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-Aleluya, pequeñín: lograron volver a Cuba, y desde el Puerto de Carenas
(adonde se trasladaría La Habana), escribieron rápidamente al gobernador
Velázquez, que residía en Santiago.
-Pero hubo secuelas, reve: “Nuestro
capitán Francisco Hernández, se fue a Sancti Spiritus, donde era vecino; y como
iba mal herido, murió dende a diez días; y en la Habana, otros tres soldados
que llegaron heridos”. Las noticias fueron un acontecimiento (dice que las
“soblimaron”) en todas las islas; “así en
Sto. Domingo y en Jamaica y aún en Castilla, hobo gran fama dello; y como
vieron los ídolos, decían que eran de los judíos que desterraron Tito y
Vespasiano de Jerusalén, que los echaron en ciertos navíos y habían aportado a aquellas
tierras (se oye la carcajada de Bernal)”.
El gobernador, con ojillos libidinosos, abrasaba a preguntas a los dos indios,
Melchorejo y Julianillo (utilizaban mucho los diminutivos paternalistas con los
indígenas), para saber qué riquezas había en sus tierras, y lo contentaban con
diplomáticas trolas: “no le decían verdad, porque está claro que en todo
Yucatán no hay minas de oro ni de plata”. Como nadie es más didáctico que
Bernal, nos explica el nombre de Yucatán: dice que se lo pusieron los españoles
por darse la yuca en aquella zona, pero “en lengua de indios no se llama ansí”.
Tu turno.
-Grazie tante, caro. Lamenta Bernal que
todos los soldados volvieron pobres. Luego se queja de que el gobernador
Velázquez escribió a la Corte dándose todo el mérito de la expedición, y añade
que (ay, Dios mío, cuánta razón tendría) mi “padrino”, el obispo Fonseca, le
mandó una carta al rey “dando mucho favor al Diego Velázquez, y no hizo memoria
de nosotros, que hicimos el descubrimiento”. Tras curar sus heridas, se puso de
acuerdo con otros tres compañeros para ir a Trinidad con un comerciante llamado
Pedro de Ávila (Bernalito es un listín telefónico), que tenía una canoa con
indios remeros, pagándole 10 pesos de oro. Tras 8 días de viaje, tormenta al
canto, y la canoa a pique. “Quedamos descalabrados, y desnudos en carnes para
poder mejor nadar. Y quiso Dios que, tras caminar dos días, llegamos a un
pueblo de indios, el cual era en aquella sazón del padre Fray Bartolomé de las
Casas (en su relato, brotan como hongos
los grandes de Indias), clérigo presbítero, al que después conocí fraile
dominico y obispo de Chiapas”.
-Y, como vemos, Bernal todo el tiempo
jugando a la ruleta rusa, my dear priest.
-Ciertamente: es una historia vivida de
forma continua al borde del abismo. Vamos a puntualizar un pelín el comentario
que hace Bernal sobre Bartolomé de las Casas. Dice con mucha propiedad que
llegó a un pueblo llamado Yaguaramas
(así sigue), pero, para esas fechas, 1517/1518, Bartolomé ya había renunciado a
la encomienda de indios que tenía allí (quizá la equivocación venga de que
todavía no fuera un hecho público). Bernal hablará mucho de él a lo largo de su
libro, y siempre tachándolo de exagerado (y lo era), pero también influía el
hecho de que a todos los “conquistadores” les resultaba imposible aceptar una
eliminación total de la utilización de los indios, como exigía las Casas.
Terminemos con unos apuntes de los inicios de Bartolomé en Indias. Al principio
fue un clérigo vividor, y se hizo rico pronto con las encomiendas; pero un
sermón apocalíptico del dominico Montesinos, le sacudió tanto los hondones de
su alma, que abandonó de inmediato la frivolidad de su vida clerical, y se hizo
más montesinista que el incendiario predicador. El resto de su vida fue
“Bartolomé contra el mundo”: exagerado, peleón, intransigente, genial,
prodigioso escritor, hiperactivo… y, para mayor incordio general, muy longevo.
El caso es que, gracias a él, la situación de los indios mejoró
sustancialmente, y las leyes se humanizaron. ¿Habría en aquel tiempo algún otro
país capaz de hacerle caso? Vean su merecida estatua en Gautemala.
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