lunes, 18 de septiembre de 2017

(Día 489) Un supuesto mensaje de Bocanegra dice que hay grandes tesoros en Perú. Duras batallas con los indios de Puná. Los indios ni siquiera respetan el deseo de paz del cacique Tumbalá.

     (79) Pedro Pizarro cuenta también una anécdota que repiten otros cronistas: “Aquí, en esta isla, se hallaron tres indias que habían sido criadas de Morillo y Bocanegra, dos españoles que se quedaron cuando don Francisco Pizarro fue a España a pedir la gobernación. Entre la ropa de ellas se halló un papel en el que decía Bocanegra: ‘Los que a esta tierra viniéredes sabed que hay más oro en ella que hierro en Vizcaya’. Leído el papel, la más gente creyó ser echado adrede por el Marqués don Francisco Pizarro para animar a la gente, porque venían muy descontentos de no haber hallado otro Coaque (donde habían cogido un buen botín)”. Pizarro acaba de mencionar a alguien de quien todos se olvidan, Morillo, otro de los españoles ‘perdidos’, al que habrá que añadir a los que siempre se recuerdan, Molina, Ginés y Bocanegra.
     Pero, antes de que los españoles partieran dejando libre a Tumbalá, se había producido un tremendo enfrentamiento. El hecho de que Pizarro, tras derrotar a los indios de Puná, hubiera ordenado la muerte de todos los caciques apresados (menos Tumbalá), confiando, además, la ejecución a sus odiados enemigos tumbesinos, provocó una desaforada rebelión en la isla. Para sorpresa de Pizarro, nada la frenó, ni siquiera la baza de un Tumbalá preso. Sigamos a Cieza: “Los indios determinaron de morir en el campo o, con la muerte de los españoles, vengar la que dieron los de Túmbez a sus caciques. Y así salieron con súbito furor y, llegando a vista de los españoles, de los cuales se habían desmandado tres o cuatro codiciosos a buscar oro entre los muertos, los mataron cruelmente. Pizarro animó a su gente con palabras de capitán esforzado, como él fue y de ánimo grande. Los caballos fueron puestos en orden; los nuestros se mezclaron entre ellos alanceando y cortando con las espadas, tanto que el campo estaba lleno de sangre. Los indios se acuitaron, pareciéndoles que repugnaba a toda razón que tan poquitos hombres prevaleciesen contra los millares que ellos eran. No hicieron otro daño que herir a dos españoles y tres caballos”.
     Nos puede parecer un chiste lo que cuenta después Cieza, pero no se trata de una broma suya, sino una muestra fiel de las profundas creencias religiosas de aquellos españoles: “Como Pizarro viese que tantos indios habían muerto y  morirían en aquella guerra, doliéndose de la perdición de sus ánimas, pues es notorio que iban todos a parar en el infierno, con mucha tristeza que de ello sintió, dijo a Tumbalá: ‘Por qué has causado tanto mal, pues no te quise matar por la dignidad del señorío que tienes, y no ha manado de tu voluntad mandar a los tuyos que dejen las armas y querer nuestra amistad’. Y para que el daño  no fuese adelante, le pidió que mandase a los indios que dejasen sus armas y viniesen a sus casas”. Tumbalá le respondió con sus propias quejas (motivos no le faltaban), pero cedió: “Le dijo que, sin embargo, por hacerle placer, enviaría a mandar a los indios que dejasen las armas y viniesen en buena confederación y amistad. Pizarro se alegró, porque no deseaba conquistar derramando sangre”. Pero fue inútil: “Cuando los indios oyeron lo que Tumbalá mandaba, se indignaron contra él, diciendo que no tendrían paz con quien tanto mal les había hecho, de lo que Pizarro recibió enojo. Mandó a Juan Pizarro, su hermano, y a Sebastián de Benalcázar (que empieza a mostrar su creciente protagonismo) que fuesen por la isla con alguna gente que hiciesen guerra a los isleños, mas los indios se metieron por ciénagas tembladeras, donde estaban seguros de no recibir daño”. Eran indios bravos que llegaron a resistirse a Huayna Cápac y a su hijo Atahualpa, al que, cuando lo apoyaron, fue voluntariamente.


    (Imagen) Pizarro, harto de estar en Puná e impaciente por avanzar, abandonó la isla, aunque después fue totalmente sometida. Pero el año 1541 se produjo un levantamiento general de los indios, tan osado que ‘liquidaron’ a las autoridades españolas, ejecutando, entre otros, nada menos que al obispo Vicente de Valverde. La victoria, como  siempre les ocurría a los nativos, resultó fugaz: en 1542, el capitán Diego de Urbina los aplastó e hizo ahorcar a los principales caciques rebeldes. Es muy probable que uno de ellos fuera Tumbalá, porque su hijo Tomalá aparece pronto como sucesor suyo en el cacicazgo. Además, Diego de Urbina, hizo que, tras bautizarlo con el nombre de Diego Tomalá, asimilara perfectamente la cultura española. Tanto, que llegó a luchar en las guerras civiles contra el rebelde Gonzalo Pizarro, siendo premiado por el rey. La isla de Puná tuvo también que resistir muchos ataques de los piratas europeos.


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