(70) Sigue contando Cieza: “Anduvo luego
Pizarro hasta que llegó a la bahía de
Caraques; entraron en un pueblo de una india, cuyo marido había muerto, donde
los indios en lo secreto odiaban a los españoles, y, en lo público, con temor
de ellos y de los caballos, mostraban
buen rostro, ‘a guisa de gallegos’, como se dice (se ve que los prejuicios son resistentes)”. Pizarro los trató bien,
evitando conflictos. Los indios tenían ganas de atacar, pero no se atrevían: “Salió
uno de los españoles, llamado Santiago,
en un caballo a hacer una necesidad, fue visto por los indios, y como
iba descuidado, salieron a él en cuadrilla y lo mataron. El gobernador, con enojo, mandó a Cristóbal
de Mena que fuese con algunos españoles
a prender los que pudiese, y, al volver de la entrada, apartándose otro
español un poco del camino, también fue muerto. Y con gran saña que tomó de
esto, Pizarro mandó a los de caballo que picasen con las lanzas a los que
topasen, y así fueron muertos algunos de ellos, y prendieron a un principal”.
El cacique dijo que no fue culpa suya sino obra de algunos locos, e incluso le
pidió a Pizarro que ahorcase a uno de los culpables. Pues, dicho y hecho. Luego
soltó al cacique con las advertencias de rigor.
“Y después, caminaron hasta la provincia de
Puerto viejo, donde los indios guardan grandes religiones, y se vieron en
algunos lugares formas con miembros deshonestos a los que adoran. Como los
caciques andaban en las guerras que había entre Huáscar y Atahualpa (eran hermanastros y se disputaban la
herencia del fallecido emperador Huayna
Cápac; gran suerte, pues, para los españoles), no se formó ejército para
con potencia para procurar la muerte de los españoles, pues eran muy pocos, y
así salieron a Pizarro mostrando alegría con su venida. Estuvieron quince días
en aquella tierra, y supo por un pequeño navío que había salido de Nicaragua
cómo por tierra venía Sebastián de
Benalcázar con otros cristianos y algunos caballos, de lo que recibió placer, y
dende a pocos días llegó Benalcázar con Mogrovejo, Francisco de Quiñones, Juan
de Porras, De Fuentes, Diego Prieto, Rodrigo Núñez, Alonso Beltrán y otros,
hasta treinta; los caballos eran doce. Fueron bien recibidos por el gobernador
y por los que con él estaban”.
Pues ahora sí que vamos a dar un salto
atrás porque no podemos perdernos a un personaje muy peculiar, que también fue
cronista de esta historia: JUAN RUIZ DE ARCE. Me llama la atención que apenas
se hable de él, hasta el extremo de que el mismo Cieza, incomprensiblemente, lo
pasa por alto. Acaba de decir que ‘supo por un pequeño navío’ que Benalcázar
venía por tierra con un grupo de soldados. ¿Y ya está? ¿Quiénes iban en ese
barco? ¿Por qué no lo dice, si casi siempre da nombres de los que se
incorporaban a las tropas de Pizarro? Solo hay una explicación: nadie los
conocía. Iba en el barco su dueño, que resultó ser Juan Ruiz de Arce, un hombre
cuya historia personal fue rocambolesca. Llevaba el futuro cronista con él más
gente, siendo todos probablemente desconocidos porque, aunque habían partido de
Nicaragua, procedían de la lejana costa de Honduras.
(Imagen) Algunos de aquellos hombres servían
para todo. Fue el caso de Cristóbal de Mena (nacido en Ciudad Real). Tenía el
grado de capitán (otorgado por el duro Pedrarias Dávila) y el máximo mando
después de los Pizarro. Pero algo pasó cuando llegaron Soto y Benalcázar, porque fue rebajado de categoría, quizá debido
a que era paisano de Almagro, al que siempre le prestó su ayuda. Le vemos hoy
al mando de un grupo de jinetes encargados de castigar a los indios por matar a
un español “que salió a hacer una necesidad y lo cogieron descuidado (cuenta Cieza)”. Aparecerá después en
momentos clave de la conquista; por ejemplo, formando parte del tribunal que
condenó a muerte a Atahualpa. Pero era un multiusos, y escribió una pequeña
crónica (la primera publicada: año 1534). Fue asimismo uno de los pocos
sensatos que, tras enriquecerse con los botines, dijeron ‘ya vale’ y se volvieron a España.
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