El
Gobernador envió a Diego Maldonado a descubrir agua porque, por falta de ella, ya
la gente iba para morir. Y el Gobernador estuvo determinado de se volver atrás,
pero Hernando Pizarro dijo que no, aunque muriesen todos (un gran tanto a favor del bravo Hernando). Y la gente que iba
delante descubrió una laguna chica de agua verde, y allí nos remediamos de
agua, aunque unos puercos que Hernando Pizarro traía de Panamá la pasaron de
tal arte, que era barro lo que bebíamos, si no fueron los que primero que
llegamos con Diego Maldonado”.
Sigamos con Cieza: “Pizarro venía con los
suyos hasta que llegaron a la punta de Santa Elena, lugar conocido a los que
hemos andado por esta tierra. A los españoles no les parecía bien lo que veían,
ni creían que fuera verdad lo que Pizarro y Candía y los otros dijeron que
vieron (en el viaje anterior). Esto
se debe a nuestra condición tan hirviente que lo queremos ver luego, y aquellos
ya lo tenían por tarde el no topar las tinajas y los cántaros (con plata y oro) que luego hubieron de
ver. Pizarro los animaba, y siguieron la marcha descontentos, por lo que mandó
a Diego de Agüero y a cinco o seis que fuesen la costa adelante para que viesen
por dónde se podría llegar a la ensenada de Guayaquil”. Uno de los que recibió
el encargo fue el peculiar Juan Ruiz de Arce. Así lo cuenta: “Llegamos a una
punta, a la cual pusimos el nombre de Santa Elena. Decían los indios que
llevábamos que había dos jornadas de allí a la isla de Puná (al parecer, uno de ellos era el intérprete
tumbesino Felipillo). Quedóse allí
el Gobernador con toda la gente y fuimos cinco españoles a ver si era así. Llegados
al puerto (frente a la isla), nos
llevó el guía hasta la isla, y no entramos en ella para que no nos hiciesen los
indios alguna bellaquería. Había cien indios con comida que nos estaban
esperando. Luego nos despedimos y mandamos al cacique que tuviese comida para
cuando viniese el Gobernador, y muchas barcas para que pasásemos aquel brazo de
mar que cercaba la isla. Y al otro día volvimos todos y hallamos mucha gente de
la tierra con mucha comida y muchas barcas para nos pasar (era una invitación de Tumbalá, el cacique principal de Puná),
aunque tenían pensado que, después que estuviésemos en medio del brazo de mar
que cercaba la isla, cortasen las sogas con que iban atadas las barcas (los troncos de las barcas), echándose
ellos a nado. Y estaba allí un indio de la ciudad de Tumbes (Felipillo) y avisonos de la traición que
tenían ordenada”.
(Imagen) Van apareciendo nombres de
soldados con vidas apasionantes, como Diego de Agüero. Desde la salida de
España todos ellos comenzaban una aventura trepidante. Pero hoy solo nos queda
espacio para hablar de Diego Maldonado. Nació hacia 1504 en Dueñas (Palencia), población
cuajada de historia y muy ligada al secreto con que llevaron su amor de novios
los reyes Isabel y Fernando. Maldonado estuvo con Pizarro en la victoria sobre
Atahualpa y continuó siempre a su lado demostrando su valía en aspectos muy
diversos. Fue también buen administrador, ostentando durante un tiempo la
alcaldía de Cuzco, y sacó tanto provecho de las encomiendas recibidas como
premio, que prosperó como pocos, hasta el punto de ser conocido en aquel
círculo de potentados como Maldonado el Rico. En las guerras civiles se mantuvo
fiel a los Pizarro, con mucho riesgo, pero no le quedó más remedio que darle la
espalda al menor de los hermanos, Gonzalo, porque, de no hacerlo, también él
habría perdido la cabeza.
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