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–Incapaces de estarse quietos, jovencito, los divinos impacientes siguieron
adelante a lo largo de la costa, y vieron por primera vez las sierras del
volcán Tuxtla y la de Tuxpan, con muchas poblaciones diseminadas, ya en la zona
de Pánuco. Atracaron y tuvieron que defenderse de unos indios belicosos,
levando anclas rápidamente para continuar hasta que “llegamos a una punta muy
grande, tan mala de doblar y las corrientes muchas, que no pudimos seguir”. El
prestigioso piloto Alaminos les convenció de que convenía finalizar el viaje.
Relévame, hijo mío.
-Estoy nervioso, daddy, porque vamos a
empezar pronto a oír la historia más grande jamás contada; lo de Hernández de
Córdoba y Grijalva ha sido apasionante, pero no pasan de aperitivos del gran
banquete que nos espera con Cortés. Y sigue Bernal: “Grijalva decía que quería
poblar, pero los capitanes Alonso Dávila y Francisco de Montejo decían que no,
porque sería imposible aguantar más, y también los soldados estábamos muy
trabajados de andar por la mar; y quedó acordado volver a Cuba”. En una parada,
“un soldado que se decía Bartolomé Pardo fue a una casa adoratorio, y cogió
muchos ídolos y cuchillos de pedernal con que los indios sacrificaban y
retajaban, llevándoselo al capitán, y muchas piezas de oro, que se las quedó. Algunos
se lo censuraron, pero le rogamos a Juan de Grijalva que se lo dejase, y como
era de buena condición (sabía Bernal
valorar las cualidades), mandó que, quitado el quinto (impuesto para el rey), lo demás fuese para el pobre soldado”.
Haciendo el camino a la inversa, tardaron 45 días en llegar a Santiago de Cuba,
“donde el Diego Velázquez nos hizo buen recibimiento”. Pero no a Grijalva,
diciéndole que, aunque tenía orden de no poblar, debería haberlo hecho. ¿Qué te
parece, reve?
-Pues que me alegro infinito de que este
injusto bocazas cometiera luego el
gravísimo error de confiar la próxima expedición a alguien que sí se atrevió a
desobedecerle, Cortés, como mostraremos enseguida. Todo empezó con un fallo que le costaría caro al gobernador
Velázquez: la impaciencia. “Y entonces ya había pláticas para enviar otra
armada y sobre quién elegirían por capitán. Y Diego Velázquez temió que primero
que él hiciera relación dello a Su Majestad, algún caballero de la Corte le
hurtaría la bendición y pediría la licencia para descubrir y poblar”. ¿Y qué
hizo, secre?
-Pues mandó a un representante a Castilla,
adonde tu ‘padrino’, Fonseca. No sufras.
-¡Ay, Dios mío! Cara voy a pagar su
antigua protección. Veámoslo. Si yo viví al amparo de mi padrino, mucho más y
mejor Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, porque le aportaba grandes beneficios. Dice Bernal que
“envió a su capellán, Benito Martín, con cartas para Don Juan Rodríguez de
Fonseca, obispo de Burgos, y para el secretario del rey, López de Conchillos (el príncipe de los corruptos), que se
ocupaban de las cosas de Indias. Y el Diego Velázquez les era gran servidor, en
especial del obispo, pues les dio (los beneficios) de pueblos de indios en la
misma Cuba, que les sacaban oro de las minas, y así hacían mucho a favor de las
cosas del Diego Velázquez (pasa de mí
este cáliz, Señor)”. Bernal no puede hablar más claro, y sin pelos en la
lengua: era capaz de enfrentarse con la verdad delante de los más poderosos.
Acto seguido, nos señala lo que daría origen a un tremendo conflicto en la
conquista de tierra firme. “El Benito Martín consiguió provisión para que se le
nombrara a Diego Velázquez Adelantado de Cuba, pero no vinieron los despachos
antes de que el valeroso Cortés saliese con otra armada”. Las tremendas consecuencias,
ya las veremos. Pero ahora, como Fonseca no solo era temible, sino también un
personaje de altos vuelos con enorme peso histórico (al que mucho le debí),
déjame poner una foto que muestra sus inquietudes de refinado mecenas. Le encargó
a Diego de Siloé (hijo de Gil) que construyera en la catedral de Burgos (donde
yo fui su tesorero) esa preciosidad de la foto, La Escalera Dorada: atrevido
diseño, mármoles finos, forjados artísticos, tapices de ensueño… algo
principesco, repitiendo los alardes que ya había dejado en la catedral de
Palencia.
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