domingo, 29 de mayo de 2016

(Día 280) EL TODOPODEROSO OBISPO FONSECA trata de mala manera a los ENVIADOS DE CORTÉS. Pero EL REY se muestra acogedor. DURERO ve el tesoro y queda asombrado de su belleza. Anotación de SANCHO ORTIZ DE MATIENZO sobre los indios liberados de ser sacrificados.

(32) –Seguro que me dejas solo, secre, con el temible Fonseca.
     -No te hagas el ofendido, insigne canónigo, que sé que te gusta volverlo a ver. Cuéntanos la llegada de los enviados a España.
     -Vale, socio. Bernal, por una vez, se equivoca: Carlos V no estaba ya en Flandes, sino en Tordesillas visitando a su madre, Juana la Loca (que era la reina ‘oficial’, Juana 1ª de Castilla), y allí le mandé  yo con mi sobrino Domingo de Ochandiano las cartas y el tesoro llegados de México. Pero  sí es cierto que Puertocarrero y Montejo se vieron obligados a defender los intereses de Cortés y sus soldados en plan sumiso ante el hosco Fonseca, el ‘jefe’ de los asuntos de Indias y protector de Velázquez. La entrevista fue desastrosa. “Les mostró tan mala cara y peor voluntad, que nuestros embajadores estuvieron a punto de replicarle, pero se reportaron y dijeron que mirase su señoría los grandes servicios que Cortés y sus compañeros hacíamos a su Majestad; y les tornó a responder muy soberbiamente que se habían levantado contra Diego Velázquez; y pasaron otras muchas palabras agrias. Y a esta sazón llegó Benito Marín, capellán de Diego Velázquez, dando muchas quejas de Cortés y de todos nosotros, y el obispo se airó mucho más. Y acordaron nuestros embajadores de callar hasta mejor tiempo y lugar”. Cambiaron de estrategia; buscaron contactos contrarios a Fonseca, lo que no fue difícil, “porque era mal quisto (poco querido) por las muchas demasías que mostraba con los grandes cargos que tenía”. Consiguieron mandarle información al rey, que ya estaba en Flandes, “e quiso Dios que Su Majestad alcanzó a saberlo todo muy claramente, y en su real corte no se hablaba de otra cosa sino de Cortés y de las conquistas que habíamos hecho”. En Flandes pudo ver el gran artista Durero parte de las joyas aztecas que llevó Carlos V, y este fue su comentario: “Y también vi allí (en Bruselas) las cosas que trajeron al Rey desde la nueva tierra del oro (describe algunas de ellas), y eran tan hermosas que sería maravilla ver algo mejor. Nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya alegrado tanto mi corazón como estas cosas. En ellas he encontrado objetos ma­ravillosamente artísticos, y me he admirado de los sutiles ingenios de los hombres de esas tierras extrañas”. Déjame ahora copiar el comentario que anoté sobre los indios que trajeron con el tesoro, de los que Bernal nos revela que fueron  liberados cuando los engordaban para ser comidos.
     -Pues veamos tu texto, daddy, que lo leeremos reverencialmente.
     -Te quejas con razón, discípulo amado, de que perdí la oportunidad histórica de contar todo lo que estos ojos y oídos pecadores míos conocieron directamente de ese hito de la humanidad que fue lo de  Indias. Esto que sigue es una muestra de lo poco que llegué a contar, y lo hice en el libro de contabilidad de mi tesorería, aunque registré también otros datos muy importantes: “En cumplimiento de lo mandado, fueron vestidos ricamente los cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias traídos por Montejo y Portocarrero, y enviados a S. Majestad a Tordesillas, donde estaba. Salieron de Sevilla en siete de febrero de 1520, y en ida y estada y vuelta, que fue en 22 de marzo, se gastaron 45 días. Uno de los indios no fue a la Corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla. Venidos de la Corte, murió uno. Permanecieron los cinco en Sevilla, muy bien atendidos, hasta 27 de marzo de 1521, día en que partieron en la nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez, en Cuba, para que dellos hiciese lo que fuese servicio de Su Majes­tad”. Ya ves, querido secre, que cuidamos de ellos, bajo mi responsabilidad, más de un año.

    (Foto: Autorretrato de Alberto Durero. Cuando vio las joyas que mandó Cortés, el año 1520, ya no era tan hermoso mancebo. Tenía  unos 50 años y le quedaban 8 de vida (y a mí, solamente uno). Pero había afinado su genialidad con la gran experiencia acumulada: sabía bien lo que era el verdadero arte, y se extasió con las maravillas aztecas. Da grima pensar que gran parte de las primorosas obras del pueblo mexicano fueron fundidas y transformadas en lingotes de oro; al fin y al cabo, vil metal).


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