(69) Luego Cieza menciona una rara y
tremenda enfermedad que los torturó constantemente: “El gobernador quedó con
los cristianos en Coaque, tierra enferma, cerca de la línea equinoccial, donde
pasaron mucho trabajo y molestia porque estuvieron más de siete meses, y acaeció que algunos amanecían con los
miembros hinchados y así estaban veinte
días o más; a los más de ellos les nacían unas verrugas por encima de los ojos,
muy malas y feas. Como no supiesen cura
para enfermedad tan contagiosa, algunos las cortaban y se desangraban en tanta
manera, que se escaparon pocos sin morir de los que lo hicieron”. También Pedro
Pizarro lo comenta: “Hubo una enfermedad de verrugas con muchos dolores como de
bubas, algunas tan grandes como huevos, y, reventando el cuero, corría sangre y
materia. Algunos dijeron que la causa era de unos pescados que los indios
dieron a los españoles con malicia”.
Como
era casi habitual en todas las expediciones de las Indias, se vieron
atrapados en un callejón sin salida, para desesperación sobre todo de los
nuevos en la campaña, que estaban ya bastante deprimidos por el repugnante
aspecto de los numerosos afectados por las bubas. El hambre llegó a ser
insoportable, como dice el cronista Diego de Trujillo: “Es tierra lluviosa, de
grandes truenos y grandes culebras y sapos. Y cuando ya no había comida, tres
soldados se comieron una culebra, dos murieron, y el otro, que la embarró con
unos ajos, no murió, mas pelose todo y
quedó tal, que en mucho tiempo no volvió en sí”. Todos llegaron al límite de la
resistencia, y cuenta Cieza: “Aguardaban las naos con gran deseo, y como no
venían, determinaron salir para otra tierra mejor, pero vieron por la mar venir
un navío bien cargado de bastimento y refresco para los españoles, de lo que todos
se mostraron muy contentos. Los de la nao saltaron a tierra y fueron bien
recibidos. Diéronle a Pizarro las cartas de Almagro y Luque. Y pasados ciertos
días, siguieron por la costa arriba hasta que llegaron al pueblo de Passaos (Cabo Passaos, Ecuador; justo en la línea equinoccial)”. Aunque no lo concreta
Cieza, la tropa de Pizarro había aumentado con los que llegaron en el barco,
quienes, a su vez, se desmoralizaron porque, en lugar de encontrar las
anunciadas maravillas, se dieron de bruces con la terrible situación en que
estaban aquellos atormentados.
Los indios de Passaos habían perdido la
confianza en los españoles por los terribles rumores que corrían, pero tenían
la esperanza de que fueran exagerados: “Aguardaban a ver con sus ojos lo cierto
de la nueva gente que les había llegado para enviar aviso de todo a los
delegados de los incas y que se supiera en El Cuzco y en Quito, y en todas
partes. El señor de este pueblo, contra el parecer de muchos de los suyos,
aguardó de paz al gobernador para que le tratase como amigo”. Les dio
provisiones a los españoles, y Pizarro, correspondiéndole con respeto y
agradecido, dio orden de seguir adelante. Tenía mucha prisa por llegar a Tumbes
y estaba molesto por haberse retrasado. Cieza nos explica que este retraso fue
una gran suerte: “Permitiólo así Dios, porque, de haber ido adonde quería sin
que hubiera llegado la gente que se había juntado a la campaña, no hay que
dudar de que a soplos los mataran. Pizarro estaba ignorante de que tenía por
delante grandes ejércitos formados y que fue venturoso que pelearan unos contra
otros como enemigos”.
(Imagen) Todos los cronistas hablan de una
misteriosa enfermedad que afectó a numerosos soldados de Pizarro en Coaque.
Tenían grandes bultos por todo el cuerpo, supurantes y de aspecto muy desagradable,
a los que calificaron de bubas. Bastantes murieron, y otros se recuperaron
totalmente. Se asemejaba mucho al caso de bartonelosis que vemos en la imagen,
pero con una diferencia: al parecer no era contagiosa; nunca se ha sabido con certeza de qué se
trataba. Fue una miseria más de las que los torturaron, que resultó muy
deprimente de ver para los nuevos refuerzos que vinieron. Antes de que llegaran
a tierras peruanas, hubo allá otra terrible epidemia, tampoco diagnosticada,
que acabó con la vida del gran Huayna Cápac, el padre de Atahualpa. Los
encuentros con nuevos pueblos dan origen
a numerosos intercambios, algunos funestos. Los españoles les contagiaron la
viruela (hasta por eso nos acusan algunos de genocidio) y, a cambio, recibieron
la sífilis.
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