viernes, 6 de mayo de 2016

(Día 257) EN CUENTRAN ADORATORIOS CON MUCHOS ÍDOLOS, DONDE SACRIFICABAN. Los indios les dan la primera noticia de la existencia de MÉXICO. Una imprudencia de PEDRO DE ALVARADO muestra ya la osadía y el protagonismo que le iban a caracterizar.

(9) –Oye, secre: el gran piloto Alaminos era un atajagoces.
     -Y que lo digas, reve: “Yendo adelante, llegamos a una boca como de río grande, y decía Alaminos que era isla (qué obsesión) y que partía los términos de la tierra, y de esta causa le pusimos nombre de boca de Términos (véase el mapa). Y saltamos a tierra y hallamos que no era isla sino ancón (ensenada) y muy buen puerto; estaba muy despoblado, pero había unos adoratorios de cal y canto con muchos ídolos, donde los mercaderes y cazadores de paso sacrificaban. Continuamos hasta llegar a un río que se llama Tabasco, como el cacique del pueblo, e como lo descubrimos en este viaje, le nombramos río Grijalva”. En esta ocasión, la actitud de los indios fue diferente.
     -Consecuencia de lo pasado, baby. Los de Tabasco sabían muy bien, por las noticias de lo  que ocurrió en Potonchán en el viaje anterior, que los españoles eran muy peligrosos. Estaban muy prevenidos, pero solo querían que pasaran de largo. Así que hubo regalitos mutuos, teatrales abrazos, y hasta el paternalista sermón estereotipado de Grijalva. Los indios les dieron vituallas abundantes, pero contestaron “que señor ya tienen, y que agora veníamos y les queríamos dar señor nuevo, e que mirásemos que no les diésemos guerra como en Potonchán, porque tenían aparejados sobre tres xiquipiles de guerra, que son cada uno de 8.000 hombres”. El miedo era mutuo, y se impuso la diplomacia. Los nativos se mostraron complacientes regalándoles joyas no muy valiosas, pero, sobre todo, sin pretenderlo, les dieron una información de incalculable valor: “Aunque no valía mucho el presente, tuvímoslo por bueno por saber cierto que  tenían oro; dijeron que no tenían más, y decían que abundaba donde se pone el sol: ‘Culúa, Culúa’, y ‘México, México’ (eran lo mismo), y nosotros no sabíamos qué cosa eran Culúa y México”. Momento clave en el que se van ajustando las piezas del puzzle, aunque todavía la figura sea confusa. Sin peleas, lo que ya era un pasito importante en el trato con los indios (el pan se iba cociendo), continuaron por la costa. Alcanzaron Coatzacualcos, “y aparecieron las grandes sierras que están todo el año cargadas de nieve. El capitán Pedro de Alvarado, adelantándose, entró en un río, y le pusimos de nombre río de Alvarado”. El acto de este capitán de glorioso futuro fue muy propio de su carácter, de gran valía pero ambicioso y precipitado. “Y a causa de entrar en el río sin licencia, el general se enojó mucho con él”. Alvarado era mucho Alvarado.
     -Mientras, my dear priest, Cortés disfrutaba de la vida en Cuba.

     -Dejémosle que descanse, secre, porque le llegará la hora de entregarse a una sobrehumana locura. Observemos el mapa. El amplio puerto de que habla Bernal conserva el nombre de Laguna de Términos (no sabemos a qué términos se refería el piloto Alaminos, quizá a “fronteras”), y al lado está el río Grijalva. Era territorio de Tabasco. Fue en Cuatzacualcos donde Pedro de Alvarado se metió sin permiso con tres navíos en un río (el ansia de descubrir),  con un ‘cabreo’ enorme de Grijalva (que, como veremos, le duró lo suyo) por el peligro de que “le viniese algún apuro en parte donde no le pudiésemos ayudar”. La biografía de Pedro resultó una de las más notables de Indias, con algún patinazo de consideración. En el libro de Bernal, aparecerá continuamente, e incluso, al final, lo describirá con perspicacia, como hizo con otros de los principales protagonistas. Nació en Badajoz (y dale con los extremeños) el año 1485 (cosecha Cortés). En 1510 viajó a La Española en el séquito del virrey Diego Colón, acompañado de cinco hermanos, Gonzalo, Jorge, Gómez, Hernando y Juan, quienes, curiosamente para aquellos tiempos, todos utilizaron el apellido Alvarado. E sepan cuantos esto leyeren que yo, Sancho, lo vi en la mi Casa de la Contratasión de Sevilla, desde donde partió para Las indias eclipsando hasta al soberbio virrey: era un mansebo de veinte e sinco años, muy galán, de fermoso rostro, alto moso e de cuerpo membrudo, e supe, e no me equivoqué, que los indios lo habrían de mitificar por sus abundantes cabellos y barbas de un rubio ensendido, tanto que le apellidaron Tonatiu (el Sol).

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