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–Lo bueno de Cortés, airoso jubilado, era su productividad.
-Así es, my dear. Tras ningunear a los
partidarios de Velázquez, la situación quedó clara: él era el jefe supremo y
estableció el derecho a poblar en aquellas tierras. ¿Y cuándo empezó a hacerlo?
El mismísimo día en que zanjó el asunto: “Y luego fundamos una villa que se
nombró la Villa Rica de la Vera Cruz (es
bonito asistir al parto de tan gran ciudad) porque habíamos desembarcado
en Viernes Santo de la Cruz. E hicimos
alcaldes e regidores (concejales); y
fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco
Montejo, a quien le metió Cortés porque no estaba muy bien con él (o sea, para ganárselo). Y se puso una
picota en la plaza (donde se avergonzaba
a los delincuentes), y, fuera de la villa, una horca”. (Sin embargo aquello
no era más que una fundación virtual, simple y astuto pretexto para amarrar las
cosas, porque será más tarde, como veremos, cuando la pobló de verdad). Bernal
menciona otros nombres, y hace una aclaración sobre alguien al que siempre
trata con especial afecto: “Dirán agora que cómo no nombro al capitán Gonzalo
de Sandoval, que llegó a ser la segunda persona después de Cortés. A esto digo
que, como era mancebo entonces, no se tuvo tanta cuenta con él hasta que le
vimos florecer en tal manera que todos le teníamos en tanta estima como al
propio Cortés”. A los del bando de
Velázquez se le atragantó la prepotencia del jefazo, “y harto trabajo teníamos
para que no se desvergonzasen más y viniésemos a las armas”. El previsor líder
juntó los documentos que explicarían después ante el rey las decisiones que
había tomado. Eran, en total, tres; la instrucción de Velázquez, en la que le
ordenaba: “Desque hubiéredes rescatado
lo más que pudieres, os volveréis”, el poder que le acababan de dar sus
hombres en Veracruz y el pregón que se publicó en Cuba (con permiso de
Velázquez) anunciando que el objeto de la expedición era poblar, “y esto fue a
causa de que Su Majestad supiese cómo todo era en su real servicio”. Ya siento,
querido Sancho, que te lleves ahora otro mal rato.
-Me voy acostumbrando, apuesto jubileta, a
pasar vergüenza ajena. “Y fue harto buen acuerdo (la previsión de Cortés), según como en Castilla nos trataba Don Juan Rodríguez de Fonseca (pobre ‘padrino’ mío), que fue obispo de
Burgos y arzobispo de Rosano, pues supimos por muy cierto que andaba por nos
destruir. E volvieron los amigos de Velázquez diciendo que no querían estar
debajo de su mando, sino volverse a Cuba. Y Cortés les respondió que no los
detendría e que le daría licencia a cualquiera que se lo pidiese”. Un lío tras
otro.
-Pero Cortés era torero fino. Veámosle otra
larga cambiada, daddy.
-Una vez más, santo jubilado, las tácticas
de Cortés: se niega a regresar a Cuba, y dice que el que quiera marcharse
tendrá su licencia, aunque se quede solo (será teatrero…). Y sigue Bernal: “Y
con esto asosegó a algunos, pero, con otros amigos del gobernador en tanto vino
la cosa que poco ni mucho le querían obedecer. Y Cortés determinó prender a
Juan Velázquez de León, Diego de Ordaz (pronto
quedaría seducido por el hechizo de Hernán), Escobar, Pedro Escudero y a
otros que ya no me acuerdo (Bernal
siempre tan espontáneo)”. Volvió entonces Alvarado de una salida para
conseguir comida, y contó los horrores que había visto en varios adoratorios.
Tendremos que hacer como dice Bernal: “Y dejemos de hablar de tanto sacrificio,
pues desde allí adelante en cada pueblo no hallábamos otra cosa. Y tornemos a
nuestra plática, que, como Cortés en todo ponía gran diligencia, procuró
hacerse amigo de los de Diego Velázquez, de manera que, a unos con dádivas del
oro que habíamos tenido, que quebranta peñas (¡ele!), e a otros con prometimientos, los atrajo a sí, y los sacó
de las prisiones, e hizo tan buenos amigos de Juan Velázquez de León y de Diego
de Ordaz como luego se verá, y todo con el oro, que lo amansa”.
(Imagen de Veracruz en 1615: es muy
representativa porque aparece la ciudad y, sobre el islote, el fuerte de San
Juan de Ulúa).
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