(88) En este punto, Cieza, acertadamente,
deja a los españoles con sus cuitas, sueños e insensato avanzar hacia la boca del león, para explicarnos
someramente las zozobras que tenían en ese mismo momento los propios incas con
su guerra civil, en la que las reglas del juego fueron mucho más crueles que
las del mundo cristiano. Pero habrá que hacer un poco de historia anterior para
entender cómo evolucionó el conflicto desde el principio. Empezaré haciendo un
resumen de lo que escribe el historiador ecuatoriano Jorge Salvador Lara.
Después recogeré en pocas palabras la versión de Cieza.
Al quedar dividido el imperio inca por el
fallecimiento del gran Huayna Cápac, a Atahualpa le correspondió Quito, siendo
bien aceptado por el cacique tributario de la zona, pero el sucesor de este,
Ullco-Colla, era secretamente partidario de Huáscar, quien dominaba en el Cuzco
y aprovechó esta alianza para socavar el poder de su hermanastro enviándole
tropas de protección al cacique rebelde. Fue el inicio del conflicto entre los
dos. Atahualpa consultó la situación con sus tres mejores generales (que
siguieron creando problemas a los españoles después de ser apresado su
emperador): Quizquiz, Caracuchima y Rumiñahui. La respuesta la dio en nombre de
todos Caracuchima, y lo hizo delante de las tropas, arengándolas para que se dispusieran
a combatir con valor porque “los cobardes en su
mismo escondrijo hallan la muerte, y el que es valeroso, haciéndole
frente, la espanta”.
El que inició el ataque fue Huáscar, con
tropas de su general Atoco y del cacique quiteño Ullco-Colla. Atahualpa
reaccionó con rapidez, pero su ejército fue derrotado. Reorganizó a sus
hombres, impidiendo la desbandada, logró frenar a Atoco, se reunió en Ambato
con Caracuchima, y poniéndose al frente de sus guerreros, se lanzó furioso
contra el enemigo. Tras un día entero de lucha feroz, consiguió la victoria.
El número de los muertos fue enorme.
Apresó a Atoco y a Ullco-Colla, ejecutándolos en Quito. O sea que, de momento,
empate.
La verdadera intención de Atahualpa era,
simplemente, gobernar lo que le correspondía por herencia, y trató de negociar
la paz con Huáscar, pero le negaron toda posibilidad: los cuzqueños querían
aniquilarlo. Con gran rapidez, puso en marcha su ejército y se enfrentó a las
tropas enemigas junto al río Tomebamba. Hubo un terrible combate que duró dos
días y terminó con su derrota, dándose la triste circunstancia de que el mismo
Atahualpa cayó preso (probablemente porque luchaba con gran valor al lado de
sus hombres). A pesar de que los
vencidos tuvieron muchas menos bajas que sus contrarios, quedaron completamente
desmoralizados por la ausencia de su líder. Tampoco el ejército de Huáscar,
terriblemente mermado, pudo sacar ventaja de la victoria con rapidez.
En una peripecia novelesca, una muchacha
india pudo visitar a Atahualpa en su prisión, entregándole una barra de metal
con la que el gran cacique, horadando la pared, logró escapar. La euforia de
sus tropas fue enorme, aumentada, además, porque se inventó el fabuloso cuento
de que el dios Sol lo había convertido en serpiente y pudo huir por un agujero.
Todos sus guerreros quedaron convencidos de que la gran divinidad estaba de su
parte, y no pensaron en otra cosa sino en organizarse para darles el golpe
definitivo a sus enemigos.
(Imagen) La carga de los poderosos suele
ser muy pesada y estar sazonada con grandes dramas. Que se lo digan si no a
Shakespeare. Y más todavía cuando ocurre en imperios de culturas poco dadas a
las maneras suaves. Huayna Cápac fue uno de los más grandes emperadores incas.
Expandió su dominio conquistando Quito. En el Cuzco, centro del imperio, nació
su hijo Huáscar, pero le gustó tanto el nuevo territorio que trasladó allá su
sede, donde tuvo a su hijo Atahualpa de una princesa quiteña. Cuando murió, en
1525, Huáscar fue proclamado señor de todo el imperio con el apoyo de la
nobleza y contrariando la voluntad de su padre, que había reservado la zona de
Quito para Atahualpa, quien no renunció a su derecho, e incluso, estallada la guerra, decidió
apoderarse de todo. Nunca pudieron imaginar que habría otro fatal protagonista:
Atahualpa derrotó a Huáscar, Pizarro, a los pocos días, a Atahualpa, quien,
preso, ordenó primeramente la muerte de Huáscar (cumpliéndose la orden), pero
poco después fue ejecutado por los españoles. Va de curiosas y terribles
carambolas.
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