(76) La situación se fue complicando
gradualmente y desembocará en la primera batalla de gran calibre. Cieza dice
que fueron los intérpretes indios (entre ellos estaba Felipillo) quienes
avisaron de la celada y da una doble motivación: porque eran tumbesinos,
enemigos de los de Puná, y porque, “siendo lenguas, jubilados (¿descansados?) y tan bien tratados, no
quisieron perder tal dignidad”. Pero, cosa muy típica de la imparcialidad de
Cieza, va a dudar de la veracidad de los intérpretes e, incluso, admite que
fuera culpa de los españoles que comenzara la lucha. Pizarro, que ya le había
dicho a Tumbalá que iría a visitarlo, tomó nota del aviso de los intérpretes:
“Mandó que ningún español pasase a la isla sin su mandado. Deseaba que llegase
su hermano, el capitán Hernando Pizarro, que había quedado atrás con alguna
gente. Vista la flojedad de los cristianos para visitarle, Tumbalá fue a verle
a Pizarro, “y, con disimulación grande, le dijo que por qué no pasaba con los
cristianos como antes se había concertado. Pizarro le respondió descubriendo lo
que sabía; que por qué eran tan mañosos y cautelosos queriéndoles matar sin él
ni sus cristianos haberles hecho enojo ni daño; que supiesen que Dios
todopoderoso estaba con ellos y los libraba de sus mentiras y traiciones. Tumbalá le respondió que aquello era mentira
y que alguno, por se congraciar con él, lo había dicho: porque él nunca tal
pensó, ni acostumbró matar a sus huéspedes y amigos. Pizarro, como vio hablar
al cacique tan de veras, creyó que lo que le habían dicho los intérpretes debió
de ser consejo de ellos mismos, porque en verdad son muy alharaquientos (exagerados). Pizarro mandó a los suyos
que pasasen yendo todos recatados (Ruiz
de Arce dice que, por si acaso, Pizarro lo retuvo como rehén a Tumbalá).
Los isleños los recibieron bien, teniendo, según cuentan algunos, ruin
propósito contra los españoles, que estuvieron allí más de tres meses; otros
salvan a los indios, porque dicen que los nuestros se hacían señores de lo que
no era suyo, con otras cosas que la gente de guerra suele acometer, lo que fue
causa de que del todo fuesen aborrecidos de los indios de la Puná, que
quisiesen antes morir que ver lo que veían. Y también habían venido de Tumbes
muchos de sus enemigos, y a su pesar estaban en su isla con el favor que tenían
de los españoles. Es fama que Tumbalá y sus aliados determinaron matar con
engaño a los cristianos”.
Diego de Trujillo, que escribía muy bien
pero, lamentablemente, publicó una crónica demasiado escueta, ‘sazona’ con una
anécdota la llegada a la isla: “Desembarcamos en un pueblo que se dice El Tucu.
Atravesamos la isla hasta un pueblo que se dice El Estero, donde hallamos una
cruz alta y un crucifijo pintado en una puerta. Y luego salieron de la casa más
de treinta muchachos diciendo: ‘Loado sea Jesucristo, Molina, Molina’. Y esto
fue porque, cuando el primer descubrimiento, se le quedaron al Gobernador dos
españoles en el puerto de Paita, Molina y Ginés, a quien mataron los indios
porque miró a la mujer de un cacique. Y el Molina se vino a la isla de Puná, al
cual tenían los indios por su capitán contra los chonos y los de Tumbes, y un
mes antes que nosotros llegásemos, le habían muerto los chonos pescando en el
mar, sintiéndolo mucho los de Puná su muerte”.
(Imagen) Ya vimos cómo Alonso de Molina
renunció a su gloria de ser uno de los trece de la fama y a la conquista de
Perú, quedándose en lo que creía un paraíso. Se encontró una guerra infernal, y
al parecer luchó al lado de los indios de Puná contra los de Tumbes, muriendo
en combate. Eran batallas que se reproducían desde tiempos muy antiguos, las
típicas de vecinos mal avenidos. Todos estaban sometidos al imperio inca y,
cuando empezó la guerra fratricida entre Atahualpa y Huáscar, participaron
también en bandos contrarios, aunque para los historiadores resulta confuso lo
que ocurrió. Los de Puná se unieron a las fuerzas de Atahualpa, pero no debió
de ser cosa fácil porque el gran rey inca, en un ataque para forzarlos a seguirle,
resulto herido en una pierna. Los de Tumbes acataron como señor a Huáscar. Los
cronistas mencionan con frecuencia a los dos grandes caciques que gobernaban
entonces. En la ecuatoriana isla de Puná estaba Tumbalá. En Tumbes, que hoy es
territorio de Perú, mandaba otro cacique que ha pasado a la historia de este
país como un personaje mítico por su espíritu independiente, Chilimasa. Entre
uno y otro tuvieron que maniobrar con los ojos bien abiertos Pizarro y sus
hombres para no ser liquidados.
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