miércoles, 13 de septiembre de 2017

(Día 485) Una sed terrible hace que Pizarro esté dispuesto a darse la vuelta. Quien se sobrepone es Hernando Pizarro. Tras una exploración de Ruiz de Arce (entre otros), los de Pizarro llegan a la isla de Puná y sospechan que el cacique les prepara una trampa.

     (75) Precisamente, lo que acabo de decir ayudará a entender lo que les ocurrió a los españoles después. La isla de Puná está muy cerca de la costera población de Tumbes y sus habitantes eran enemigos entre sí en esta guerra de los incas, los de Puná  al servicio de Atahualpa, y los de Tumbes, al de Huáscar. Los españoles se estaban acercando por tierra a esa zona (los enfermos iban en las embarcaciones). Avanzaban, como siempre, pasando mucha miseria, y el cronista-testigo Trujillo nos muestra un terrible momento de desmoralización de Pizarro (caso único en él) que fue superado por el coraje de su hermano Hernando: “Caminábamos por unos secadales sin agua por la costa del mar. El Gobernador envió a Diego Maldonado a descubrir agua porque, por falta de ella, ya la gente iba para morir. Y el Gobernador estuvo determinado de se volver atrás, pero Hernando Pizarro dijo que no, aunque muriesen todos (un gran tanto a favor del bravo Hernando). Y la gente que iba delante descubrió una laguna chica de agua verde, y allí nos remediamos de agua, aunque unos puercos que Hernando Pizarro traía de Panamá la pasaron de tal arte, que era barro lo que bebíamos, si no fueron los que primero que llegamos con Diego Maldonado”.
     Sigamos con Cieza: “Pizarro venía con los suyos hasta que llegaron a la punta de Santa Elena, lugar conocido a los que hemos andado por esta tierra. A los españoles no les parecía bien lo que veían, ni creían que fuera verdad lo que Pizarro y Candía y los otros dijeron que vieron (en el viaje anterior). Esto se debe a nuestra condición tan hirviente que lo queremos ver luego, y aquellos ya lo tenían por tarde el no topar las tinajas y los cántaros (con plata y oro) que luego hubieron de ver. Pizarro los animaba, y siguieron la marcha descontentos, por lo que mandó a Diego de Agüero y a cinco o seis que fuesen la costa adelante para que viesen por dónde se podría llegar a la ensenada de Guayaquil”. Uno de los que recibió el encargo fue el peculiar Juan Ruiz de Arce. Así lo cuenta: “Llegamos a una punta, a la cual pusimos el nombre de Santa Elena. Decían los indios que llevábamos que había dos jornadas de allí a la isla de Puná (al parecer, uno de ellos era el intérprete tumbesino Felipillo).  Quedóse allí el Gobernador con toda la gente y fuimos cinco españoles a ver si era así. Llegados al puerto (frente a la isla), nos llevó el guía hasta la isla, y no entramos en ella para que no nos hiciesen los indios alguna bellaquería. Había cien indios con comida que nos estaban esperando. Luego nos despedimos y mandamos al cacique que tuviese comida para cuando viniese el Gobernador, y muchas barcas para que pasásemos aquel brazo de mar que cercaba la isla. Y al otro día volvimos todos y hallamos mucha gente de la tierra con mucha comida y muchas barcas para nos pasar (era una invitación de Tumbalá, el cacique principal de Puná), aunque tenían pensado que, después que estuviésemos en medio del brazo de mar que cercaba la isla, cortasen las sogas con que iban atadas las barcas (los troncos de las barcas), echándose ellos a nado. Y estaba allí un indio de la ciudad de Tumbes (Felipillo) y avisonos de la traición que tenían ordenada”.


     (Imagen) Van apareciendo nombres de soldados con vidas apasionantes, como Diego de Agüero. Desde la salida de España todos ellos comenzaban una aventura trepidante. Pero hoy solo nos queda espacio para hablar de Diego Maldonado. Nació hacia 1504 en Dueñas (Palencia), población cuajada de historia y muy ligada al secreto con que llevaron su amor de novios los reyes Isabel y Fernando. Maldonado estuvo con Pizarro en la victoria sobre Atahualpa y continuó siempre a su lado demostrando su valía en aspectos muy diversos. Fue también buen administrador, ostentando durante un tiempo la alcaldía de Cuzco, y sacó tanto provecho de las encomiendas recibidas como premio, que prosperó como pocos, hasta el punto de ser conocido en aquel círculo de potentados como Maldonado el Rico. En las guerras civiles se mantuvo fiel a los Pizarro, con mucho riesgo, pero no le quedó más remedio que darle la espalda al menor de los hermanos, Gonzalo, porque, de no hacerlo, también él habría perdido la cabeza.


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