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-Fue trágico, querido socio: Guerrero se negó a volver.
-De hecho, tierno abad, hubo bastantes
españoles en Indias que terminaron viviendo con los nativos, pero pocos
voluntariamente. Aguilar no pudo convencer a Gonzalo Guerrero para que
regresara adonde Cortés. Su respuesta fue dramática, aunque razonable: “Hermano
Aguilar, yo soy casado (con una india)
y tengo tres hijos (llevaba, como
Aguilar, ¡8 años! con los nativos). Íos vos con Dios, que yo tengo labrada (tatuada) la cara y horadadas las
orejas; qué dirán de mí los españoles cuando me vean. E ya veis estos mis hijos
cuán bonicos son”. Visto el panorama, Aguilar se puso en marcha, pero cuando
llegó a Cabo Catoche habían pasado nueve días, y el navío de Ordaz
navegaba ya de vuelta hacia Cozumel. “Cuando Cortés lo vio volver sin los
españoles, sin los indios y sin información, se puso muy enojado y dijo con
palabras muy soberbias a Ordaz que había esperado que le trajera mejor
recaudo”. Hubo otro incidente que mostró el rigor de Cortés.
-Era su estrategia, joven: mostrarles a todos
claramente su firme estilo. “Un soldado llamado Berrio se quejó de que unos
marineros le habían robado unos tocinos; Cortés les tomó juramento, y se
perjuraron. Se hizo pesquisa, y se descubrió el hurto, e a cuatro de los
marineros les mandó azotar, y no aprovecharon los ruegos de ningún capitán”. En
cuanto a la brutalidad de los sacrificios humanos, Cortés al principio se
mostraba intransigente y poco realista. Fueron los frailes los que le harían
comprender que se necesitaba tiempo para que aquello cambiara. En Cozumel vio
por primera vez ‘el rito’. Había un ‘papa’ hablando a la multitud “y Cortés y
todos nosotros mirando en qué paraba
aquel negro sermón”. Cuando supo por medio del indio Melchorejo “que predicaba
cosas malas”, llamó a los principales del poblado, papas incluidos, y les largó
un sermón ‘de los nuestros’: que
quitasen aquellos ídolos, que eran muy malos, que la cruz y Ntra. Señora les
salvarían, “y les dijo otras cosas de nuestra fe bien dichas”. Los indios
contestaron que sus dioses eran temibles, pero buenos, que ellos no los iban a
quitar, y que, si se atrevían, que lo hicieran los españoles. “Y luego Cortés
mandó que los despedazásemos y echásemos a rodar por las gradas abajo. Y así se
hizo”. Se preparó un altar, se plantó una cruz, “y dijo misa el padre Juan
Díaz, y el papa, el cacique y todos los indios estaban mirando con atención (un penique por sus pensamientos)”.
Cortés tropezará varias veces en la misma torpeza.
-¿Y qué fue de Jerónimo de Aguilar, sabio
ectoplasma? Dinos algo.
-Es de
no creer, caro secre. Aguilar tenía la salvación a mano y se le esfumó
porque Ordaz se había largado con el navío. Cortés lo dio por perdido, y la
expedición zarpó. Parece ser que al destino no le gustó que la película
terminara así, averió uno de los barcos y se vieron obligados a volver a
Cozumel. Le llegó la noticia a Aguilar, alquiló una canoa y remeros nativos con
el rescate que le quedaba, y se presentó ante unos soldados, que creyeron que
eran todos indios, “porque el Aguilar ni más ni menos era que indio, pero en español mal mascado y
peor pronunciado, dijo ‘Dios y Santa María e Sevilla’, y el capitán Andrés
Tapia le fue a abrazar”. Cuando lo llevaron adonde Cortés, le contó su
‘novelón’, que voy a abreviar. Era de Écija. Ocho años antes, iba desde Darién
(en la costa Colombiana) a Santo Domingo, en un navío, con documentación de un
pleito entre Pedrarias y su yerno Balboa; naufragaron; los supervivientes, 16
hombres y 2 mujeres, utilizaron un batel, pero las corrientes les arrastraron a
la costa de Yucatán; los indios, tras apresarlos, sacrificaron a muchos de los
hombres, y casi todos los demás, incluidas las mujeres, murieron de enfermedad
y agotamiento. De los dos únicos supervivientes, Aguilar estaba destinado al
sacrificio, logró escapar y ‘mejorar’ su situación: esclavo de otro cacique; y Gonzalo
Guerrero, cosa rarísima, se convirtió en lidercillo de un poblado de indios.
(Foto.- Fue en el primer viaje de Bernal
cuando se descubrió la existencia de los templos. Resultó un notición saber que
los indios construían esos bellos e impresionantes edificios “de cal y canto”.
Pero el escalofrío y el pánico sacudió a los españoles al ver lo que ocurría en
el interior).
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