sábado, 23 de septiembre de 2017

(Día 494) Había dos Juan de la Torre, el bueno y el cizañero. Fue este quien difamó a Soto. Pequeña reseña de las personalidades, tan diferentes, de ambos.

     (84) Me quedaría con mal cuerpo si no rompiera una lanza a favor de Hernando de Soto. El ‘chivatazo’ que le dieron a Pizarro de que se le quería ‘alzar’ tuvo que ser un infundio. Soto fue uno de los mejores capitanes de las Indias y pieza clave ejerciendo su puesto de mando en la gran hazaña de derrotar a Atahualpa, cumpliendo como el mejor en todo momento a pesar de  que Pizarro, contra lo prometido, lo dejara en un nivel inferior al de su hermano, el soberbio Hernando Pizarro. Hasta el mismo cronista Pedro Pizarro, que siempre barre en beneficio de sus parientes y que ‘alegremente’ nos acaba dar como cosa cierta el intento de rebeldía de Soto, lo define en su crónica con cualidades muy positivas: “Hombre pequeño, diestro en la guerra de los indios, valiente y afable con los soldados”. No hay más que recordar la terrible etapa final de su vida, cuando andaba por las orillas del Misisipi, para saber que sus hombres lo adoraban.
     Pero había un dato desconcertante. Quien le habló mal de Soto a Pizarro fue Juan de la Torre, nombre que parecía corresponder a uno de los mejores y más fiables compañeros de Pizarro, y nada menos que de la heroica ‘cofradía’ de los trece de la fama que quisieron quedarse con el gran capitán para vencer o morir con él.
     Por pura casualidad, he encontrado un curioso trabajo firmado por el investigador peruano J. A. Lavalle que lo aclara todo. Acompañaban a Pizarro dos Juan de la Torre, el bueno buenísimo y el ‘atravesao’, que fue quien ‘malmetió’.
     Ya puestos, tendrá su interés conocer algo más de las biografías de los dos soldados, puesto que, miserias aparte, tanto el uno como el otro formaron parte de la gloriosa tropa de aquellos héroes que sufrían lo indecible y llevaban siempre pegada al cuerpo la sombra de la muerte.
     El Juan de la Torre incondicional compañero de Pizarro, en las buenas y en las malas (¿qué cosa peor que quedarse a sufrir con él y otros doce en la espantosa isla la Gorgona?) había nacido en Villagarcía de la Torre (badajoz) en 1479 (edad parecida a la de Pizarro) y murió en Perú en 1580 (¡con 101 años!). En tan larga vida, le pasó de todo. Fue, sin duda, hombre cordial puesto que sufrió lo suyo por las desavenencias entre Pizarro y Almagro, ya que apreciaba a los dos. Como casi todos los que participaron en la conquista de Perú, había tenido previamente una larga experiencia militar bajo las órdenes del duro Pedrarias Dávila. Lástima que no le diera por escribir sus memorias, ya que participó, de principio a fin, en toda la ajetreada aventura de Perú, con vivencias tan trágicas como la de luchar en el bando de los fieles a la Corona mientras un hijo suyo lo hacía al lado del rebelde Gonzalo Pizarro, los cuales, tras su derrota, fueron decapitados juntos. En cualquier caso, Juan de la Torre fue uno de los pocos afortunados que sobrevivió a la conquista con dinero y prestigio, y quizá el único tan longevo.
     Del ‘otro’ Juan de la Torre (nacido en Madrid), el difamador de Soto, hay pocas referencias históricas, pero son suficientes para dejar al descubierto su pésima catadura moral. Los cronistas Cieza y Herrera lo sitúan como manipulador de turbios asuntos. En 1544, en plena guerra civil, el virrey Blasco Núñez de Vela le ordenó a Juan de la Torre ir con Vela Núñez (hermano del virrey) a cerrarle el paso al rebelde Gonzalo Pizarro. Pues bien: primero intentó asesinarlo, y después se lo entregó a Gonzalo, quien lo decapitó (como hizo después con el propio virrey). También delató en Quito a Pedro de Tapia para apoderarse de su hermosa mujer. Más habría que contar, pero lo remataremos con algo de un gusto muy ‘refinado’: se paseaba por las calles de Lima llevando en la gorra a guisa de plumaje barbas arrancadas al cadáver del virrey Núñez de Vela. Así, pues: visto para sentencia.


     (Imagen) De no ser por la prudencia de Pizarro, una falsa denuncia de rebeldía le habría costado la cabeza a Hernando de Soto. Veamos un caso típico: el de Cristóbal de Olid, nacido en la bella Baeza (Jaén) hacia 1488. Fue, junto a Pedro de Alvarado y Gonzalo Sandoval, el mejor capitán de Cortés. Lamentando su suerte, dijo de él Bernal Díaz del Castillo, compañero suyo: “Si como era esforzado, tuviera consejo, fuera muy más temido”. Le faltó sentido de la medida y cayó en la tentación de saltarse la autoridad de Cortés. Su historial militar fue impresionante. Durante toda la campaña de México tuvo la alta graduación de maestre de campo. Cortés lo envió a Honduras para rechazar a un competidor. Lo derrotó, pero, ante la lejanía del ‘jefe’, no pudo resistir la tentación de convertirse en amo y señor de aquella tierra. Sospechándolo Cortés, envió a un capitán para  someterlo. Olid lo apresó, y volvió a cometer un error: por exceso de confianza, el capitán lo apuñaló gravemente. Tras huir al bosque, fue capturado y ahorcado por traidor.

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