sábado, 16 de septiembre de 2017

(Día 488) Ante la prueba de que los de Puná van a atacarlos, Pizarro manda apresar a Tumbalá y a los demás caciques. Respeta la vida de Tumbalá, pero pone a los otros en manos de los de Tumbes, quienes los matan cruelmente.

     (78) Francisco Pizarro fue siempre el indiscutible máximo líder  de toda la campaña de Perú, pero de vez en cuando daba la nota inoportuna Hernando, muy orgulloso de su pasado y de ser el auténtico cabeza de familia de los Pizarro. Y de estos chispazos vendrían después terribles tormentas. Queda por añadir que, como ‘los enemigos de mis amigos son mis enemigos’, me resulta tendenciosa la versión que da de este conflicto el cronista Pedro Pizarro, aunque lo vivió en directo: “Sucedió que el tesorero de Su Majestad, Riquelme, vista la tierra cuán pobre era y enferma hasta entonces, y por otras cosas que él fingió haberle movido, acordó huirse de la tierra, se concertó con un arráez (patrón de barco) de un navichuelo, y una noche se embarcó y se fue. Sabido, pues, por el Marqués, se metió en un navío y fue tras él, le alcanzó y volvió”. Pues vale: ni la más mínima alusión al encontronazo con Hernando Pizarro; solo una velada alusión a “otras cosas que él fingió…”.
     Los indios de Puná, muy irritados por la presencia de los españoles, se fueron preparando para luchar. Una vez más Pizarro recibió el aviso de un intérprete, y en esta ocasión se lo tomó en serio: “Mandó que toda la tropa estuviese apercibida para lo que viniese y que fuesen los suficientes y le trajesen preso a Tumbalá con los otros caciques que hallasen con él; y sin que se pudiesen ausentar, tomaron los que hallaron, que pasaban de dieciséis, y Tumbalá entre ellos (para llevarlo a cabo, fue necesario luchar duramente con los indios de Puná, que mataron el caballo de Hernando Pizarro y a él le travesaron una pierna; entre los caciques presos, estaban también dos hijos de Tumbalá). Pizarro les habló con enojo, pues por tantas vías habían procurado matar a él y a los suyos sin les haber tomado sus mujeres ni otra cosa que lo que les daban de su voluntad, lo cual había disimulado las veces pasadas. Y diciendo esto, mandó que Tumbalá fuese mirado con cuidado, porque por ser el principal no quería que muriese, y los demás los entregaron en manos de los de Tumbes, sus enemigos, los cuales los mataron con gran crueldad, sin haber cometido otro delito que querer defender su tierra de quien se la quería usurpar”. Es sorprendente Cieza. Tiene más razón que un santo, pero su postura es una incongruencia total con la mentalidad de su tiempo, y hasta una contradicción consigo mismo, que también fue soldado. Las Indias fueron un mundo cruel, del que eran responsables desde el rey hasta el último conquistador, con la misma crueldad (probablemente hasta menor) que cualquier otro reino de aquella época embarcado en luchas territoriales, cuya justificación nadie se planteaba, o si se hacía, era trampeando.     
     Podemos comparar lo que cuenta Cieza con la cruda versión del cronista Pedro Pizarro: “Los indios de Tumbes, sabido el apresamiento de Tumbalá y sus caciques, vinieron de paz fingida para vengarse de los de la isla de Puná, a causa de que entre ellos había habido grandes guerras y los de Puná habían destruido y quemado Tumbes, y rogaron al Marqués Don Francisco Pizarro que les diese al cacique Tumbalá y sus principales para matarlos, diciéndole que ellos serían muy amigos de los cristianos si esto se hiciese. El Marqués, por tenerlos por amigos y que estuviesen de paz cuando a Tumbes pasasen, les dio a algunos de los principales, los cuales mataron en presencia de los españoles cortándoles las cabezas por el cogote. Al cacique principal no se lo quiso dar, antes después lo soltó cuando de allí nos partimos”.


     (Imagen) El doble juego de Tumbalá, el cacique de Puná, le costó caro, pero fue, como dice el cronista Xerez, después de una sangrienta batalla: “Había muchos indios puestos a punto de guerra”. Pizarro se adelantó apresando  a Tumbalá y lanzándose al ataque: “Mataron a alguna gente y los demás indios huyeron”. Los españoles pasaron la noche de guardia: “Antes de amanecido, venía mucho número de indios con sus armas. Nos mandó Pizarro que acometiésemos con mucho ánimo, y al acometer fueron heridos muchos cristianos, pero los indios fueron desbaratados. Les hicimos guerra por la isla veinte días, quedando bien castigados”. El pánico de Tumbalá, preso, tuvo que ser enorme, pero Pizarro le perdonó la vida, librándolo del odio de los de Tumbes, a quienes, sin embargo, les entregó varios caciques de Puná y los decapitaron.


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