(81) No se olvide que también Pizarro respetó
a Pedrarias, aunque tuvo que esquivarlo para que no le ‘robara’ la campaña de
Perú. El irascible viejo sabía apreciar las cualidades de sus soldados y muy
pronto le otorgó a Hernando de Soto el rango de capitán, algo muy prestigioso
en el campo de batalla extendido por todo el territorio de Indias. Su compañero
de armas, el cronista Pedro Pizarro, que escamoteó la ‘faena’ que los Pizarro
le hicieron los Pizarro, lo describió así: “Era hombre pequeño, diestro en la
guerra de los indios, valiente y afable con los soldados”. Participando en las
constantes expediciones del duro gobernador Pedrarias, Hernando de Soto se
enriqueció, tuvo barcos propios y siguió prosperando con el tráfico de esclavos.
Ya vimos que él y sus socios Hernán Ponce de León y Francisco Compañón los
tenían en sus barcos en Nicaragua cuando Nicolás de Ribera y el piloto
Bartolomé Ruiz les propusieron que se unieran a la campaña de Pizarro. Todos
eran viejos conocidos de las andanzas
guerreras por Centroamérica. Es evidente que cada gobernación reunió a su propia
gente para seguir con la expansión de los descubrimientos por las zonas que le
correspondían administrar. México se conquistó con hombres de Santo Domingo o
Cuba, principalmente bajo la jurisdicción del notable gobernador Diego
Velázquez de Cuéllar; Pizarro reclutó, en su mayoría, conquistadores de la
gobernación de Pedrarias Dávila, todos viejos amigos que conocían la vida y
milagros de cada uno de ellos. Hemos visto ahora a Hernando incorporándose a la
tropa de Pizarro, y chasqueado por faltarle a la promesa de hacerlo general.
Iremos anotando sus brillantes pasos en Perú, que abandonó tras la muerte de
Atahualpa, volviendo rico a España. Consiguió, como hemos visto, una licencia
para explorar en Florida. Descubrió el gran río Mississippi y, en sus orillas,
la muerte (año 1541) le impidió triunfar a lo grande. Pero eso fue otra
(impresionante) historia.
Cieza nos está esperando para seguir
llevándonos de la manita por las maravillas y los horrores de la aventura
peruana: “Como Hernando de Soto llegase con la gente dicha, Pizarro determinó
salir de la isla Puná, pues tanta rebeldía había en sus naturales, e ir a
Tumbes, tierra de sus amigos, adonde creyó que serían bien hospedados y
proveídos”. Con ese ‘creyó’, ya nos está anunciado Cieza una ‘tormenta’. Los de
Tumbes entraron en un mar de dudas y la tormenta estalló. Lo explica
maravillosamente, pero habrá que limitarse a entresacar algunos párrafos: “Habían
los principales de Tumbes andado con los españoles en la Puná, donde Pizarro
les había entregado más de trescientas personas que los de la isla tenían
cautivas y consentido el daño que allí hicieron, que fue mucho, sin les
estorbar, creyendo que en ellos tendría amigos fieles para lo de adelante, pero
los de Tumbes temieron el hospedaje de tal gente. Unas veces les parecía bien
llevar adelante la amistad trabada, sin mezcla de engaño, pero algunos decían
que de los incas habían de ser muertos y castigados con grandes penas los que
de ella se hubiesen mostrado favorables, y que, además, los españoles no daban
amistad con igualdad, sino que habían de señorear, pues tenían en tan poco sus
personas. De manera que se vinieron a conformar en procurar la muerte de los
españoles”.
(Imagen) Pizarro y sus hombres salieron de
la isla Puná, en la que se habían aprovechado los tumbesinos de su fingida
amistad con los españoles para sacar horrendo provecho de la dura derrota que
sufrieron los isleños, sus eternos enemigos. Si algo queda claro es que el
cacique tumbesino Chilimasa fue de una refinada y eficaz astucia al conseguir
que Pizarro obligara a los punaes a devolverle los indios que tenían presos, e
incluso a poner en sus manos a varios caciques suyos para ejecutarlos. Era
mucho el odio que les tenía por una crónica enemistad y porque los punaes
acababan de arrasar Tumbes. Poco se sabe de los orígenes de los tumbesinos,
expertos navegantes y vasallos de los incas, cuya raza es la de los tumpis. Bastará
la batalla que van a tener con los españoles para que Chilimasa quede elevado a mito local, siendo
recordado en Tumbes como uno de sus principales héroes en un original,
impresionante y bello monumento del más puro estilo indígena.
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