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–Estás tembloroso, secre, como los enamorados.
-Te encanta la guasa, reve; pero esta vez
tienes ‘algo’ de razón. Va a aparecer en el escenario una mujer indígena
adorable, por mucho que la hayan criticado unos y otros. Bernal siempre la va a
tratar con enorme respeto y admiración: él sí que herviría de tierna pasión
frente a ella porque todavía era ‘mancebo’ (24 explosivos años). Vayamos por
partes. Que nos lo cuente: “A 15 días del mes de marzo de 1539, vinieron muchos
caciques e principales de Tabasco haciéndonos mucho acato”. Esta amistad con un
grupo numeroso de indios, la primera que consiguieron, abrió las puertas a la
única estrategia que podía permitir el triunfo de los españoles; hizo que sus
sueños dejaran de ser una locura imposible: jamás hubo trastornados con tanta
suerte. Los indios trajeron muchos regalos “pero no fue nada todo este presente
en comparación de 20 mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo
doña Marina, que ansí se llamó después de vuelta cristiana”. Su nombre indio
era, probablemente, Malinche, pero nosotros, como Bernal, la llamaremos per in
secula doña Marina. Se respetó su nobleza de hija de cacique, dándole el
entonces muy distinguido trato de ‘doña’. Pronto veremos el por qué de su
decisiva importancia y de su ubicua presencia en este ‘novelón’ de México.
Luego Cortés, por medio de Aguilar, se mostró muy agradecido y les dijo a los
caciques que trajeran a toda su gente, “y que en esto conocería que tenían
verdadera paz, y en dos días lo hicieron y quedó todo poblado”. Le explicaron a
Cortés que habían atacado porque otros caciques les presionaron, y porque
Melchorejo les animó, “y supimos que le sacrificaron; pues tan caro les costó
su consejo. Un día después, fray Bartolomé de Olmedo dijo misa con todos los
caciques delante, y predicó a las 20 indias, y luego se bautizaron, y se puso
por nombre doña Marina a aquella india y señora que nos dieron. Y
verdaderamente era cacica e hija de grandes caciques, y bien lo mostraba en su
persona. Estas fueron las primeras cristianas de Nueva España”. Suéltalo,
Sancho, o revientas.
-Pues sí, compañero: hablemos de una
contradicción. Queda absolutamente claro que se permitía (qué remedio) tener
amantes indígenas, pero la estructura religiosa exigía que estuvieran
bautizadas. Doña Marina tendría entonces 17 vivarachos años.
-Como sé que te cae bien, tierno abad,
sigue hablando de ella.
-La extraordinaria doña Marina se integró
plenamente en la cultura española. No olvidaría sus raíces, pero supo ver que
una sociedad mucho más humana, especialmente para las mujeres, le abría sus
puertas. A pesar de sus comienzos, entregada como amante, acabó sus días casada
con un español y muy apreciada en su entorno. Cuando la conozcan bien,
comprenderán vuesas mersedes que es cruel criticar su vida. Dice Bernal que
“Cortés repartió estas mujeres, a cada capitán la suya. Y como doña Marina era
de buen parecer (guapa), entremetida (simpática) y desenvuelta, se la dio a
Alonso Hernández de Puertocarrero, y, desque Puertecarrero fue a Castilla (cuando me trajo las joyas a Sevilla, querido
secre), estuvo la doña Marina con Cortés e hubo un hijo que se dijo don
Martín Cortés (reconocido por su padre)”.
Esto es un anticipo de lo mucho que contará más adelante sobre ella, con ojos
de cordero enamorado, el gran Bernal.
(No me acusen de exagerado vuesas
mersedes, aunque yo también me estoy poniendo tontorrón, pero esa belleza
azteca de la foto podría haber sido doña Marina. Quítenle el maquillaje si
quieren, y hasta los adornos de tela y plumas, pero cuidadito con suprimir su
encantadora sonrisa, sus rasgos orientales, los ojos oblicuos, la nariz
ligeramente aguileña, o esos deliciosos pómulos. Que nadie se meta con ella o
me liaré a hisopazos y excomuniones).
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