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–Seguro que me dejas solo, secre, con el temible Fonseca.
-No te hagas el ofendido, insigne
canónigo, que sé que te gusta volverlo a ver. Cuéntanos la llegada de los
enviados a España.
-Vale, socio. Bernal, por una vez, se
equivoca: Carlos V no estaba ya en Flandes, sino en Tordesillas visitando a su
madre, Juana la Loca (que era la reina ‘oficial’, Juana 1ª de Castilla), y allí
le mandé yo con mi sobrino Domingo de
Ochandiano las cartas y el tesoro llegados de México. Pero sí es cierto que Puertocarrero y Montejo se
vieron obligados a defender los intereses de Cortés y sus soldados en plan sumiso
ante el hosco Fonseca, el ‘jefe’ de los asuntos de Indias y protector de
Velázquez. La entrevista fue desastrosa. “Les mostró tan mala cara y peor
voluntad, que nuestros embajadores estuvieron a punto de replicarle, pero se
reportaron y dijeron que mirase su señoría los grandes servicios que Cortés y
sus compañeros hacíamos a su Majestad; y les tornó a responder muy
soberbiamente que se habían levantado contra Diego Velázquez; y pasaron otras
muchas palabras agrias. Y a esta sazón llegó Benito Marín, capellán de Diego
Velázquez, dando muchas quejas de Cortés y de todos nosotros, y el obispo se
airó mucho más. Y acordaron nuestros embajadores de callar hasta mejor tiempo y
lugar”. Cambiaron de estrategia; buscaron contactos contrarios a Fonseca, lo
que no fue difícil, “porque era mal quisto (poco
querido) por las muchas demasías que mostraba con los grandes cargos que
tenía”. Consiguieron mandarle información al rey, que ya estaba en Flandes, “e
quiso Dios que Su Majestad alcanzó a saberlo todo muy claramente, y en su real
corte no se hablaba de otra cosa sino de Cortés y de las conquistas que
habíamos hecho”. En Flandes pudo ver el gran artista Durero parte de las joyas
aztecas que llevó Carlos V, y este fue su comentario: “Y también vi allí (en Bruselas) las cosas que trajeron al
Rey desde la nueva tierra del oro (describe
algunas de ellas), y eran tan hermosas que sería maravilla ver algo mejor.
Nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya alegrado tanto mi corazón
como estas cosas. En ellas he encontrado objetos maravillosamente artísticos,
y me he admirado de los sutiles ingenios de los hombres de esas tierras
extrañas”. Déjame ahora copiar el comentario que anoté sobre los indios que
trajeron con el tesoro, de los que Bernal nos revela que fueron liberados cuando los engordaban para ser
comidos.
-Pues veamos tu texto, daddy, que lo
leeremos reverencialmente.
-Te quejas con razón, discípulo amado, de
que perdí la oportunidad histórica de contar todo lo que estos ojos y oídos
pecadores míos conocieron directamente de ese hito de la humanidad que fue lo
de Indias. Esto que sigue es una muestra
de lo poco que llegué a contar, y lo hice en el libro de contabilidad de mi
tesorería, aunque registré también otros datos muy importantes: “En
cumplimiento de lo mandado, fueron vestidos ricamente los cuatro indios, dos de
ellos caciques, y dos indias traídos por Montejo y Portocarrero, y enviados a
S. Majestad a Tordesillas, donde estaba. Salieron de Sevilla en siete de
febrero de 1520, y en ida y estada y vuelta, que fue en 22 de marzo, se
gastaron 45 días. Uno de los indios no fue a la Corte porque enfermó en Córdoba
y se volvió a Sevilla. Venidos de la Corte, murió uno. Permanecieron los cinco
en Sevilla, muy bien atendidos, hasta 27 de marzo de 1521, día en que partieron
en la nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez, en Cuba, para que
dellos hiciese lo que fuese servicio de Su Majestad”. Ya ves, querido secre,
que cuidamos de ellos, bajo mi responsabilidad, más de un año.
(Foto: Autorretrato de Alberto Durero.
Cuando vio las joyas que mandó Cortés, el año 1520, ya no era tan hermoso
mancebo. Tenía unos 50 años y le
quedaban 8 de vida (y a mí, solamente uno). Pero había afinado su genialidad
con la gran experiencia acumulada: sabía bien lo que era el verdadero arte, y
se extasió con las maravillas aztecas. Da grima pensar que gran parte de las
primorosas obras del pueblo mexicano fueron fundidas y transformadas en
lingotes de oro; al fin y al cabo, vil metal).
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