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–Avante con la tragicomedia diaria, escribano: Cortés vivía en un campo minado
y necesitó ser valiente, ingenioso e
implacable.
-Además, querido maestro, tenía enemigos
en el exterior y en su propia casa. En cuanto partieron para España
Puertocarrero y Montejo (donde se quedarían dos años enredando sin tregua en la
corte para defender la causa de Cortés), un grupo de partidarios del acuciante
Diego Velázquez, “acordaron tomar uno de los navíos e irse a Cuba a dar cuenta
al gobernador de cómo podía apresar a nuestros procuradores; Cortés lo supo
cuando se iban a embarcar, les tomó
confesiones (no sería suavemente) y
confesaron la verdad. Y por sentencia, mandó ahorcar a Pedro Escudero e a Juan
Cermeño, y cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y dar 200 azotes a los
hermanos Peñates; y al padre Juan Díaz, si no fuera de misa, también le
castigara, mas metióle harto temor”. Durillo, ¿no?
-¿Y qué remedio?, hijo mío. Hasta al páter
le debería haber sacudido, pero ya ves cómo se nos respetaba a los consagrados.
Fiel a su estilo, Bernal añade un comentario (yo diría que aprobatorio) sobre
los sentimientos de Hernán. “Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella
sentencia dijo con grandes suspiros: ‘¡Oh, quién no supiera escribir, por no
firmar muertes de hombres!’, como lo hacía el cruel Nerón en el tiempo que dio
muestras de buen emperador. Y cuando se hubo ejecutado la sentencia, se fue (el hiperactivo) Cortés a
matacaballo a Cempoal, y mandó que luego
le siguiésemos los demás”. Juntos ya en Cempoal, se llegó al acuerdo de destruir
los navíos que tenían en Veracruz, y Cortés le encargó el trabajo a un fiel
compañero, Juan de Escalante. Deja claro Bernal que los navíos no fueron
quemados, sino que “se dieron al través”, y que lo ordenó por dos razones:
imposibilitar la vuelta a Cuba (quedando
en Veracruz una pequeña guarnición, con los viejos y enfermos) e incorporar
como soldados a los marineros. Habló Cortés con el cacique gordo y con sus
indios de Cempoala, recordándoles sus compromisos con el rey español y la
necesidad de que se mantuvieran alejados de las malas costumbres pasadas,
porque los españoles iban a dar el gran paso: emprender, por fin, el ansiado y
temible viaje al encuentro de Moctezuma en Tenochtitlán.
-Luego, reverendo, Cortés alimentó con
unas frases épicas el fuego y el ansia que llevaban sus soldados dentro ante la
perspectiva de la heroica y productiva proeza que tenían por delante. ¿Qué
dijo?
-Se puso grandilocuente, a tono con el
crucial momento: “Y entonces Cortés nos dijo que ya habíamos entendido a qué
jornada íbamos (¡México!), y que
mediante nuestro Señor Jesucristo, habíamos de vencer todas las batallas, y
estar prestos para ello como convenía, porque en cualquier parte donde fuésemos
desbaratados, lo cual Dios no permitiese, no podríamos alzar cabeza, por ser
muy pocos y no tener otra ayuda sino Dios y nuestro buen pelear y corazones fuertes. Y dijo otras
muchas comparaciones y hechos heroicos de los romanos. Y habló con muy buen
razonamiento, con otras palabras más melosas y otra elocuencia mejor que lo que
yo digo. Y todos a una respondimos que haríamos lo que nos ordenase, que echada
estaba la suerte de la buenaventura, como dijo Julio César en el Rubicón. Y
estando de esta manera para partir…” ¿Será posible?: surge otro serio
inconveniente. Cortés y sus fieles han tenido de todo: luchas con los indios,
problemas internos con algunos protestones, ejecución de traidores, el incordio
constante de Velázquez, apoyado por mi poco recomendable ‘padrino’, el obispo
Fonseca… Pues, bien, tienen que aplazar la salida: llega un mensajero desde
Veracruz diciendo que andaba un navío rondando por la costa. ¿De quién será?
(En la foto, el italiano río Rubicón.
Julio César se la jugó –‘alea jacta est’- : el hecho de atravesarlo era una
ilegalidad que le iba a enfrentar contra todo el poder de Roma; no es extraño
que Bernal viera con los mismos ojos la decisión de “dar con las naves al
través”, saltarse la autoridad del gobernador Velázquez y dirigirse en un
desesperado viaje a México, donde les aguardaba la poderosa fuerza militar del imperio de Moctezuma).
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