(67) Había prisa por ‘arrancar’ (para
evitar dudas y deserciones de los enrolados o impedimentos del gobernador) y
decidieron la salida con la intención de alejarse de Panamá y esperar
tranquilamente en algún lugar a que Almagro les llevara toda la ayuda que
hubiese podido conseguir. (Partieron en enero de 1531, lo que supone que, desde
que Pizarro zarpó para España, habían pasado, entre gestiones y preparativos,
¡casi tres años!). Cieza menciona a varios de los que iban en el barco con
Pizarro; voy a copiarlos aunque solo sea porque, si él los cita, todos tuvieron
que ser hombres de gran valía y muy conocidos en aquel tiempo (seguro que
también por los cronistas e historiadores, y a alguno lo veremos en acción
durante la campaña): “Salió Pizarro de Panamá con tres navíos en los que iban
ciento ochenta y tantos españoles, embarcándose con él sus hermanos y Cristóbal
de Mena (escribió en 1534 una breve
crónica, volvió rico a España y fue de los pocos que vivieron para disfrutarlo),
Diego Maldonado, Juan Alonso de Badajoz, Juan Descobar, Diego Palomino,
Francisco de Lucena, Pedro de los Ríos (hay
dudas sobre si se trata del que había sido gobernador de Panamá; lo cierto es
que anduvo por Perú), Melchor Palomino, Juan Gutiérrez de Valladolid, Blas
de Atienza, Francisco Martín Albarrán,
Francisco Cobo, Juan Trujillo, Hernando Carrasco, Diego de Agüero, García Martínez
de Arbaz, Juan de Padilla y otros muchos. Iban treinta y seis caballos, fuerza
grande para la guerra de acá, porque sin ellos no se podrían sojuzgar tantas
naciones. El gobernador se adelantó hasta legar a la isla de las Perlas (está solo a unos 30 km de la ciudad de
Panamá) esperando que todos viniesen (los
otros dos navíos), y estando ya juntos, salió de allí con determinación de no andar por los manglares,
como antes hizo, sino ir a tomar puerto a la tierra que descubrió”. No puede
evitar la reflexión pesimista, pero realista: “Todos iban muy lozanos porque
creían que volverían en breve tiempo con gran riqueza España; vieron este deseo
algunos cumplido y otros murieron en su pobreza”. Por su parte, el cronista Diego
Trujillo (que también iba en la expedición), cambia algo las cifras; dice que
los hombres enrolados eran 250, y añade el importante dato de que había también
tres religiosos: “Iban con nosotros tres frailes dominicos, fray Reginaldo,
fray Vicente de Valverde y fray Juan. Traíamos por piloto a Bartolomé Ruiz,
que, ciertamente, sirvió mucho a la jornada (nunca faltaron los elogios para Bartolomé)”. Fray Vicente de
Valverde tuvo después un protagonismo de primer orden en la campaña, dando
muestras de gran valor.
Llegaron a la bahía de San Mateo (a 1.100 km de Panamá) y allí consideraron
oportuno que todos los de a caballo siguieran por tierra y el resto navegando. Lo
decidieron así porque ya habían dejado atrás los odiosos manglares que tanto
les hicieron sufrir en las correrías anteriores. Los que iban por tierra
rompieron en un instante toda la magia del amable recuerdo que los españoles
habían dejado en la mente de los indios. Ya había terminado el tiempo de
descubrir pacíficamente y confraternizar con los indios. Había llegado la hora
de conquistar, por las buenas o por las malas.
(Imagen) ¡Chapeau para los clérigos de
Indias! Seguro que tuvieron sus grandes miserias, pero lo que cuenta a la hora
de juzgar es en qué platillo de la balanza hay más peso. Y su saldo fue enormemente
positivo. En algunos casos, con matrícula de honor: Bartolomé de las Casas,
Vasco de Quiroga, fray Toribio de Benavente, fray Juan de Zumárraga, Urdaneta,
San Pedro Claver, fray Antón de Montesinos… Evangelizadores, defensores y
educadores de los indios… Y algunos, capellanes de las tropas, con un valor
suicida, aportando un consuelo espiritual tan tranquilizador para los soldados
como la artillería. Eso es lo que fue para los que salieron hacia la conquista
de Perú, jugándose el tipo igual que ellos, fray Vicente de Valverde: un
humanista dominico graduado en Salamanca que tuvo un papel decisivo en la caída
de Atahualpa (algo que muchos no le perdonan), siendo posteriormente el primer
obispo de Perú, ejerciendo, además, el puesto de Defensor de los Indios, por
los que hizo cuanto pudo contra los abusos de los españoles. Paradójicamente,
en una visita a la isla de Puná, lo mataron los indios.
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