viernes, 29 de septiembre de 2017

(Día 499) Victorias y derrotas mutuas entre Atahualpa y Huáscar, en las que las represalias fueron terribles. Huáscar se decide a ponerse al frente de sus tropas, tiene casi vencido a su enemigo pero se duerme en los laureles.

     (89) A partir de la pintoresca fuga de Atahualpa, la guerra fue cada vez más feroz, alternándose las victorias y las derrotas. Luchaban por el control del imperio, sin poder imaginar que tenían un enemigo común mucho más peligroso, como un virus letal de apariencia insignificante. Tampoco los españoles eran conscientes de ser ellos los verdaderos protegidos del dios Sol: se limitaban a seguir adelante con la terrible angustia a lo desconocido, pero determinados a vencer o morir.
     El que estaba entonces al frente de las tropas de Huáscar era su hermano Huanca Auqui. Después de su victoria, había rodeado al ejército derrotado, pero Atahualpa, con una multitud de indios exultantes, rompió el cerco, se unió a sus generales Caracuchima y Quizquiz, y logró que el enemigo huyera hacia Tomebamba, donde fue estrepitosamente vencido. Atahualpa entró rutilante en la ciudad. Lleno de cólera por la traición de su cacique Ullco-Colla, quiso castigar a los cáñaris por haber combatido a favor de Huáscar. Asaeteó a los principales jefes y exterminó a todos lo que habían luchado contra él, matando también a sus esposas y a sus hijos, y ordenó que se sacasen sus corazones y fueran esparcidos por las tierras cáñaris. Huáscar interpretó la derrota como una incompetencia de su hermano Huanca Auqui y de sus capitanes; irritado, los envió al Cuzco vestidos de mujer, obligándolos a que se presentaran así al llegar. Huanca Auqui, muy molesto por esta humillación, quiso mostrar que no era un cobarde, se preparó de nuevo contra las tropas de Atahualpa y, en un ataque por sorpresa, las derrotó.
     Aunque Atahualpa estaba dispuesto a concertar la paz, la actitud de Huáscar, que se consideraba el legítimo heredero de todo el imperio, fue inflexible: la lucha debía continuar hasta un desenlace definitivo. Era un enfrentamiento en el que cada bando tenía el refuerzo de diversos pueblos indígenas sometidos a su autoridad. Huanca Auqui incorporó a su ejército a 10.000 chachapoyas y se lanzó al ataque, pero fue derrotado nuevamente, esta vez por Quizquiz, uno de los grandes generales de Atahualpa. Salió tan mal parado que hubo de huir hacia el Cuzco. Yendo de camino le llegaron nuevos refuerzos, y se dirigió, deseoso de vengar tanto fracaso, a Cajamarca, tomada por Quizquiz. La batalla fue brutal y equilibrada, pero sufrió un descalabro más. Huáscar, loco de ira por tanto desastre, mató en venganza a todos los quiteños que habían llevado al Cuzco el cadáver de Huayna Cápac, y abominó de quienes le habían aconsejado la guerra. Nombró como nuevo general a Mayta Yupanqui; se produjo una de las batallas más sangrientas de América y nuevamente perdió frente a Quizquiz.
     Huáscar decidió que la guerra continuara, pero, además, estando él presente cerca de sus soldados. Aumentó su número, y con Mayta Yupanqui al frente, consiguieron dos victorias seguidas. Pero se durmieron en los laureles como Aníbal, dedicándose a celebrarlo a lo grande. En una rápida maniobra, se juntó todo el ejército de Atahualpa con sus tres grandes generales al mando, Quizquiz, Curicuchima y Rumiñahui.


    (Imagen) La guerra entre Huáscar y Atahualpa estaba siendo atroz y una práctica bélica de primer orden para las dos enormes huestes. El mérito de Pizarro y sus hombres fue doble: los ejércitos incas no solamente era multitudinarios, sino que, además, llevaban varios años de durísima experiencia en las terribles guerras de los dos bandos, los de Huáscar y Atahualpa. Los guerreros eran bravos, sin miedo a la muerte, y muy curtidos en las estrategias de lucha. Los españoles también, pero tenían un problema muy serio: la escasez de hombres, cuyo número resultaba ridículo en comparación con el de los enemigos. Sin embargo, contaban con otras bazas: los perros de ataque, los caballos, la artillería y la técnica militar europea. ¿Algo más? Pues sí, lo más importante: la fe en los milagros y, sobre todo, la astucia. Una astucia asimilada con el ejemplo de otras conquistas de las Indias, especialmente la de México. Había que descabezar el ejército inca apresando a su emperador. Objetivo sumamente difícil, pero el único capaz de derrumbar a las tropas indígenas.


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