domingo, 22 de mayo de 2016

(Día 273) LOS SOLDADOS PARTIDARIOS DEL GOBERNADOR querían ya abortar el viaje y volver a Cuba. La habilidad de CORTÉS soluciona el problema, y se consuma la rebeldía contra el gobernador. El aspecto más innoble del gran CORTÉS entra en acción: ESTAFA A SUS HOMBRES.

(25) –Siempre igual, secre: ¿qué problemas tenemos para hoy?
     -Pues como de costumbre, dottore, variados. Dice Bernal: “En aquellos arenales había muchos mosquitos, así zancudos como de los chicos que llaman mosquitos, que son peores que los grandes, y no podíamos dormir. Y no había bastimentos, y el cazabe estaba muy mohoso y sucio. Y algunos soldados que tenían indios en Cuba estaban  suspirando por volver a sus casas, en especial los criados y amigos de Diego Velázquez; e como vio así la cosa, Cortés mandó que nos fuéramos a un pueblo que se llama Quiauiztlán, pero los amigos y deudos de Velázquez le dijeron que para qué quería hacer el viaje sin bastimentos, e que no se podía pasar más adelante porque ya se habían muerto de heridas, dolencias y hambre unos 35 soldados, y que era mejor volver a Cuba. Y Cortés respondió que no es buen consejo volver sin ver por qué, e que hasta ahora no nos podíamos quejar de la fortuna; y que, en cuanto a los que se habían muerto, que en las guerras suele acontecer. Y con esta respuesta se sosegó algo la parcialidad de Diego Velázquez, aunque no mucho”. Mientras, Cortés maniobraba.
     -Rasón tenedes, perspicaz mansebo. Dio un paso más en su desacato a Velázquez, y, encima, les hizo una jugada poco honorable a sus soldados. Bernal cuenta que Puertocarrero y otros dos capitanes le sondearon a él (lo estaban haciendo con muchos otros) de cara a tomar una decisión muy importante. Le dijeron: “Mirá, señor, tened secreto de lo que os queremos decir, que pesa mucho, y que no se enteren los de la parte de Diego Velázquez”. Basándose en que el gobernador había publicado que la expedición tenía derecho a poblar, y, al parecer, solo había dado permiso legal para rescatar, de manera que si volvían a Cuba perderían todas sus esperanzas, le plantearon bien clara su intención: “Estamos muchos caballeros amigos de vuestra merced dispuestos a que esta tierra se pueble en nombre de Su Majestad, y de Hernando Cortés en su real nombre; y tenga, señor, voluntad de dar el voto para que todos lo elijamos por capitán. Yo respondí que la ida a Cuba no era buen acuerdo, y que sería bien que la tierra se poblase e que eligiésemos a Cortés por general y justicia mayor hasta que Su Majestad otra cosa mandase”. Los partidarios de Velázquez, “que eran muchos más que los nuestros”, le dijeron a Cortés que dejara de conspirar y ordenara la vuelta a Cuba. Y el ‘zorreras’ se la lio de nuevo.
     -Así es: aparentó estar de acuerdo. Cuenta tú la jugarreta, reve.
     -Adicto al camuflaje, querido biógrafo mío, el maniobrero Cortés, “sin demostrar enojo, dijo que le placía obedecer a Diego Velázquez, y mandó pregonar que el día siguiente nos embarcásemos todos (para volver a Cuba)”. La esperada reacción se produjo de inmediato: “Los que estábamos de su parte le requerimos que poblase y no hiciera otra cosa, porque era muy gran servicio de Dios y de Su Majestad, y se le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, de manera que Cortés lo aceptó, y aunque se hacía mucho de rogar, como dice el refrán ‘tú me lo ruegas y yo me lo quiero”. Tendrían que darle un óscar por su calidad de actor. Pero no le pareció bastante enredo, porque aprovechó la tensión creada para quedarse, no ya con una ‘gallina’, sino con dos; y en este caso salieron estafados todos, los amigos de Velázquez y sus propios fieles, aunque Bernal subraya claramente el robo. Veámosle a Cortés en su aspecto más indigno: “Puso como condición que le hiciésemos Justicia Mayor y Capitán General, y lo peor de todo, que le diésemos el quinto del oro de lo que se hubiese después de sacado el real quinto. Y le dimos esos poderes delante de un escribano del rey”. Jamás conquistador alguno se atrevió en Indias a birlarle a sus compañeros con tanto descaro gran parte de lo que les pertenecía. Solo se entiende la aceptación considerando la enorme dependencia que tenían de su jefe. Pero esa espina se les quedaría clavada para siempre.

     (Foto del Palacio de Cortés en Cuernavaca y de su estatua: está claro que el insaciable capitán necesitaba el quinto del oro para alcanzar su futura grandeza).


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