miércoles, 6 de septiembre de 2017

(Día 479) En Coaque esperan durante siete meses la llegada de refuerzos. Tortura del hambre y de una extraña enfermedad que producía ‘bubas’. Llegan dos barcos con más gente y provisiones, y van hasta Passaos, donde su cacique los trata bien. Pizarro tenía prisa y siguieron adelante.

     (69) Luego Cieza menciona una rara y tremenda enfermedad que los torturó constantemente: “El gobernador quedó con los cristianos en Coaque, tierra enferma, cerca de la línea equinoccial, donde pasaron mucho trabajo y molestia porque estuvieron más de siete meses,  y acaeció que algunos amanecían con los miembros hinchados y  así estaban veinte días o más; a los más de ellos les nacían unas verrugas por encima de los ojos, muy  malas y feas. Como no supiesen cura para enfermedad tan contagiosa, algunos las cortaban y se desangraban en tanta manera, que se escaparon pocos sin morir de los que lo hicieron”. También Pedro Pizarro lo comenta: “Hubo una enfermedad de verrugas con muchos dolores como de bubas, algunas tan grandes como huevos, y, reventando el cuero, corría sangre y materia. Algunos dijeron que la causa era de unos pescados que los indios dieron a los españoles con malicia”.
     Como  era casi habitual en todas las expediciones de las Indias, se vieron atrapados en un callejón sin salida, para desesperación sobre todo de los nuevos en la campaña, que estaban ya bastante deprimidos por el repugnante aspecto de los numerosos afectados por las bubas. El hambre llegó a ser insoportable, como dice el cronista Diego de Trujillo: “Es tierra lluviosa, de grandes truenos y grandes culebras y sapos. Y cuando ya no había comida, tres soldados se comieron una culebra, dos murieron, y el otro, que la embarró con unos  ajos, no murió, mas pelose todo y quedó tal, que en mucho tiempo no volvió en sí”. Todos llegaron al límite de la resistencia, y cuenta Cieza: “Aguardaban las naos con gran deseo, y como no venían, determinaron salir para otra tierra mejor, pero vieron por la mar venir un navío bien cargado de bastimento y refresco para los españoles, de lo que todos se mostraron muy contentos. Los de la nao saltaron a tierra y fueron bien recibidos. Diéronle a Pizarro las cartas de Almagro y Luque. Y pasados ciertos días, siguieron por la costa arriba hasta que llegaron al pueblo de Passaos (Cabo Passaos, Ecuador; justo en la línea equinoccial)”. Aunque no lo concreta Cieza, la tropa de Pizarro había aumentado con los que llegaron en el barco, quienes, a su vez, se desmoralizaron porque, en lugar de encontrar las anunciadas maravillas, se dieron de bruces con la terrible situación en que estaban aquellos atormentados.
     Los indios de Passaos habían perdido la confianza en los españoles por los terribles rumores que corrían, pero tenían la esperanza de que fueran exagerados: “Aguardaban a ver con sus ojos lo cierto de la nueva gente que les había llegado para enviar aviso de todo a los delegados de los incas y que se supiera en El Cuzco y en Quito, y en todas partes. El señor de este pueblo, contra el parecer de muchos de los suyos, aguardó de paz al gobernador para que le tratase como amigo”. Les dio provisiones a los españoles, y Pizarro, correspondiéndole con respeto y agradecido, dio orden de seguir adelante. Tenía mucha prisa por llegar a Tumbes y estaba molesto por haberse retrasado. Cieza nos explica que este retraso fue una gran suerte: “Permitiólo así Dios, porque, de haber ido adonde quería sin que hubiera llegado la gente que se había juntado a la campaña, no hay que dudar de que a soplos los mataran. Pizarro estaba ignorante de que tenía por delante grandes ejércitos formados y que fue venturoso que pelearan unos contra otros como enemigos”.


     (Imagen) Todos los cronistas hablan de una misteriosa enfermedad que afectó a numerosos soldados de Pizarro en Coaque. Tenían grandes bultos por todo el cuerpo, supurantes y de aspecto muy desagradable, a los que calificaron de bubas. Bastantes murieron, y otros se recuperaron totalmente. Se asemejaba mucho al caso de bartonelosis que vemos en la imagen, pero con una diferencia: al parecer no era contagiosa;  nunca se ha sabido con certeza de qué se trataba. Fue una miseria más de las que los torturaron, que resultó muy deprimente de ver para los nuevos refuerzos que vinieron. Antes de que llegaran a tierras peruanas, hubo allá otra terrible epidemia, tampoco diagnosticada, que acabó con la vida del gran Huayna Cápac, el padre de Atahualpa. Los encuentros con  nuevos pueblos dan origen a numerosos intercambios, algunos funestos. Los españoles les contagiaron la viruela (hasta por eso nos acusan algunos de genocidio) y, a cambio, recibieron la sífilis.
 

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