(79) Pedro Pizarro cuenta también una anécdota
que repiten otros cronistas: “Aquí, en esta isla, se hallaron tres indias que
habían sido criadas de Morillo y Bocanegra, dos españoles que se quedaron
cuando don Francisco Pizarro fue a España a pedir la gobernación. Entre la ropa
de ellas se halló un papel en el que decía Bocanegra: ‘Los que a esta tierra
viniéredes sabed que hay más oro en ella que hierro en Vizcaya’. Leído el
papel, la más gente creyó ser echado adrede por el Marqués don Francisco
Pizarro para animar a la gente, porque venían muy descontentos de no haber
hallado otro Coaque (donde habían cogido
un buen botín)”. Pizarro acaba de mencionar a alguien de quien todos se
olvidan, Morillo, otro de los españoles ‘perdidos’, al que habrá que añadir a
los que siempre se recuerdan, Molina, Ginés y Bocanegra.
Pero, antes de que los españoles partieran
dejando libre a Tumbalá, se había producido un tremendo enfrentamiento. El
hecho de que Pizarro, tras derrotar a los indios de Puná, hubiera ordenado la
muerte de todos los caciques apresados (menos Tumbalá), confiando, además, la
ejecución a sus odiados enemigos tumbesinos, provocó una desaforada rebelión en
la isla. Para sorpresa de Pizarro, nada la frenó, ni siquiera la baza de un
Tumbalá preso. Sigamos a Cieza: “Los indios determinaron de morir en el campo
o, con la muerte de los españoles, vengar la que dieron los de Túmbez a sus
caciques. Y así salieron con súbito furor y, llegando a vista de los españoles,
de los cuales se habían desmandado tres o cuatro codiciosos a buscar oro entre
los muertos, los mataron cruelmente. Pizarro animó a su gente con palabras de
capitán esforzado, como él fue y de ánimo grande. Los caballos fueron puestos
en orden; los nuestros se mezclaron entre ellos alanceando y cortando con las
espadas, tanto que el campo estaba lleno de sangre. Los indios se acuitaron,
pareciéndoles que repugnaba a toda razón que tan poquitos hombres prevaleciesen
contra los millares que ellos eran. No hicieron otro daño que herir a dos
españoles y tres caballos”.
Nos puede parecer un chiste lo que cuenta
después Cieza, pero no se trata de una broma suya, sino una muestra fiel de las
profundas creencias religiosas de aquellos españoles: “Como Pizarro viese que
tantos indios habían muerto y morirían
en aquella guerra, doliéndose de la perdición de sus ánimas, pues es notorio que
iban todos a parar en el infierno, con mucha tristeza que de ello sintió, dijo
a Tumbalá: ‘Por qué has causado tanto mal, pues no te quise matar por la
dignidad del señorío que tienes, y no ha manado de tu voluntad mandar a los
tuyos que dejen las armas y querer nuestra amistad’. Y para que el daño no fuese adelante, le pidió que mandase a los
indios que dejasen sus armas y viniesen a sus casas”. Tumbalá le respondió con
sus propias quejas (motivos no le faltaban), pero cedió: “Le dijo que, sin
embargo, por hacerle placer, enviaría a mandar a los indios que dejasen las
armas y viniesen en buena confederación y amistad. Pizarro se alegró, porque no
deseaba conquistar derramando sangre”. Pero fue inútil: “Cuando los indios
oyeron lo que Tumbalá mandaba, se indignaron contra él, diciendo que no
tendrían paz con quien tanto mal les había hecho, de lo que Pizarro recibió
enojo. Mandó a Juan Pizarro, su hermano, y a Sebastián de Benalcázar (que empieza a mostrar su creciente
protagonismo) que fuesen por la isla con alguna gente que hiciesen guerra a
los isleños, mas los indios se metieron por ciénagas tembladeras, donde estaban
seguros de no recibir daño”. Eran indios bravos que llegaron a resistirse a
Huayna Cápac y a su hijo Atahualpa, al que, cuando lo apoyaron, fue
voluntariamente.
(Imagen) Pizarro, harto de estar en Puná e
impaciente por avanzar, abandonó la isla, aunque después fue totalmente sometida.
Pero el año 1541 se produjo un levantamiento general de los indios, tan osado
que ‘liquidaron’ a las autoridades españolas, ejecutando, entre otros, nada
menos que al obispo Vicente de Valverde. La victoria, como siempre les ocurría a los nativos, resultó
fugaz: en 1542, el capitán Diego de Urbina los aplastó e hizo ahorcar a los
principales caciques rebeldes. Es muy probable que uno de ellos fuera Tumbalá,
porque su hijo Tomalá aparece pronto como sucesor suyo en el cacicazgo. Además,
Diego de Urbina, hizo que, tras bautizarlo con el nombre de Diego Tomalá,
asimilara perfectamente la cultura española. Tanto, que llegó a luchar en las
guerras civiles contra el rebelde Gonzalo Pizarro, siendo premiado por el rey.
La isla de Puná tuvo también que resistir muchos ataques de los piratas
europeos.
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