(83) Pizarro se dispuso a partir: “Tomó
consejo con Hernando Pizarro, Hernando de Soto, Cristóbal de Mena y otros
principales (nos deja clara la jerarquía)
que sería bien, puesto que los de Tumbes se les mostraban amigos, dejar allí a
los cristianos enfermos, para salir a la sierra con menos dificultades, lo cual
aprobaron todos. Quedaron en Tumbes veinticinco españoles, y entre ellos los
oficiales reales y Francisco Martín de Alcántara (hermanastro de Pizarro por parte de madre). Por capitán y justicia
nombró Pizarro al contador Antonio Navarro. Otros cuatro españoles pidieron
licencia para permanecer allí. Diósela libremente diciendo que no había de
llevar ninguno contra su voluntad ni dejar de pasar adelante aunque se viesen
solos sus hermanos y él. El orejón que envió Atahualpa de Cajamarca adonde los cristianos, sin que pensasen sino
que era uno de los indios que andaban sirviéndoles, contó cuántos eran los
españoles y los caballos, dándole aviso de lo que vio y de que, juntándose
muchos, les sería fácil matarlos a todos, pues eran tan pocos”.
Recojo ahora otros dos ‘latigazos’ que
suelta el cronista Pedro Pizarro hablando de la estancia en Tumbes, se diría
que como relaciones públicas al servicio de la memoria histórica del gran
Pizarro, uno contra el futuro prestigio de Almagro, y el otro contra el de
Hernando de Soto. El primero (quizá bastante ajustado a la verdad): “El Marqués
don Francisco Pizarro mandó poner una cruz donde vivían indios amigos para que
nadie tocase allí, porque en el pueblo que venía de paz ningún español era
osado de entrar en casa de indio a tomarles nada, so pena de destierro o
ejecución. Y esto se guardó hasta que don Pedro de Alvarado pasó a estas
partes; la gente que trajo venía malvezada de Guatemala, y ellos fueron los
inventores de ranchear (saquear)
cuando Almagro los llevó a Chile, como adelante se dirá”. El segundo (más
dudoso): “Como Tumbes estaba alzado, mandó el Marqués al capitán Soto que, con
sesenta de a caballo, fuese en busca de Chilimasa, el señor de Tumbes, y así lo
hizo. Y andando en su busca, el capitán Soto trató un medio motín contra el
Gobernador fingiendo ir a cierta provincia hacia Quito, y porque algunos no
vinieron en ello y Juan de la Torre y otros se le huyeron y vinieron a dar
aviso al Marqués Pizarro, se solapó fingiendo otras cosas. El Marqués lo
disimuló, y de allí adelante, cuando Soto salía a alguna parte, enviaba con él
a sus dos hermanos Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro”. Por lo menos, podría haber
hecho alguna mención a que Hernando de Soto estuviera ‘quemado’ por la faena
que le habían hecho los Pizarro.
Dice el cronista Francisco de Xerez que la
población de Tumbes tenía un aspecto desolado debido a las bajas que sufrieron sus
habitantes luchando contra los de Puná y “a una gran pestilencia que en ellos
dio”. Para variar, esto no pudo estar relacionado con los virus llevados desde
Europa, pero la epidemia, que, al parecer, tuvo su origen en el Cuzco, fue tan
letal que acabó también con la vida de Huayna Cápac y de gran parte de sus
soldados; muchas crónicas posteriores se refirieron a este desastre.
(Imagen) No es extraño que entre gente tan
ambiciosa y competitiva como eran los capitanes de las Indias se dieran casos
de rebelión para desplazar a sus superiores. Cuesta creer que Hernando de Soto
intentara tal cosa. El rumor, al parecer envenenado, le llegó a Pizarro, pero no
lo creyó del todo y reaccionó con prudencia; de hecho, Soto volvió de su salida
de campaña con un buen botín para toda la tropa. ‘Alzarse’ suponía una
sentencia de muerte y hubo casos muy sonados, como el de Francisco Hernández de
Córdoba, ejecutado por Pedrarias Dávila (quien ya había decapitado a Núñez de
Balboa fabricando una acusación falsa de alzamiento), y los del demente Lope de
Aguirre, Gonzalo Pizarro y Jorge Robledo, todos ajusticiados, dándose también
algunas paradojas: Cortés fue un ‘alzado’, se libró de la muerte por su
glorioso éxito en México, y sin embargo, eliminó sin piedad por traidor a uno
de sus mejores capitanes, Cristóbal de Olid. Y el triste Diego de Almagro,
quien más que rebelde fue un estafado, terminará su vida sometido al
ignominioso garrote vil.
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