martes, 10 de mayo de 2016

(Día 261) APARECE EN ESCENA CORTÉS, sin que nadie previera SU METEÓRICO ASCENSO a las peanas más altas de los grandes héroes de la Historia, aunque ya era rico por sus atrevidas andanzas militares, y conocido por sus conflictivos amoríos. Procede empezar con una breve reseña del gran personaje.

(13) –Ánimo, socio; nos toca presentar al tiburón que se nos viene encima: Hernán Cortés. De momento solo unas pinceladas introductorias para que se vayan entendiendo todas las actuaciones de este elegido de los dioses que Bernal nos muestra con detalle.
     -Ese cronista único, reverendo, admiraba profundamente a Hernán, pero no le ahorró críticas, y el objetivo de su libro fue dejar claro que aquella ‘conquista’ era comparable a las hazañas más grandiosas de la Historia, que sin Cortés no se habría conseguido, y que tampoco sin el heroico esfuerzo de toda la tropa. ¿Lo conociste?
     -Hernán era bien joven, secre, cuando lo registré en la Casa de la Contratación al partir hacia ultramar en  1504, con solo 19 años. Tenía el aire presumido, aunque simpático, y con todo el aspecto de querer comerse las Indias enteras. Había estudiado en Salamanca, pero no más de dos años, abandonando los libros en busca de adrenalina y gloria, por ser alcanzable con inteligencia natural y mucho valor; su primo analfabeto Francisco Pizarro lo sabía bien. Cortés luchó en La Española y en Cuba contra los indios, tuvo cargos administrativos, se hizo rico con las encomiendas, dio rienda suelta a sus conflictivos amoríos, y participó en una miniconspiración contra el gobernador Diego Velázquez de Cuéllar, del que era su secretario (comienzo de una prolongada y novelesca enemistad). Uno de sus devaneos le costó caro. Su ‘amada’, Catalina Juárez Marcaida, le exigió matrimonio. Era hermana de una amante de Velázquez, y este tenía apresado a Cortés por sus intrigas, de manera que el amancebado gobernador le obligó a casarse para  dejarlo libre de la cárcel, con lo que se metió en otra peor porque la convivencia no fue precisamente idílica. No volví a saber de Cortés hasta que en 1519 le pusieron al frente de la expedición a México, algo sorprendente teniendo en cuenta sus grises servicios y sus encontronazos con Velázquez. Cuando nos llegó a la Casa de la Contratación el primer tesoro que consiguió (sin haber alcanzado todavía Tenoctitlán-México), empezaron a repicar en la Corte todas las campanas del entusiasmo, y eso sin saber aún que el resultado de su empresa, en buena lógica, debería haber sido un fracaso, con Cortés y los suyos sacrificados como animales en aquellos “malditos adoratorios”, que diría Bernal. Algo más de su carácter: sin duda las traumáticas experiencias de  su vida, especialmente a partir del inicio de la locura de México (tenía entonces 34 años), tuvieron que darle un gran sedimento de madurez, pero siempre conservó una energía y una ambición desbordantes, gran inteligencia, afición a la mujeres y marchamo de líder nato. Sigue tú, carísimo escribano.
     -De acuerdo, reverendo. Allá va, resumido al máximo. Fue Cortés hombre muy valeroso, buen jinete y con gran sentido del humor. Todo lo puso al servicio de la ambición y la gloria, con una curiosa mezcla de sentimiento religioso. Sus defectos no provenían de un enfermizo placer por el mal, sino de la maquiavélica táctica de que el fin justifica los medios; le encantaría la freudiana frase de que ‘en la guerra y el amor todo está permitido’. Se diría que Nietzsche escribió para él el libro  ‘Humano, demasiado humano’, o que se pasaba el día cantando ‘My way’. Era un líder tan seductor que hasta sus soldados le perdonaron algunos abusos que Bernal no se calla. Habilísimo manipulador, a los indios los enredó en situaciones verdaderamente kafkianas. Muy calculador, pero, a la desesperada, dispuesto a jugar a la ruleta rusa con el cargador a falta solo de una bala. Y con enormes reflejos para encarar los terribles problemas que se sucedieron sin tregua durante el año largo que les costó dominar México, venciendo una estadística que los condenaba casi sin remedio a la muerte.      

     (Ponemos hoy dos retratos suyos, ambos de la época. El 1º posterior a su épica victoria, en el que se le ve con boato y en plan ‘chuleta’, como le gustaba. El 2º (de contrastada autenticidad) se hizo cuando ya tenía más de sesenta años; quizá las notables diferencias se deban a los estragos de la edad y a una menor complacencia del pintor).



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