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–Siempre igual, secre: ¿qué problemas tenemos para hoy?
-Pues como de costumbre, dottore, variados.
Dice Bernal: “En aquellos arenales había muchos mosquitos, así zancudos como de
los chicos que llaman mosquitos, que son peores que los grandes, y no podíamos
dormir. Y no había bastimentos, y el cazabe estaba muy mohoso y sucio. Y
algunos soldados que tenían indios en Cuba estaban suspirando por volver a sus casas, en
especial los criados y amigos de Diego Velázquez; e como vio así la cosa,
Cortés mandó que nos fuéramos a un pueblo que se llama Quiauiztlán, pero los
amigos y deudos de Velázquez le dijeron que para qué quería hacer el viaje sin
bastimentos, e que no se podía pasar más adelante porque ya se habían muerto de
heridas, dolencias y hambre unos 35 soldados, y que era mejor volver a Cuba. Y
Cortés respondió que no es buen consejo volver sin ver por qué, e que hasta
ahora no nos podíamos quejar de la fortuna; y que, en cuanto a los que se
habían muerto, que en las guerras suele acontecer. Y con esta respuesta se
sosegó algo la parcialidad de Diego Velázquez, aunque no mucho”. Mientras,
Cortés maniobraba.
-Rasón tenedes, perspicaz mansebo. Dio un
paso más en su desacato a Velázquez, y, encima, les hizo una jugada poco
honorable a sus soldados. Bernal cuenta que Puertocarrero y otros dos capitanes
le sondearon a él (lo estaban haciendo con muchos otros) de cara a tomar una
decisión muy importante. Le dijeron: “Mirá, señor, tened secreto de lo que os
queremos decir, que pesa mucho, y que no se enteren los de la parte de Diego
Velázquez”. Basándose en que el gobernador había publicado que la expedición
tenía derecho a poblar, y, al parecer, solo había dado permiso legal para
rescatar, de manera que si volvían a Cuba perderían todas sus esperanzas, le
plantearon bien clara su intención: “Estamos muchos caballeros amigos de
vuestra merced dispuestos a que esta tierra se pueble en nombre de Su Majestad,
y de Hernando Cortés en su real nombre; y tenga, señor, voluntad de dar el voto
para que todos lo elijamos por capitán. Yo respondí que la ida a Cuba no era
buen acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase e que eligiésemos a
Cortés por general y justicia mayor hasta que Su Majestad otra cosa mandase”.
Los partidarios de Velázquez, “que eran muchos más que los nuestros”, le
dijeron a Cortés que dejara de conspirar y ordenara la vuelta a Cuba. Y el
‘zorreras’ se la lio de nuevo.
-Así es: aparentó estar de acuerdo. Cuenta
tú la jugarreta, reve.
-Adicto al camuflaje, querido biógrafo
mío, el maniobrero Cortés, “sin demostrar enojo, dijo que le placía obedecer a
Diego Velázquez, y mandó pregonar que el día siguiente nos embarcásemos todos (para volver a Cuba)”. La esperada
reacción se produjo de inmediato: “Los que estábamos de su parte le requerimos
que poblase y no hiciera otra cosa, porque era muy gran servicio de Dios y de
Su Majestad, y se le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, de manera que
Cortés lo aceptó, y aunque se hacía mucho de rogar, como dice el refrán ‘tú me
lo ruegas y yo me lo quiero”. Tendrían que darle un óscar por su calidad de
actor. Pero no le pareció bastante enredo, porque aprovechó la tensión creada
para quedarse, no ya con una ‘gallina’, sino con dos; y en este caso salieron
estafados todos, los amigos de Velázquez y sus propios fieles, aunque Bernal
subraya claramente el robo. Veámosle a Cortés en su aspecto más indigno: “Puso
como condición que le hiciésemos Justicia Mayor y Capitán General, y lo peor de
todo, que le diésemos el quinto del oro de lo que se hubiese después de sacado
el real quinto. Y le dimos esos poderes delante de un escribano del rey”. Jamás
conquistador alguno se atrevió en Indias a birlarle a sus compañeros con tanto
descaro gran parte de lo que les pertenecía. Solo se entiende la aceptación
considerando la enorme dependencia que tenían de su jefe. Pero esa espina se
les quedaría clavada para siempre.
(Foto del Palacio de Cortés en Cuernavaca
y de su estatua: está claro que el insaciable capitán necesitaba el quinto del
oro para alcanzar su futura grandeza).
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