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–Imposible aburrirnos con Cortés, coleguita: cada día un sobresalto. Venció y convenció a los indios
de Tabasco; ha hipnotizado, de momento, a los amigos de Velázquez. ¿Y ahora?
-Está a punto de dar otro paso clave,
reverendo. Se dirige hacia Cempoala, donde viven aquellos indios totonacos que
le visitaron y le pusieron al corriente de que muchos pueblos odiaban a los
aztecas: “Caminábamos muy apercibidos y con mucho orden, como siempre, e ya
cerca del pueblo salieron 20 indios principales a nos recibir de parte del
cacique, y dijeron que su señor nos esperaba en sus aposentos por ser hombre
muy gordo y no poder venir”. Era el poblado más grande que habían visto y las
calles estaban llenas de curiosos. Se veían tan blancas las casas que un
soldado decía que eran de plata, “e tuvimos bien que reír de su frenesí de
plata, que después le decíamos que todo lo blanco le parecía plata. E nos salió
a recibir el cacique gordo, que porque era muy gordo así le nombraré, e hizo
muy gran reverencia a Cortés y lo sahumó, que era su costumbre, y Cortés le
abrazó”. Regalos del cacique, agradecimiento y sermón de Cortés sobre los bueno
que es el emperador y la necesidad de que abandonen los sacrificios, “y luego
que lo oyó el cacique gordo, dando grandes suspiros se queja reciamente del
gran Moctezuma, diciendo que hacía poco que lo había sojuzgado”. Cortés le
prometió ocuparse del asunto después, y los españoles siguieron hasta un
pueblo-fortaleza llamado Quiauistlán. Sigue, Sancho, y cuenta la típica
anécdota de Bernal.
-Todo su texto, hijo mío, va salpicado de
esos detalles, y nos servirá de ejemplo de su estilo. “E yendo subiendo con
buen orden aquella fortaleza, el capitán Alonso de Ávila, como era soberbio e
de mala condición, porque un soldado que se decía Alonso Hernando de Villanueva
no iba en buen orden, le dio un bote de lanza en un brazo que le mancó, y
después se llamó Alonso de Villanueva el Manquillo. Dirán que siempre salgo del
orden al mejor tiempo para contar cosas viejas. Dejémoslo y digamos que en lo
más alto de la fortaleza vinieron los indios donde estaba Cortés y lo
sahumaron”. Intercambio de regalos, abrazos, sermoncito, etc. Entonces llegaron
los de Cempoala, trayendo al cacique gordo en andas, y todos los indios a coro
“daban tantas quejas de Moctezuma con lágrimas y suspiros que tuvimos mancilla (pena) dello, porque cada año les pedían
muchos hijos para sacrificar”.
-Magnífica ocasión, Sancho, para que
Cortés los convirtiera en inquebrantables amigos. Dará otro paso de gigante.
-Razón tienes, hijo mío. Con su astucia y
valentía, Cortés se metió en el bolsillo a los totonacos. Le dijeron que los
recaudadores de Moctezuma también les tomaban sus mujeres e hijas si eran
hermosas, y las forzaban, y que eso hacían a todos los pueblos totonacos, que
eran más de treinta. “Y estando en estas pláticas, entraron por el pueblo cinco
indios mexicanos recaudadores de Moctezuma, y pasaron sin hablar y con mucha
presunción por donde estábamos, y les riñeron al cacique gordo y a los otros
por habernos hospedado, e les pidieron que les diesen 20 indios para aplacar a
los dioses por el maleficio que habían hecho”. Cortés les dijo a sus
aterrorizados amigos indios que apresaran a los recaudadores, “y cuando los
caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía, y Cortés insistió, y así
lo hicieron, y a uno dellos que no se dejaba atar le dieron de palos. Y
entonces Cortés les mandó a los caciques que no le diesen más tributo ni
obediencia a Moctezuma. E viendo cosas tan maravillosas, dijeron que no osarían
hacer aquello hombres humanos sino teúles, que así llaman a sus ídolos, e desde
entonces nos llamaron teúles”.
(El grabado muestra bien cuál sería desde
entonces el mayor apoyo de los españoles: los pueblos cruelmente explotados por
los aztecas; no es creíble que sin ellos lograran conquistar México).
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