lunes, 11 de septiembre de 2017

(Día 483) Juan Ruiz de Arce consigue buenos botines bajo el mando de Pedrarias. Tiene noticias de cómo le va a Pizarro; con gran iniciativa, contrata a 14 soldados con caballos, prepara un barquito y va a unirse a las tropas del gran conquistador.

     (73) Continúa diciendo Juan: “Estuve en esta tierra año y medio. Durante este tiempo, llegó la nueva de que el señor de las islas de la Patronilla, que confinaba con Guatemala, se había alzado. Fuimos allá, por orden de Pedrarias, unos cien hombres, e allí saldrían contra nosotros dos mil indios de guerra, y los desbaratamos y matamos muchos”. Termina con una frase que él considera natural (a pesar de que todo indica que era buena persona), pero que muestra la dureza de aquellas campañas: “Hiriéronnos muchos cristianos y saqueamos las islas. Trajimos muchas piezas (tratados habitualmente como objetos) de esclavos y esclavas, y con aquellos esclavos y cosas que traje de aquella isla me proveí de lo necesario”.
     Juan llegó a León con planes de futuro, y fue prosperando, pero le salió al paso lo imprevisto, algo que trazó definitivamente el curso de su vida, y que nos hace ver el enorme impacto que tuvo en toda aquella zona la valiente decisión de Pizarro; había surgido una llama que se convertiría en un incendio colosal: “Estando en esta tierra, vino una nueva de Perú: cómo Pizarro estaba en él comenzando a conquistar.  Y luego puse por obra mi partida. De la gente que habíamos ido de Honduras, escogí catorce compañeros, que estaban ya encabalgados, y metímonos en un navío pequeño. En ocho días atravesamos la Mar del Sur (no se puede ser más decidido y aventurero)”. Tras recorrer unos 2.000 km, llegaron a la bahía de San Mateo, por donde ya había pasado Pizarro. Vieron en tierra unos palos plantados que habían sido usados para atar caballos, prueba del paso de Pizarro con los suyos: “Fue regocijo mío y alegría de los que conmigo iban, porque no sabíamos dónde estábamos, ni si seguir para arriba o para abajo. Desembarcamos los caballos, fuimos río arriba y dimos en un pueblezuelo  de hasta veinte casas. Allí hallamos principio de nuestra buena ventura e yo entré en una casita pequeña. Buscando maíz para mi caballo, hallé una tinaja con ropa e otras cosillas con un poco de lana hilada de colores y dos o tres agujas de plata. Entre esto estaba un poco de algodón y hallé dentro tres esmeraldas razonables (quedan dos cosas claras: Juan, a diferencia de otros, conocía el gran valor de las esmeraldas, y ‘rapiñaban’ todo lo que podían cuando iban a su aire). Al otro día, seguimos el rastro de los caballos, mientras el navío iba por la costa adelante. Los hombres del Gobernador vieron el navío, hicieron grandes ahumadas, y conociendo (los del barco de Juan Ruiz de Arce) ser de cristianos aquellas señas, volvieron hacia las ahumadas, saltaron en tierra y fueron adonde estaba el Gobernador y diéronle cuenta de lo que pasaba. Y luego el Gobernador envió tres hombres en busca nuestra”. Les quedaba, pues, alguna distancia hasta alcanzar a Pizarro. Llegaron primero a Coaque, y Juan confirma que allí la tropa de Pizarro se hizo con un gran botín: “Este pueblo salteó el Gobernador Francisco Pizarro y tomó en él 18.000 castellanos de oro (como vimos, Cieza decía más de 20.000) y muchas esmeraldas. Está en medio de la línea equinoccial. Aquí se pierde el Norte y se ven las guardas (estrellas) del Sur. Aquí nos hallaron los hombres que el Gobernador nos envió. Cuando llegamos adonde el Gobernador, salionos a recibir con hasta veinte cabalgaduras. Fue tanto su regocijo desque nos vio, que lloraba de placer”.


     (Imagen) Juan Ruiz de Arce nos seguirá contando muchas cosas de lo que sucedió hasta la total ocupación de Perú. Ahora toca terminar la pequeña reseña que estamos viendo sobre su biografía. Cuando finalizó la conquista, se dio por satisfecho con sus beneficios y emprendió el larguísimo viaje hasta España, adonde llegó en 1535. Fue recibido en Madrid por la esposa de Carlos V, la reina Isabel, quien le otorgó un escudo de armas. Estuvo en la Corte disfrutando como un turista, y regresó después a Alburquerque, su pueblo natal, pero, por sentido patriótico, se ofreció a servirle a Carlos V con su caballo y su lanza para la guerra contra Francia. Camino de Aragón vio frustrada su oferta porque el rey licenció a su ejército, pero tuvo tiempo de asistir en Zaragoza a todos los festejos organizados con motivo de la jura del príncipe heredero, Felipe II. Nueva vuelta a Alburquerque, ya para siempre, donde se casó con doña María Gutiérrez, tuvo varios hijos y el tiempo necesario para escribir reposadamente su entrañable crónica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario