miércoles, 18 de mayo de 2016

(269) TREMENDA BATALLA, en la que se usó artillería. Murieron más de 800 indios. Se ríe BERNAL de la fábula de que intervino en la lucha el APÓSTOL SANTIAGO. Después de la victoria, CORTÉS emplea hábilmente la diplomacia y pacifica a los indios.

(21) –Me estremezco, hijo mío: aumenta el voltaje de la guerra.
     -Certo, caro; lo cuenta con detalle Bernal: “Los indios traían penachos, tambores y trompetillas, las caras almagradas (rojas), blancas y prietas (oscuras), y grandes arcos, flechas, lanzas, rodelas, espadas y muchas ondas de piedra (añadamos el pavor que producían sus horrendos sacrificios); y como eran grandes escuadrones, se vienen como rabiosos y nos cercan, que la primera arremetida nos hirieron a más de 70, e un soldado murió pronto de un flechazo en el oído; y nosotros, con los tiros y ballestas y a grandes estocadas, les hicimos apartar; Mesa, el artillero, mató muchos dellos porque, como eran grandes escuadrones y no se apartaban, daba en ellos a su placer”. Cortés, con la caballería, atacó a los indios por la retaguardia, “e los indios creyeron que caballo y caballero era todo uno, porque no habían visto caballos. Y desque los hubimos desbaratado, nos detuvimos debajo de unos árboles, dimos muchas gracias a Dios, y curamos a los soldados y caballos quemándoles las heridas con el unto (la grasa) de uno de los indios muertos, que fueron más de 800, y prendimos 5 indios; luego enterramos a dos soldados nuestros”. Y, ahora, se nos pone guasón.
     -Es un caso Bernal, querido socio: finamente, se carcajea del famoso cronista López de Gómara porque escribió que intervino en la batalla San Pedro o Santiago con un caballo blanco. Le hace papilla la versión, aunque él, como buen cristiano, cree que Dios les ayudó: “Pudiera ser verdad lo que dice el Gómara, e yo, como pecador, no fuese digno de verlo. Lo que yo entonces vi fue a Francisco Morla (no a un santo) en un caballo castaño, algo separado de Cortés, que me parece ahora que lo estoy escribiendo que se me representa toda aquella guerra por estos ojos pecadores, e ninguno de los conquistadores que se hallaron allí dijeron tal cosa”. Escribe después una frase que marca como un hito aclaratorio el inicio de la epopeya que estaban edificando: “Aquesta fue la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en la Nueva España”. Sin duda se trató del examen para pasar el noviciado, y lo superaron todos con la máxima nota, cada uno en su sitio dentro de un bloque arrollador y con Cortés como jefe indiscutible. Tenemos ya una muchedumbre de indios vencidos.
     -Y los veremos convencidos, reverendo. Aparece el Cortés político.
     -Sí, señor; el ilustre extremeño era más peligroso negociando que batallando: especialista en vender la burra coja. “Cortés soltó a dos de los indios presos, les dio cuentas verdes y diamantes azules, e por medio de Aguilar, les dijo muchas palabras sabrosas e de halagos, y    que les queremos como hermanos e que no hobiesen miedo, y que llamasen a todos los caciques porque les queremos hablar”. Tanteando la oferta y el riesgo, los caciques enviaron “quince indios esclavos, entiznadas las caras, y con las mantas y bragueros que traían muy ruines, con algo de comida”. Cortés los recibió bien, pero “les dijo medio enojado que, si querían paz como les ofrecimos, que viniesen señores a tratar della”. Luego vinieron 30 indios principales que pidieron perdón por su ataque, y Cortés les dio licencia para enterrar a sus muertos, pero había preparado una farsa que parece ridícula, aunque resultó efectiva. Convencido de que los indios idealizaban a los caballos y la artillería, les quiso mostrar que ambos “seres mitológicos” estaban muy enfadados con ellos por haber iniciado la batalla; disimuladamente se disparó un cañonazo, quedando los indios horrorizados por el estruendo; y luego trajeron un caballo que se alborotó entero porque sintió el olor de una yegua en celo que había estado allí antes. “Y los caciques creyeron que por ellos hacía aquellas  bramuras, y estaban espantados. Luego Cortés, con buenas palabras, los tranquilizó. Y hubo muchas pláticas entre Cortés y los principales; dijeron que volverían al otro día, traerían un presente y hablarían más cosas; y ansí fueron muy contentos”.

     (En la foto solo se ven dos, pero vienen detrás miles de guerreros de Tabasco; hay que estar como un cencerro para no salir corriendo hacia los navíos).


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