(77) Juan Ruiz de Arce aporta un dato que
describe con detalle la mala relación que había entre los de Puná y los de
Tumbes, así como la actitud pacificadora de Pizarro: “Dos meses antes que
nosotros llegásemos, Tumbalá había ido a asaltar a Tumbes, que estaba de allí a
diez leguas por mar. Diose tan buena maña, que de aquella vez apresó, entre
hombres, niños y mujeres, cinco mil. Estos tenían por esclavos. Después,
Chilimasa, el señor de Tumbes, sabiendo que estábamos en la isla de Puná, vino
secretamente y se metió en nuestro real y dio razón de quién era, de lo que nos
holgamos mucho porque habíamos de ir por su tierra, aunque nos valiera más no
ir (por lo que luego pasó). E otro
día vino Tumbalá y los hicimos juntar para hacerlos amigos. Les rogamos a uno
ya otro que la guerra fuese pasada, lo que nos haría muy gran placer, y, si no,
que, al que fuese rebelde, le haríamos la guerra a fuego y sangre. Ellos lo
tuvieron por bueno. Luego mandó Tumbalá a sus principales que trajesen toda la
gente que tenían de Tumbes, y así se la dieron a Chilimasa, se embarcó y fue a
su tierra”.
Después hubo una serie de malentendidos y
sospechas que provocó varios enfrentamientos de los de Pizarro con los de Puná,
mientras los tumbesinos que allí estaban, y que aparentaban fidelidad
incondicional a los españoles, se aprovechaban de las circunstancias. Tumbalá
invitó a los españoles a una cacería, pero nuevamente Felipillo le dijo a
Pizarro que era una celada: “El Gobernador no quiso dejar de ir ni dio por
entero crédito a las palabras del intérprete, pero mandó a los españoles que
fuesen apercibidos para guerra y no para
ver caza”. Los indios se dieron cuenta de la intención de los españoles y se
limitaron a cazar, pero la conspiración estaba en marcha y se preparaban con
otros aliados para un ataque masivo.
Fue entonces cuando ocurrió una anécdota
significativa sobre el carácter poco diplomático de Hernando Pizarro. Escribe
Cieza: “Dijéronme que hubieron tales palabras el tesorero Alonso de Riquelme y
Hernando Pizarro, que Riquelme, muy sentido, se embarcó en un navío diciendo
que volvía a España a dar cuenta al rey de cosas que convenían; Francisco
Pizarro recibió pena de ello y mandó a Juan Alonso de Badajoz que volviese
hasta la punta de Santa Elena, donde le alcanzó y volvió consigo, y lo
reconcilió con su hermano”. Alonso de Riquelme tuvo una larga participación en
la conquista de Perú, incluso en las posteriores ‘guerras civiles’, y mucho
protagonismo político. Su conflicto con Hernando Pizarro se había producido por
razones administrativas enredadas con otras cuestiones personales. En todas las
expediciones de Indias, además de algún religioso, iban tres funcionarios del
rey para controlar aspectos legales y los bienes conseguidos: un tesorero, un
veedor y un contador. Es posible que Hernando intentara esquivar la supervisión
del tesorero en algún reparto de los botines, aunque Riquelme era, ya de por
sí, un hombre tortuoso. Muy grave tuvo que ser la cosa para que intentara
marchar a España y dar cuenta al rey de lo que estaba sucediendo.
(Imagen) El conflicto que enfrentó a los
Pizarro con el tesorero Alonso de Riquelme es un buen ejemplo de una dificultad
añadida que tenían los conquistadores: la de los funcionarios reales,
totalmente necesarios para el control administrativo, pero dados con frecuencia
a muchos abusos de autoridad. El historiador peruano Raúl Porras consideró a
Riquelme “el más aguzado cuervo de la conquista”. Llegó a Indias nombrado
regidor de Tumbes e, incluso, gobernador interino en caso de fallecimiento de
Pizarro y Almagro. O sea: por todo lo alto. Parece ser que hizo muchos manejos
para dejar a los Pizarro desacreditados ante los soldados. Francisco Pizarro
llegó a procesarle en Tumbes después de este incidente, pero, una vez más, tuvo
que rebajarse a pedirle disculpas, sabiendo que le podía hacer mucho daño con
tendenciosos informes dirigidos al rey.
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