jueves, 21 de septiembre de 2017

(Día 492) Los de Tumbes apresan a dos españoles y los matan con extrema crueldad. Matan a otros tres a traición. Al llegar Pizarro a Tumbes y enterarse, se enfurece y ordena un ataque masivo a los indios. Los caciques se rinden.

     (82) Sin ningún temor, Pizarro dio orden de que la tropa se embarcara para llegar a Tumbes. Iban de avanzadilla Hernando de Soto y el capitán Cristóbal de Mena (cuyo nombre va sonando y habrá que ‘retratarlo’ más adelante) en dos balsas diferentes, y, en otra, un tal Hernando con un jovenzuelo. “Llegaron los primeros este Hernando con el mozo; hallaron en la costa muchos de los de Tumbes, y con engaño los llevaron como que los querían aposentar. Los tristes fueron sin ningún recelo adonde los llevaron, y luego, con gran crueldad les fueron sacados los ojos, y estando vivos, los bárbaros les cortaban los miembros, y teniendo unas ollas puestas con gran fuego, los metieron dentro y acabaron en este tormento”. Hernando de Soto se libró por los pelos: sus remeros indios saltaron a tierra y huyeron, lo que le alertó de un posible ataque, y se refugió protegido por la oscuridad de la noche. Otros tres se salvaron de milagro: Francisco Martín de Alcántara, hermanastro de Pizarro, un tal Alonso de Mesa y el propio cronista Pedro Pizarro, que así lo cuenta: “Al partir de la isla Puná algunos de Tumbes que estaban con nosotros, se ofrecieron, con idea de traición, a llevarnos en las balsas y las metieron en unos islotes, donde bajaron los españoles a dormir, y sintiéndolos dormidos, los mataron después, lo cual les aconteció a tres españoles; y a Francisco Martín, hermano del Marqués don Francisco Pizarro, a Alonso de Mesa, vecino del Cuzco y a mí nos ocurriera lo mismo si no fuera porque Alonso de Mesa estaba muy enfermo de verrugas y no quiso salir de la balsa; como le daban grandes dolores, estaba despierto, y visto lo que los indios hacían, dio voces, a las cuales Francisco Martín y yo despertamos, atamos al principal y a otros dos indios, y así estuvimos toda la noche en vela”.
     Pizarro llegó con el grueso de la tropa el día siguiente, y, al conocer lo sucedido, se le encendió la ira por la traición y por la crueldad de aquellas muertes, mandando a sus capitanes que fueran contra los indios. Cieza vuelve a hacer una crítica a los españoles, que, como siempre, aunque humana, parece  exagerada y poco realista: “No les faltó voluntad de atacar a los tumbesinos, espantándose de que matasen a dos cristianos, y ellos no tenían en nada matar a cien mil de los indios”. Me cuesta creer que mataran ‘alegremente’. Tanto Cortés como Pizarro fueron duros, pero no más allá de lo que creyeron necesario para su objetivo de conquista. El mismo Cieza lo está probando con lo que cuenta a continuación. Los indios huyeron, se dieron cuenta de que lo tenían todo perdido con el ‘rodillo’ de la tropa española, y suplicaron paz. Pizarro podía haber optado por someterlos a sangre y fuego. Pero su sensatez era muy superior a su ansia de represalia: “Los caciques enviaron mensajeros, implorando a Pizarro su favor con grandes gemidos, prometiéndole que tendrían alianza perpetua y sin cautela con los españoles. A Pizarro pareciole que, aunque la paz de los de Tumbes fuese por no verse matar, que sería bien asentarla con ellos, pues los había menester para que les diesen guías y ayudasen a llevar el bagaje”. Pizarro accedió diciendo que lo hacía por el buen trato que les habían dado cuando anduvo por allí con ‘los 13 de la fama’, aunque advirtiéndoles que no rompiesen de nuevo la paz. Enterados de la respuesta, los caciques se atrevieron a presentarse ante Pizarro y le agradecieron su buena voluntad, con lo que se tornaron a aliar.


    (Imagen) Fueron muchas las semejanzas de la campaña de Pizarro con la de Cortés, cuya estrategia principal, el apresamiento del emperador, le copió. La diferencia más importante fue, sin duda, la participación de los indios. Pizarro iba ‘pacificando’ los poblados según avanzaba, pero nunca tuvo la ayuda de los nativos para vencer al todopoderoso Atahualpa. En ese sentido, su mérito es mucho mayor que el de Cortés. Habría que haberle visto avanzar con tan pocos hombres quitándose de la cabeza la dimensión de aquella locura y confiando en un milagro divino. Cortés fue tan afortunado, a pesar de las enormes dificultades, que llegó a tener entre los mexicanos aliados inquebrantables contra la tiranía de los aztecas. Los tlaxcaltecas, con su cacique Xicotencatl, le resultaron tan fieles que siguieron luchando a su lado después de que fuera terriblemente derrotado en Tenochtitlán. Ni siquiera él esperaba tanta lealtad. El mitificado Chilimasa fue muy poca cosa al lado de estos otros protagonistas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario