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Ahí tenemos, divino vate, a Cortés, en sus habituales fintas de escurridiza
anguila. En Trinidad se pegaban por ir con él. ¿Pero?
-Que lo cuente Bernal, santo canónigo: “Ya
salidos de Santiago de Cuba, dijeron a Diego Velázquez tales palabras contra
Cortés que le hicieron volver la hoja (cambiar
de idea), porque le acusaban de que iba alzado y que salió del puerto a
cencerros tapados (esa expresión me la
quedo). Y como Velázquez estaba siempre con esa sospecha, mandó cartas a
Trinidad para que se detuviese a Cortés y le llevasen preso, porque ya le había
quitado el mando y dado el poder a Vasco Porcallo (lo tienes claro). Y cuando lo supo Cortés, habló a Diego de Ordaz,
al alcalde mayor, Francisco Verdugo, y a todos los soldados y vecinos de
Trinidad que le parecieron contrarios, y tales palabras y ofrecimientos les
dijo que los trujo a su servicio; y que si tratasen de quitarle la armada, él
tenía de amigos a muchos que estaban a mal con Velázquez porque les había dado
pocos indios, y además tenía muchos soldados y estaba muy pujante, y había peligro
de que los soldados saquearan la villa”. Con una mezcla de amenazas y dulces
promesas, aquello quedó como un sereno atardecer, y hasta tuvo la osadía de
“escribirle muy amorosamente al Diego Velázquez diciendo que se maravillaba de
su merced haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo era servirle a Dios, a Su
Majestad y a él en su nombre”. Tu turno, ilustre menés.
-Por un pequeño incidente, querido
cronista, veremos que allí solo había un líder indiscutible. Salieron para la
Habana, la nave de Cortés se rezagó, y los demás se inquietaron, pero no se
ponían de acuerdo en la elección del que iría a buscarle. “Y había entre
nosotros muchos bandos y chirinolas (juego
infantil de bolos) sobre quién sería capitán hasta la vuelta de Cortés, y
quien más metió la mano en ello fue Diego de Ordaz, como mayordomo mayor de
Velázquez. Pero como vimos llegar a Cortés, todos los más nos alegramos con su
venida, salvo algunos que pretendían ser capitanes, y cesaron las chirinolas”.
En la Habana, nueva campaña de reclutamiento, y Bernal detalla algunos
fichajes: “Francisco de Montejo, que luego fue gobernador de Yucatán (y es el que llegó con Puertocarrero a la
Casa de Contratación a entregarme la primeras joyas de México), Diego de
Soto, el de Toro, mayordomo de Cortés, y un Juan de Nájera, no lo digo por el
sordo, sino el del juego de la pelota en México…, todos personas de calidad”.
- Y Bernal nos va a presentar hasta los
caballos, señor mío.
-Muy propio de él, jovencito. Después de
añadir que “Cortés en la Habana comenzó a poner casa y a tratarse como señor,
con maestresala y mayordomo”, se centra en los preparativos del embarque
definitivo, lo que le da pie para expresar su pasión por los caballos. Cita 16
y a sus afortunados dueños. Abrevio la relación que da, salvando algún
comentario típico de Bernal: “Capitán Cortés, un caballo zaíno (castaño oscuro); Alvarado y López Dávila
compartían una yegua alazana de buena carrera; Puertocarrero, la que le regaló
Cortés; Velázquez de León, una muy poderosa a la que llamábamos la Rabona;
Cristóbal de Olid, un caballo harto bueno; Francisco Montejo, un caballo que no
fue bueno para la guerra; Francisco Morla, un caballo gran corredor; Juan
Escalante, un caballo tresalbo (3 patas
blancas) que no fue bueno; Diego de Ordaz, una yegua machorra que corría
poco; Gonzalo Domínguez, muy extremado jinete, un caballo muy bueno…”. Sigue
con los otros propietarios: Morón, Baena, Lares (“muy buen jinete”), Ortiz, el
músico (“con uno de los mejores caballos”). Nombra al final a Juan Cedeño,
aquel al que convenció Cortés para que se uniera a la expedición con su propio
barco. “Pasaba Cedeño por ser el más
rico soldado que hubo en la armada, porque trujo navío suyo, y la yegua y un
negro (esclavo) e cazabe y tocino. En
aquella sazón no se podían hallar caballos ni negros si no era a precio de oro,
y a esta causa no pasaron más caballos”. En la foto que repetimos, se ve la
Habana actual, pero entonces la ciudad estaba debajo, en la bahía donde pone
Palacios. Desde allí se continuaba viaje hasta el cabo San Antonio, y se daba
luego el salto hasta la costa de México.
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