miércoles, 4 de mayo de 2016

(Día 255) EL GOBERNADOR VELÁZQUEZ prepara una segunda expedición para encontrar el mítico MÉXICO. Quiere que vaya BERNAL. Irán también los que terminaron siendo cuatro pesos pesados de la historia de Indias, GRIJALV A, MONTEJO, ALVARADO Y ALONSO DE ÁVILA.

(7) -Arrea la mula, que se nos larga Bernal. Está ya en Chipiona.
     -Tranqui, reve, que ya lo veo. Seguro que bautizó ese rincón de Cuba algún paisano de Rocío Jurado. Escuchemos un ejemplo de  las aclaraciones que tanto le gustaban, disculpándose a menudo por esa tendencia a irse por las ramas. Dice que Chipiona “era de un Alonso de Ávila y de un Sandoval; no lo digo por el capitán Sandoval de la Nueva España”. Añadamos que siempre tuvo un afecto especial por éste, Diego de Sandoval, compañero suyo de fatigas en todas las batallas, casi imberbe al principio, pero luego pieza clave en la tremenda campaña de México. En Trinidad, un paisano de Bernal, Antonio ‘de Medina’ (por si las dudas), le ayudó, y con ese alivio, consiguió llegar a Santiago y ver al gobernador, su ‘deudo’. Velázquez, que ya estaba engolosinado con lo que se contaba del viaje del fallecido  Fernández de Córdoba, preparaba otra expedición, y, como daba por correcto el nombre de aquella tierra, le dijo a Bernal “que si estaba bueno para volver a Yucatán, y riéndome le dije que quién le puso el nombre, que allá no lo llaman así;  contestó que los indios que trujimos, y le respondí que mejor nombre sería ‘la tierra donde nos mataron más de la mitad de nuestros soldados’; y entonces dijo, volved otra vez a la armada que hago, que yo mandaré al capitán Juan de Grijalva que os haga mucha honra”. Luego cuenta detalles de la preparación. Dinos algo.
     -Un placer, pequeñuelo, porque saca a relucir a cuatro pesos pesados de Indias que yo conocí bien. “Y en aquella sazón halláronse  presentes en Santiago un Juan Grijalva (ya mencionado) y un Alonso de Ávila y un Francisco Montejo y Pedro de Alvarado, que eran hombres principales”. Bajo el mando de Grijalva como capitán general, se le confió a cada uno de los otros un barco;  “cada uno destos puso matalotaje (‘provisiones’; nos hartaremos de ver esa palabra) y, Velázquez, los 4 navíos”. La noticia tuvo entusiasmado eco, “y de presto nos juntamos 240 compañeros, y pusimos matalotaje y armas; trujimos un clérigo que se decía Juan Díaz, sevillano (aquellos curas era bien bravos), y los 3 pilotos del otro viaje, Antón Alaminos, de Palos (no de Cantabria, como alguno dice), Camargo, de Triana, y Juan Álvarez el Manquillo (siempre el detalle pintoresco), de Güelva”. Ahorita le veremos disculparse por tratar a lo llano a los tres capitanes.
     -Se nota, querido Sancho, que Bernal está  escribiendo lo que tantas veces contó de palabra en un corrillo a petición de curiosos y amigos.
     -Y como sabe que está hablando de gente excepcional, se cura en salud explicando por qué casi los tutea: “Parece cosa descomedida nombrar secamente los nombres destos capitanes que después fueron personas que tuvieron dictados (títulos), porque Pedro de Alvarado fue adelantado y gobernador de Guatemala y comendador del Señor Santiago; y el Montejo fue adelantado de Yucatán y gobernador de Honduras; el Alonso de Ávila no tuvo tanta ventura como los otros, porque le prendieron los franceses”. Es típico de Bernal liarse con lo anecdótico, y en este caso olvida (aunque a lo largo del libro lo explicará todo ampliamente) que Alonso de Ávila tuvo un gran protagonismo en México y, después, en Yucatán, con lo que, de momento, lo deja desdibujado. Fue, sin duda, llamativo el hecho de que le apresaran los franceses viniendo a España, pero tiene poca importancia en su notable biografía. Acto seguido, Bernal deja claro que va a continuar un tiempo dándoles un trato sencillo (cada cosa en su momento): “Les seguiré nombrando solo por sus propios nombres hasta que tuvieron concedidos por Su Majestad los dictados por mí memorados”.

     El monumento de la foto es el dedicado a Bernal en Medina del Campo. Tiene grabado al dorso los nombres de los compañeros de fatigas que él cita en 15 páginas al final de su libro: en total, ¡unos 500! Solo que en el texto de la crónica, con su entrañable estilo, Bernal añadió, casi siempre, sus apodos, sus procedencias, sus oficios y sus parientes próximos; es una lástima que, por respeto a los difuntos, no se incluya también en el monumento la lista de los nombres de los caballos que él recordaba, con sus características incluidas. Prodigiosamente memorioso y humano. 


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