lunes, 30 de mayo de 2016

(Día 281) CORTÉS se ve obligado a imponer su autoridad con suma dureza. Para impedir las tentaciones de volver a Cuba, CORTÉS destruye las naves. Se decide ya ir directamente a Tenochtitlán, al encuentro con Moctezuma. Arenga épica de CORTÉS. Surge un imprevisto.

(33) –Avante con la tragicomedia diaria, escribano: Cortés vivía en un campo minado y  necesitó ser valiente, ingenioso e implacable.
     -Además, querido maestro, tenía enemigos en el exterior y en su propia casa. En cuanto partieron para España Puertocarrero y Montejo (donde se quedarían dos años enredando sin tregua en la corte para defender la causa de Cortés), un grupo de partidarios del acuciante Diego Velázquez, “acordaron tomar uno de los navíos e irse a Cuba a dar cuenta al gobernador de cómo podía apresar a nuestros procuradores; Cortés lo supo cuando se iban a embarcar,  les tomó confesiones (no sería suavemente) y confesaron la verdad. Y por sentencia, mandó ahorcar a Pedro Escudero e a Juan Cermeño, y cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y dar 200 azotes a los hermanos Peñates; y al padre Juan Díaz, si no fuera de misa, también le castigara, mas metióle harto temor”. Durillo, ¿no?
     -¿Y qué remedio?, hijo mío. Hasta al páter le debería haber sacudido, pero ya ves cómo se nos respetaba a los consagrados. Fiel a su estilo, Bernal añade un comentario (yo diría que aprobatorio) sobre los sentimientos de Hernán. “Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros: ‘¡Oh, quién no supiera escribir, por no firmar muertes de hombres!’, como lo hacía el cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador. Y cuando se hubo ejecutado la sentencia, se fue (el hiperactivo) Cortés a matacaballo  a Cempoal, y mandó que luego le siguiésemos los demás”. Juntos ya en Cempoal, se llegó al acuerdo de destruir los navíos que tenían en Veracruz, y Cortés le encargó el trabajo a un fiel compañero, Juan de Escalante. Deja claro Bernal que los navíos no fueron quemados, sino que “se dieron al través”, y que lo ordenó por dos razones: imposibilitar la vuelta a Cuba (quedando en Veracruz una pequeña guarnición, con los viejos y enfermos) e incorporar como soldados a los marineros. Habló Cortés con el cacique gordo y con sus indios de Cempoala, recordándoles sus compromisos con el rey español y la necesidad de que se mantuvieran alejados de las malas costumbres pasadas, porque los españoles iban a dar el gran paso: emprender, por fin, el ansiado y temible viaje al encuentro de Moctezuma en Tenochtitlán.
     -Luego, reverendo, Cortés alimentó con unas frases épicas el fuego y el ansia que llevaban sus soldados dentro ante la perspectiva de la heroica y productiva proeza que tenían por delante. ¿Qué dijo?
     -Se puso grandilocuente, a tono con el crucial momento: “Y entonces Cortés nos dijo que ya habíamos entendido a qué jornada íbamos (¡México!), y que mediante nuestro Señor Jesucristo, habíamos de vencer todas las batallas, y estar prestos para ello como convenía, porque en cualquier parte donde fuésemos desbaratados, lo cual Dios no permitiese, no podríamos alzar cabeza, por ser muy pocos y no tener otra ayuda sino Dios y nuestro buen  pelear y corazones fuertes. Y dijo otras muchas comparaciones y hechos heroicos de los romanos. Y habló con muy buen razonamiento, con otras palabras más melosas y otra elocuencia mejor que lo que yo digo. Y todos a una respondimos que haríamos lo que nos ordenase, que echada estaba la suerte de la buenaventura, como dijo Julio César en el Rubicón. Y estando de esta manera para partir…” ¿Será posible?: surge otro serio inconveniente. Cortés y sus fieles han tenido de todo: luchas con los indios, problemas internos con algunos protestones, ejecución de traidores, el incordio constante de Velázquez, apoyado por mi poco recomendable ‘padrino’, el obispo Fonseca… Pues, bien, tienen que aplazar la salida: llega un mensajero desde Veracruz diciendo que andaba un navío rondando por la costa. ¿De quién será?

     (En la foto, el italiano río Rubicón. Julio César se la jugó –‘alea jacta est’- : el hecho de atravesarlo era una ilegalidad que le iba a enfrentar contra todo el poder de Roma; no es extraño que Bernal viera con los mismos ojos la decisión de “dar con las naves al través”, saltarse la autoridad del gobernador Velázquez y dirigirse en un desesperado viaje a México, donde les aguardaba  la poderosa fuerza militar del imperio de  Moctezuma).


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