viernes, 22 de septiembre de 2017

(Día 493) Pizarro sale de Tumbes dejando allá a los enfermos, y tiene la generosidad de permitir que se queden también cuatro españoles que se lo ruegan. El cronista Pedro Pizarro hace un comentario crítico sobre Almagro y otro sobre Soto.

     (83) Pizarro se dispuso a partir: “Tomó consejo con Hernando Pizarro, Hernando de Soto, Cristóbal de Mena y otros principales (nos deja clara la jerarquía) que sería bien, puesto que los de Tumbes se les mostraban amigos, dejar allí a los cristianos enfermos, para salir a la sierra con menos dificultades, lo cual aprobaron todos. Quedaron en Tumbes veinticinco españoles, y entre ellos los oficiales reales y Francisco Martín de Alcántara (hermanastro de Pizarro por parte de madre). Por capitán y justicia nombró Pizarro al contador Antonio Navarro. Otros cuatro españoles pidieron licencia para permanecer allí. Diósela libremente diciendo que no había de llevar ninguno contra su voluntad ni dejar de pasar adelante aunque se viesen solos sus hermanos y él. El orejón que envió Atahualpa de Cajamarca  adonde los cristianos, sin que pensasen sino que era uno de los indios que andaban sirviéndoles, contó cuántos eran los españoles y los caballos, dándole aviso de lo que vio y de que, juntándose muchos, les sería fácil matarlos a todos, pues eran tan pocos”. 
     Recojo ahora otros dos ‘latigazos’ que suelta el cronista Pedro Pizarro hablando de la estancia en Tumbes, se diría que como relaciones públicas al servicio de la memoria histórica del gran Pizarro, uno contra el futuro prestigio de Almagro, y el otro contra el de Hernando de Soto. El primero (quizá bastante ajustado a la verdad): “El Marqués don Francisco Pizarro mandó poner una cruz donde vivían indios amigos para que nadie tocase allí, porque en el pueblo que venía de paz ningún español era osado de entrar en casa de indio a tomarles nada, so pena de destierro o ejecución. Y esto se guardó hasta que don Pedro de Alvarado pasó a estas partes; la gente que trajo venía malvezada de Guatemala, y ellos fueron los inventores de ranchear (saquear) cuando Almagro los llevó a Chile, como adelante se dirá”. El segundo (más dudoso): “Como Tumbes estaba alzado, mandó el Marqués al capitán Soto que, con sesenta de a caballo, fuese en busca de Chilimasa, el señor de Tumbes, y así lo hizo. Y andando en su busca, el capitán Soto trató un medio motín contra el Gobernador fingiendo ir a cierta provincia hacia Quito, y porque algunos no vinieron en ello y Juan de la Torre y otros se le huyeron y vinieron a dar aviso al Marqués Pizarro, se solapó fingiendo otras cosas. El Marqués lo disimuló, y de allí adelante, cuando Soto salía a alguna parte, enviaba con él a sus dos hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro”. Por lo menos, podría haber hecho alguna mención a que Hernando de Soto estuviera ‘quemado’ por la faena que le habían hecho los Pizarro.
     Dice el cronista Francisco de Xerez que la población de Tumbes tenía un aspecto desolado debido a las bajas que sufrieron sus habitantes luchando contra los de Puná y “a una gran pestilencia que en ellos dio”. Para variar, esto no pudo estar relacionado con los virus llevados desde Europa, pero la epidemia, que, al parecer, tuvo su origen en el Cuzco, fue tan letal que acabó también con la vida de Huayna Cápac y de gran parte de sus soldados; muchas crónicas posteriores se refirieron a este desastre. 


     (Imagen) No es extraño que entre gente tan ambiciosa y competitiva como eran los capitanes de las Indias se dieran casos de rebelión para desplazar a sus superiores. Cuesta creer que Hernando de Soto intentara tal cosa. El rumor, al parecer envenenado, le llegó a Pizarro, pero no lo creyó del todo y reaccionó con prudencia; de hecho, Soto volvió de su salida de campaña con un buen botín para toda la tropa. ‘Alzarse’ suponía una sentencia de muerte y hubo casos muy sonados, como el de Francisco Hernández de Córdoba, ejecutado por Pedrarias Dávila (quien ya había decapitado a Núñez de Balboa fabricando una acusación falsa de alzamiento), y los del demente Lope de Aguirre, Gonzalo Pizarro y Jorge Robledo, todos ajusticiados, dándose también algunas paradojas: Cortés fue un ‘alzado’, se libró de la muerte por su glorioso éxito en México, y sin embargo, eliminó sin piedad por traidor a uno de sus mejores capitanes, Cristóbal de Olid. Y el triste Diego de Almagro, quien más que rebelde fue un estafado, terminará su vida sometido al ignominioso garrote vil.


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