(66) Los mediadores consiguieron con este
acuerdo superar la crisis ‘matrimonial’: “Intervinieron entre Pizarro y Almagro
y los tornaron a concertar con otra capitulación, en la que se disponía que el
gobernador no pudiese pedir merced ninguna para sí ni para ninguno de sus hermanos hasta que Almagro pidiese al
emperador una gobernación desde donde se acababa la de Pizarro, y que todo el
oro y plata, piedras (preciosas),
repartimientos de tierras, naborías (indios
de servicio), esclavos y otros bienes o haciendas fuesen de ellos dos y de
Hernando de Luque”. Eso fue lo dispuesto, pero, tiempo después, la crisis se
ahondó y el enfrentamiento se hizo más violento, aunque, a la desesperada, se
mantuvo la sociedad tras redactarse nuevas cláusulas en un documento dramático
(como veremos).
Ahora hay que recordar que Bartolomé Ruiz
y Francisco de Ribera, estando en Nicaragua, habían propuesto a Hernán Ponce de
León, Hernando de Soto y Francisco Compañón, que se unieran a la expedición de
Pizarro a su vuelta de España como gobernador. Hernán Ponce lo prometió, y lo
cumplió: “En este tiempo estaba en Panamá Hernán Ponce de León, llegado de
Nicaragua con dos navíos cargados de esclavos suyos y de su compañero Hernando
de Soto, con el cual concertó don (le
adjudica el ‘don’ por ser ya gobernador) Francisco Pizarro que le diesen
los navíos para la jornada (expedición)
pagando los fletes y con la promesa de que a Hernando de Soto lo hiciese
capitán y teniente de gobernador en el pueblo más principal, y a Hernando Ponce
le diese uno de los mayores repartimientos”. El cronista Pedro Pizarro lo
cuenta de forma parecida, pero afirma que Francisco Pizarro cumplió lo
prometido, no siendo así, porque muy pronto permitió que Hernando Pizarro
desplazara a Hernando de Soto de su alta jerarquía, constantemente merecida por
sus extraordinarios hechos.
Con lo principal ya resuelto y hechas las
paces entre los dos socios, se aceleraron los preparativos para la definitiva
campaña del Perú. No tendrá nada que ver con aquel paradisíaco ‘crucero’ del
que habían disfrutado antes, entre amistosos encuentros y regalos mutuos con
los indios: llegaba el momento de la ‘conquista’, con su pillaje y brutalidad,
arriesgando la vida constantemente, intentando conseguir algo casi imposible
pero con la determinación de no dar un paso atrás aunque todo acabara en un
desastre, que, de hecho, era, con diferencia, lo más probable; en el fondo de
sus almas, también tenía valor la aportación a los nativos de una cultura más
avanzada y una religión superior y más humana, de la que no dudaban que fuera
la única verdadera.
Como si nada hubiera pasado entre ellos,
emplearon la misma estrategia que en los viajes anteriores: Almagro quedaba
encargado de la logística, solucionando problemas y buscando provisiones y más
hombres en Panamá y Nicaragua, para luego embarcarse y llevarle refuerzos a
Pizarro, que era quien tenía que avanzar librando pelea con los indios que se
le enfrentasen, porque no solo se trataba de descubrir más tierras, sino
también de conquistarlas. Veremos
también que esta distribución de funciones iba a mermarle a Almagro aún más la
posibilidad de conseguir sus sueños, ya que donde se forjaban los grandes
prestigios era en la vanguardia de aquella terrible aventura y no en las
labores de logística en la retaguardia.
(Imagen) Digamos algo más de Hernán Ponce
de León, a quien no se debe confundir con Juan Ponce de León, gobernador de
Puerto Rico y explorador de Florida, ni con el hijo de éste, de mismo nombre,
quien hizo grandes hazañas con Cortés. La trayectoria de Hernán Ponce y la de
Soto fueron paralelas por mucho tiempo. Llegaron juntos a Indias en 1514 y
militaron bajo el mando de Pedrarias. El tráfico de esclavos los hizo ricos. Se
asociaron con Pizarro el año 1530, pero, al parecer, únicamente Soto participó
en la batalla contra Atahualpa. Lo que sí está claro es que Ponce de León fue
para siempre un hombre de la total confianza de Pizarro. Qué lejos estaban en
1530 de saber hasta qué trágico punto llegaría esa intimidad. Fue a Ponce a
quien los almagristas le entregaron el cadáver de Pizarro después de asesinarlo.
En la imagen, la bella carta de la hidalguía concedida a Ponce el año 1548
(subastada en el 2015 por 3.000 euros).
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