(84) Me quedaría con mal cuerpo si no
rompiera una lanza a favor de Hernando de Soto. El ‘chivatazo’ que le dieron a
Pizarro de que se le quería ‘alzar’ tuvo que ser un infundio. Soto fue uno de
los mejores capitanes de las Indias y pieza clave ejerciendo su puesto de mando
en la gran hazaña de derrotar a Atahualpa, cumpliendo como el mejor en todo
momento a pesar de que Pizarro, contra
lo prometido, lo dejara en un nivel inferior al de su hermano, el soberbio
Hernando Pizarro. Hasta el mismo cronista Pedro Pizarro, que siempre barre en
beneficio de sus parientes y que ‘alegremente’ nos acaba dar como cosa cierta
el intento de rebeldía de Soto, lo define en su crónica con cualidades muy
positivas: “Hombre
pequeño, diestro en la guerra de los indios, valiente y afable con los
soldados”. No hay más que recordar la terrible etapa final de su vida,
cuando andaba por las orillas del Misisipi, para saber que sus hombres lo
adoraban.
Pero había un dato desconcertante. Quien
le habló mal de Soto a Pizarro fue Juan de la Torre, nombre que parecía
corresponder a uno de los mejores y más fiables compañeros de Pizarro, y nada
menos que de la heroica ‘cofradía’ de los trece de la fama que quisieron
quedarse con el gran capitán para vencer o morir con él.
Por
pura casualidad, he encontrado un curioso trabajo firmado por el investigador
peruano J. A. Lavalle que lo aclara todo. Acompañaban a Pizarro dos Juan de la
Torre, el bueno buenísimo y el ‘atravesao’, que fue quien ‘malmetió’.
Ya puestos, tendrá su interés conocer algo
más de las biografías de los dos soldados, puesto que, miserias aparte, tanto
el uno como el otro formaron parte de la gloriosa tropa de aquellos héroes que
sufrían lo indecible y llevaban siempre pegada al cuerpo la sombra de la muerte.
El Juan de la Torre incondicional
compañero de Pizarro, en las buenas y en las malas (¿qué cosa peor que quedarse
a sufrir con él y otros doce en la espantosa isla la Gorgona?) había nacido en Villagarcía
de la Torre (badajoz) en 1479 (edad parecida a la de Pizarro) y murió en Perú
en 1580 (¡con 101 años!). En tan larga vida, le pasó de todo. Fue, sin duda,
hombre cordial puesto que sufrió lo suyo por las desavenencias entre Pizarro y
Almagro, ya que apreciaba a los dos. Como casi todos los que participaron en la
conquista de Perú, había tenido previamente una larga experiencia militar bajo
las órdenes del duro Pedrarias Dávila. Lástima que no le diera por escribir sus
memorias, ya que participó, de principio a fin, en toda la ajetreada aventura
de Perú, con vivencias tan trágicas como la de luchar en el bando de los fieles
a la Corona mientras un hijo suyo lo hacía al lado del rebelde Gonzalo Pizarro,
los cuales, tras su derrota, fueron decapitados juntos. En cualquier caso, Juan
de la Torre fue uno de los pocos afortunados que sobrevivió a la conquista con
dinero y prestigio, y quizá el único tan longevo.
Del ‘otro’ Juan de la Torre (nacido en
Madrid), el difamador de Soto, hay pocas referencias históricas, pero son suficientes
para dejar al descubierto su pésima catadura moral. Los cronistas Cieza y Herrera
lo sitúan como manipulador de turbios asuntos. En 1544, en plena guerra civil,
el virrey Blasco Núñez de Vela le ordenó a Juan de la Torre ir con Vela Núñez
(hermano del virrey) a cerrarle el paso al rebelde Gonzalo Pizarro. Pues bien:
primero intentó asesinarlo, y después se lo entregó a Gonzalo, quien lo
decapitó (como hizo después con el propio virrey). También delató en Quito a
Pedro de Tapia para apoderarse de su hermosa mujer. Más habría que contar, pero
lo remataremos con algo de un gusto muy ‘refinado’: se paseaba por las calles
de Lima llevando en la gorra a guisa de plumaje barbas arrancadas al cadáver
del virrey Núñez de Vela. Así, pues: visto para sentencia.
(Imagen) De no ser por la prudencia de
Pizarro, una falsa denuncia de rebeldía le habría costado la cabeza a Hernando
de Soto. Veamos un caso típico: el de Cristóbal de Olid, nacido en la bella
Baeza (Jaén) hacia 1488. Fue, junto a Pedro de Alvarado y Gonzalo Sandoval, el
mejor capitán de Cortés. Lamentando su suerte, dijo de él Bernal Díaz del
Castillo, compañero suyo: “Si como era esforzado, tuviera consejo, fuera muy
más temido”. Le faltó sentido de la medida y cayó en la tentación de saltarse
la autoridad de Cortés. Su historial militar fue impresionante. Durante toda la
campaña de México tuvo la alta graduación de maestre de campo. Cortés lo envió
a Honduras para rechazar a un competidor. Lo derrotó, pero, ante la lejanía del
‘jefe’, no pudo resistir la tentación de convertirse en amo y señor de aquella
tierra. Sospechándolo Cortés, envió a un capitán para someterlo. Olid lo apresó, y volvió a cometer
un error: por exceso de confianza, el capitán lo apuñaló gravemente. Tras huir
al bosque, fue capturado y ahorcado por traidor.
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