viernes, 15 de septiembre de 2017

(Día 487) Pizarro consigue, de momento, que los de Puná y Tumbes hagan las paces. Tumbalá invita a una cacería trampa a los españoles, a los que no se atreve a atacar porque estaban prevenidos. Problemas con el tesorero Alonso de Riquelme.

     (77) Juan Ruiz de Arce aporta un dato que describe con detalle la mala relación que había entre los de Puná y los de Tumbes, así como la actitud pacificadora de Pizarro: “Dos meses antes que nosotros llegásemos, Tumbalá había ido a asaltar a Tumbes, que estaba de allí a diez leguas por mar. Diose tan buena maña, que de aquella vez apresó, entre hombres, niños y mujeres, cinco mil. Estos tenían por esclavos. Después, Chilimasa, el señor de Tumbes, sabiendo que estábamos en la isla de Puná, vino secretamente y se metió en nuestro real y dio razón de quién era, de lo que nos holgamos mucho porque habíamos de ir por su tierra, aunque nos valiera más no ir (por lo que luego pasó). E otro día vino Tumbalá y los hicimos juntar para hacerlos amigos. Les rogamos a uno ya otro que la guerra fuese pasada, lo que nos haría muy gran placer, y, si no, que, al que fuese rebelde, le haríamos la guerra a fuego y sangre. Ellos lo tuvieron por bueno. Luego mandó Tumbalá a sus principales que trajesen toda la gente que tenían de Tumbes, y así se la dieron a Chilimasa, se embarcó y fue a su tierra”.
     Después hubo una serie de malentendidos y sospechas que provocó varios enfrentamientos de los de Pizarro con los de Puná, mientras los tumbesinos que allí estaban, y que aparentaban fidelidad incondicional a los españoles, se aprovechaban de las circunstancias. Tumbalá invitó a los españoles a una cacería, pero nuevamente Felipillo le dijo a Pizarro que era una celada: “El Gobernador no quiso dejar de ir ni dio por entero crédito a las palabras del intérprete, pero mandó a los españoles que fuesen apercibidos para guerra y  no para ver caza”. Los indios se dieron cuenta de la intención de los españoles y se limitaron a cazar, pero la conspiración estaba en marcha y se preparaban con otros aliados para un ataque masivo.
     Fue entonces cuando ocurrió una anécdota significativa sobre el carácter poco diplomático de Hernando Pizarro. Escribe Cieza: “Dijéronme que hubieron tales palabras el tesorero Alonso de Riquelme y Hernando Pizarro, que Riquelme, muy sentido, se embarcó en un navío diciendo que volvía a España a dar cuenta al rey de cosas que convenían; Francisco Pizarro recibió pena de ello y mandó a Juan Alonso de Badajoz que volviese hasta la punta de Santa Elena, donde le alcanzó y volvió consigo, y lo reconcilió con su hermano”. Alonso de Riquelme tuvo una larga participación en la conquista de Perú, incluso en las posteriores ‘guerras civiles’, y mucho protagonismo político. Su conflicto con Hernando Pizarro se había producido por razones administrativas enredadas con otras cuestiones personales. En todas las expediciones de Indias, además de algún religioso, iban tres funcionarios del rey para controlar aspectos legales y los bienes conseguidos: un tesorero, un veedor y un contador. Es posible que Hernando intentara esquivar la supervisión del tesorero en algún reparto de los botines, aunque Riquelme era, ya de por sí, un hombre tortuoso. Muy grave tuvo que ser la cosa para que intentara marchar a España y dar cuenta al rey de lo que estaba sucediendo.


     (Imagen) El conflicto que enfrentó a los Pizarro con el tesorero Alonso de Riquelme es un buen ejemplo de una dificultad añadida que tenían los conquistadores: la de los funcionarios reales, totalmente necesarios para el control administrativo, pero dados con frecuencia a muchos abusos de autoridad. El historiador peruano Raúl Porras consideró a Riquelme “el más aguzado cuervo de la conquista”. Llegó a Indias nombrado regidor de Tumbes e, incluso, gobernador interino en caso de fallecimiento de Pizarro y Almagro. O sea: por todo lo alto. Parece ser que hizo muchos manejos para dejar a los Pizarro desacreditados ante los soldados. Francisco Pizarro llegó a procesarle en Tumbes después de este incidente, pero, una vez más, tuvo que rebajarse a pedirle disculpas, sabiendo que le podía hacer mucho daño con tendenciosos informes dirigidos al rey.


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