(15)
-El dinamismo de Cortés era desmedido, secre. No había llegado todavía la
licencia del rey y ya quedó toda Cuba pregonada.
-Sabía vender y venderse, reverendo.
Bernal dice que “Cortés en todo se daba mucha priesa”, y que creó tales
expectativas de gloria y riqueza “que nos juntamos en Santiago de Cuba para
salir con la armada más de 350 soldados; y de la casa del mismo Diego Velázquez
salió un su mayordomo que se decía Diego de Ordaz, que lo envió para que no
hubiese en el viaje ninguna mala traza de Cortés, porque siempre temió que se
alzaría (como decía el ‘chocarrero’),
aunque no lo daba a entender”.
-Echa el freno, conductor, que quiero
intervenir. Anunciemos ya que Ordaz le crearía muchos problemas a Cortés, pero,
como la mayoría, fue víctima de su hechizo manipulador. Con el tiempo, ya
conquistada Tenoctitlán-México, voló alto por su cuenta y exploró la costa de Venezuela. Pero allí (ya
lo contaste en la sublime biografía que me escribiste) tropezó con el alcalde
de Cubagua, la isla perlífera; y ese alcalde, bien bragado, era mi sobrino Pedro Ortiz de Matienzo. El
enfrentamiento fue de alto voltaje, y se debió a que mi pariente consideró que
había penetrado en territorio sometido a su autoridad; se embarcaron juntos para
zanjar el asunto en la Corte y Diego de Ordaz murió durante el viaje, pero no,
como algunos retorcidos dijeron, envenado por mi sobrino.
-Justo era comentarlo, daddy. Prosigamos con
Bernal: “Y vinieron otros muchos que eran amigos y paniaguados de Velázquez”.
Aunque él siempre sería del bando de Cortés, no se priva de decir: “E yo me
quiero poner aquí a la postre, que también era de la misma casa de Velázquez,
porque era mi deudo”. Muchos amiguetes y
parientes de Velázquez le estaban dando el tostón para que cambiara de capitán,
quien, a su vez, pronto hizo alarde de cuál era su taimado estilo: “Sabiendo
esto Cortés, no se quitaba de estar en compañía del gobernador, mostrándose muy
gran servidor, y le decía que, Dios mediante, le haría muy ilustre señor e rico
en poco tiempo”.
-Bien contado, pequeñín; y quedan, pues,
avisadas vuesas mersedes: si se descuidan, Cortés les robará la cartera. Como
vio que el titubeante Velázquez se podía volver atrás y quitarle el mando,
ordenó a todos los apuntados para la expedición que se embarcaran de inmediato.
El gobernador quedó tan confuso que, incomprensiblemente, fue incapaz de
reaccionar, “y después de haber oído misa, fue con nosotros a los navíos; tras
muchos abrazos de Cortés al gobernador y
del gobernador a él, se despidieron. Nos hicimos a la vela y llegamos al
puerto de Trinidad”; allí siguió reclutando gente.
-Pon la lista que da Bernal, santo abad, para
que se vea su peculiar y castizo estilo narrativo.
-Aun resumiendo (y saltándome muchos nombres),
apreciaremos su prodigiosa memoria y ese amor a la pincelada humana. Dice que
se apuntaron los hermanos Alvarado, señalando que Juan el Viejo (el mayor de
ellos) era bastardo, “y Alonso Dávila, capitán que fue cuando lo de Grijalva; y
Gonzalo Mexía, que luego fue tesorero en México; y Lares, el buen jinete (lo precisa para distinguirlo de otro Lares);
y Cristóbal de Olid, el muy esforzado; y Ortiz, el músico; y un Alonso Rodríguez,
que tenía minas de oro. Escribió Cortés a Sancti Spiritus con palabras sabrosas
para atraer a muchas personas de calidad, como Alonso Hernández de
Puertocarrero, primo del conde de Medellín, y Gonzalo de Sandoval, que llegó a
ser gobernador de la Nueva España (México)”.
Y fíjate lo que son las cosas, querido socio: fue precisamente Puertocarrero el
que me trajo a la Casa de la Contratación de Sevilla, para el rey, las primeras
joyas de México. Bernal recuerda también
que Cortés, en cuanto se alistó, le hizo un buen regalo, quizá manipulador, a este aristócrata
empobrecido: “Como aquel caballero no
tenía caballo ni de qué comprarlo, Cortés le compró una yegua rucia (color pardo o canoso), y dio por ella
unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo”. Tuvo otro gesto de
rápido ejecutivo: llegó un barco con “pan cazabi y tocinos, que traía, camino
de la Habana un Juan Cedeño, y Cortés le compró el navío fiado (adónde vas, infeliz, que México te espera),
y Cedeño se vino con nosotros. Ya teníamos once navíos y todo se nos hacía
prósperamente; gracias a Dios por ello”. Avisamos ya de antemano que la
peripecia de Cortés será un constante salir de una y enredarse en otra: “Y
estando de la manera que he dicho, envió Diego Velázquez mandamiento para que
se le detenga la armada a Cortés y le envíen preso”.
(En el mapa de Cuba se ve cómo Cortés
aprovechó la proximidad de Sancti Spiritus a Trinidad para mandar allá
propaganda de su viaje).
No hay comentarios:
Publicar un comentario