lunes, 4 de septiembre de 2017

(Día 477) Para evitar complicaciones, Pizarro parte rápidamente hacia la conquista de Perú. Iba en la expedición un personaje decisivo: fray Vicente de Valverde.

     (67) Había prisa por ‘arrancar’ (para evitar dudas y deserciones de los enrolados o impedimentos del gobernador) y decidieron la salida con la intención de alejarse de Panamá y esperar tranquilamente en algún lugar a que Almagro les llevara toda la ayuda que hubiese podido conseguir. (Partieron en enero de 1531, lo que supone que, desde que Pizarro zarpó para España, habían pasado, entre gestiones y preparativos, ¡casi tres años!). Cieza menciona a varios de los que iban en el barco con Pizarro; voy a copiarlos aunque solo sea porque, si él los cita, todos tuvieron que ser hombres de gran valía y muy conocidos en aquel tiempo (seguro que también por los cronistas e historiadores, y a alguno lo veremos en acción durante la campaña): “Salió Pizarro de Panamá con tres navíos en los que iban ciento ochenta y tantos españoles, embarcándose con él sus hermanos y Cristóbal de Mena (escribió en 1534 una breve crónica, volvió rico a España y fue de los pocos que vivieron para disfrutarlo), Diego Maldonado, Juan Alonso de Badajoz, Juan Descobar, Diego Palomino, Francisco de Lucena, Pedro de los Ríos (hay dudas sobre si se trata del que había sido gobernador de Panamá; lo cierto es que anduvo por Perú), Melchor Palomino, Juan Gutiérrez de Valladolid, Blas de Atienza, Francisco Martín  Albarrán, Francisco Cobo, Juan Trujillo, Hernando Carrasco, Diego de Agüero, García Martínez de Arbaz, Juan de Padilla y otros muchos. Iban treinta y seis caballos, fuerza grande para la guerra de acá, porque sin ellos no se podrían sojuzgar tantas naciones. El gobernador se adelantó hasta legar a la isla de las Perlas (está solo a unos 30 km de la ciudad de Panamá) esperando que todos viniesen (los otros dos navíos), y estando ya juntos, salió de allí con  determinación de no andar por los manglares, como antes hizo, sino ir a tomar puerto a la tierra que descubrió”. No puede evitar la reflexión pesimista, pero realista: “Todos iban muy lozanos porque creían que volverían en breve tiempo con gran riqueza España; vieron este deseo algunos cumplido y otros murieron en su pobreza”. Por su parte, el cronista Diego Trujillo (que también iba en la expedición), cambia algo las cifras; dice que los hombres enrolados eran 250, y añade el importante dato de que había también tres religiosos: “Iban con nosotros tres frailes dominicos, fray Reginaldo, fray Vicente de Valverde y fray Juan. Traíamos por piloto a Bartolomé Ruiz, que, ciertamente, sirvió mucho a la jornada (nunca faltaron los elogios para Bartolomé)”. Fray Vicente de Valverde tuvo después un protagonismo de primer orden en la campaña, dando muestras de gran valor.
     Llegaron a la bahía de San Mateo  (a 1.100 km de Panamá) y allí consideraron oportuno que todos los de a caballo siguieran por tierra y el resto navegando. Lo decidieron así porque ya habían dejado atrás los odiosos manglares que tanto les hicieron sufrir en las correrías anteriores. Los que iban por tierra rompieron en un instante toda la magia del amable recuerdo que los españoles habían dejado en la mente de los indios. Ya había terminado el tiempo de descubrir pacíficamente y confraternizar con los indios. Había llegado la hora de conquistar, por las buenas o por las malas.


     (Imagen) ¡Chapeau para los clérigos de Indias! Seguro que tuvieron sus grandes miserias, pero lo que cuenta a la hora de juzgar es en qué platillo de la balanza hay más peso. Y su saldo fue enormemente positivo. En algunos casos, con matrícula de honor: Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, fray Toribio de Benavente, fray Juan de Zumárraga, Urdaneta, San Pedro Claver, fray Antón de Montesinos… Evangelizadores, defensores y educadores de los indios… Y algunos, capellanes de las tropas, con un valor suicida, aportando un consuelo espiritual tan tranquilizador para los soldados como la artillería. Eso es lo que fue para los que salieron hacia la conquista de Perú, jugándose el tipo igual que ellos, fray Vicente de Valverde: un humanista dominico graduado en Salamanca que tuvo un papel decisivo en la caída de Atahualpa (algo que muchos no le perdonan), siendo posteriormente el primer obispo de Perú, ejerciendo, además, el puesto de Defensor de los Indios, por los que hizo cuanto pudo contra los abusos de los españoles. Paradójicamente, en una visita a la isla de Puná, lo mataron los indios.


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