martes, 26 de septiembre de 2017

(Día 496) El irascible Hernando Pizarro patea a un espía de Atahualpa. El temor a los españoles se iba extendiendo. Las noticias de las riquezas del Cuzco animan a la tropa. Soto y Belalcázar abortan un ataque de los indios.

     (86) Se había quedado al mando en Poechos Hernando Pizarro, “como capitán general que era” dice el cronista Pedro Pizarro con su costumbre de dejar en segundo plano a Almagro. Y nos cuenta un incidente: “Aconteció que Atahualpa, teniendo noticia de los españoles, envió a Poechos a un orejón para que disimulando viese a los cristianos y conociese qué gente era. Llegado el indio, los caciques se alborotaron y dejaban de servir como solían a Hernando Pizarro. El orejón, tomando (disfrazado con) el traje de los indios tallanos y un cesto de guabas, fue a llevarle aquel presente a Hernando Pizarro, fingiendo que iba a disculpar al cacique de Poechos por no haberle servido. Llegado que fue, Hernando Pizarro se levantó my airado, lo derribó en el suelo y le dio muchas coces. El indio se tapó para no ser conocido”. No deja de ser un detalle más del ‘estilo’ de Hernando Pizarro. En ocasión posterior, el mismo indio le aclaró el incidente a Francisco Pizarro.
     Cieza habla de que cada vez tenían más noticias esperanzadoras del Cuzco y otras poblaciones incas y del temor que dejaban los españoles a su paso: “Se decía que en el Cuzco, Bilcas y Pachacama había grandes edificios de los reyes, muchos de los cuales estaban chapados con oro y plata. Pizarro le hablaba de esto a los suyos para que se esforzasen; llegaron a Solana y decidieron quedarse unos días. Los naturales habían tenido noticia de lo mal que les iba a los que querían oponerse a los cristianos. Temiendo los caballos y el cortar de sus espadas, determinaron que sería más seguro tomarlos por amigos, aunque fuese con fingimiento. Pizarro trató honradamente a sus caciques. Ordenó, so pena de castigo, que ninguno de los españoles fuese osado de hacer molestia a los que, saliendo de paz, hiciesen con ellos alianza”.    
     Pizarro mandó que Soto y Benalcázar fueran con sus hombres a descubrir en la sierra, porque “los indios afirmaban que la grandeza de los pueblos estaba allí”. Llegaron a un lugar llamado Caxas: “Vieron grandes edificios y muchas manadas de ganado, hallando tejuelos de oro fino (láminas pequeñas), que fue con lo que más se holgaron; había tanto mantenimiento que se asombraron. Decían los indios que los cristianos estaban locos, pues habían oído que eran crueles, soberbios, lujuriosos y haraganes. Y platicaron entre ellos de los matar, y así salieron contra Soto. Los que estaban con él vinieron a las manos con los indios, de los cuales mataron muchos. Hirieron a un cristiano llamado Ximénez; el que lo hizo, pagolo, porque con golpes de espada le hicieron pedazos. Los indios, espantados, se mostraron tan tímidos que, faltándoles el brío con que entraron en la batalla y volviendo las espaldas, comenzaron a huir; algunos fueron presos. Y Soto, con los cristianos, después de haber robado todo lo que pudieron (Cieza no anda con eufemismos), dieron la vuelta adonde habían dejado a Pizarro, que ya había mandado a por los españoles que habían quedado en Tumbes. Vio Soto el camino real que llamaban de Huayna Cápac, que atraviesa toda la tierra, de lo que se asombró contemplando el modo con que iba hecho. Dieron cuenta al gobernador de lo que habían visto, y los indios presos contaron mucho de la guerra que había entre Huáscar y Atahualpa; decían que este iba caminando hacia Cajamarca. Con estas noticias y con lo que habían visto, los nuestros estaban bien alegres y creían que había más de lo que los indios decían”.


     (Imagen)  Así como los viajes anteriores de Pizarro fueron de tanteos y sufrimientos continuos (exceptuando parte del segundo, que casi parecía una turné turística), sin olvidar la peripecia del que hizo a  España para ‘seducir’ al rey, el tercero, el que estamos viendo, va a ser con diferencia el más difícil. Se van dando cuenta de la inmensidad del imperio inca, de lo avanzado de su cultura y de su fuerza militar, plenamente conscientes de su propia pequeñez y aferrándose ciegamente a su fe en Dios. Esa minúscula tropa no dará un paso atrás, ni siquiera ante la vista del terrorífico ejercito de Atahualpa, y llegará, después de vencerlo, ¡hasta el Cuzco! La isla Puná y Tumbes fueron un infierno. Ahora están en la zona de Piura, donde van a fundar la primera población española en territorio incaico. Tienen pistas imprecisas sobre Atahualpa, pero pronto sabrán que el destino los va a juntar en Cajamarca. Y allá, durante unas pocas horas, el mundo se parará.


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