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-Recordemos, discípulo amado, que primero Francisco Hernández de Córdoba, y
ahora Juan de Grijalva, estaban preparando sin saberlo una lanzadera para que luego
Cortés alcanzara la máxima gloria.
-Pero digamos, divino maestro, que Bernal
tuvo el especial mérito de jugarse el tipo viajando con los tres; él lo dice
con justo orgullo, porque fue el único que vivió las tres terroríficas
‘movidas’. La relectura de su originalísimo libro me está aclarando un sinfín
de cosas. Así, nos sigue contando que llegaron en su viaje a “una isleta donde
agora es el puerto de Veracruz”, a la que llamaron San Juan de Ulúa, dejando
bien precisado su emplazamiento. Y, como suele hacer, explica la denominación.
Dice que le pusieron Ulúa por una mala interpretación de un indio que, en
realidad, hablaba de Culúa (México). Y atribuye el San Juan a que la fiesta
estaba cercana y a que “nuestro capitán se llamaba Juan”. Sigue tú, reverendo.
-Gracias, hijo mío. Me parece bien que
Bernal repita los horrores para que se sepa que no era algo anecdótico.
Desembarcaron en la playa “y hallamos una casa de adoratorios con un ídolo muy
grande y feo al que llamaban Tescatepuca (Tezcatlipoca:
a Bernal le cuesta afinar, pero siempre se aproxima), acompañándole cuatro
papas (sacerdotes) que tenían
sacrificados de aquel día dos mochachos abiertos por los pechos, los corazones
y sangre ofrecidos a aquel maldito ídolo. Y los sacerdotes nos venían a sahumar
con lo que sahumaban a su Tescatepuca. Y no lo consentimos, sino que tuvimos
gran lástima de ver muertos aquellos dos mochachos y ver tan grandísima
crueldad”. Ahí tenemos al implacable soldado, harto de guerra y de muertos,
pero que se estremece ante la estúpida tragedia de dos pobres diablos. “Y
viendo que el tiempo se nos pasaba en balde, teniendo por cierto que aquellas
tierras (las de la costa recorrida)
no eran islas sino tierra firme y que había grandes pueblos y que el pan cazabi
(de yuca) estaba muy mohoso y sucio
de fatulas (cucarachas), y que no
éramos bastantes para poblar (habían
muerto 13 soldados), fue acordado
enviar a pedir socorro al Diego Velázquez, porque Grijalva muy gran voluntad
tenía de poblar y siempre fue muy valeroso y esforzado capitán, y no como lo
escribe el cronista Gómara”. Bernal, honorablemente, se revuelve contra un
Gómara que oscurecía a Grijalva para que brillara más todavía su ‘sponsor’,
Cortés. ¿Y a quién mandaron a Cuba?
-Pues el elegido, caro Sancio, fue la
saeta rubia, Alvarado.
-Pero no le eligió Grijalva por lo mucho
que valía. “Para hacer aquella embajada, acordamos que fuese el capitán Pedro
de Alvarado, por dos cosas: lo uno porque ni Juan de Grijalva ni los demás
capitanes estaban a bien con él por la entrada que hizo (sin permiso) en aquel río que nombramos Alvarado; y lo otro, porque
había venido a aquel viaje de mala gana y medio doliente (Gómara escribió que lo que tenía era mal de amores, ‘que se perdía por
una isleña’)”. Cuenta Bernal que ya les había mandado Velázquez desde Cuba
un barco de ayuda, pero que tuvo que darse la vuelta por un temporal. Y nos
menciona a su capitán, un personaje posteriormente clave (y de trágico final)
en la aventura de México: “Cristóbal de Olid, persona de valía y muy esforzado,
que fue maestre de campo cuando lo de Cortés”. Llegó Alvarado a Santiago de
Cuba y aquello fue la locura: a todos les entró la fiebre del oro por las
muestras que llevaba. “Y como el Alvarado se lo sabía muy bien platicar (hasta el piquito lo tenía de oro), el
Diego Velázquez no sabía sino abrazarle y tener ocho días de gran regocijo y
jugar cañas (torneos light). Y con
este oro se sublimó mucho más la fama de que aquellas eran ricas tierras en
todas las islas y en Castilla (un
frenesí)”. Termina Bernal con un irónico quite de los suyos. “Y dejaré al
Diego Velázquez haciendo fiestas y volveré a nuestros navíos, que estábamos en
San Juan de Ulúa”. Véase en la foto la fortaleza que diseñó después Cortés en
esta pequeña isla, que está pegando a la gran Veracruz actual.
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