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–Siguieron navegando y los indios ‘se cachondeaban’ a lo lejos.
-Certo, dottore. Dice Bernal que, “desde
la costa y armados, iban haciendo pernetas (saltos
de burla enseñando el trasero). E más adelante llegamos a un río que
pusimos por nombre río de Banderas, porque estaban en él muchos indios
revolando banderas grandes y llamándonos”. A toro pasado, Bernal, que escribe
años después, puede explicar perfectamente a qué venía aquella exhibición.
Moctezuma (el nombre más apropiado sería Motecuzoma) tenía un sistema de
información ‘postal’ muy eficaz: mensajeros de rapidez olímpica, que turnándose
sin parar día y noche, le llevaban las noticias en tiempo récord. Estaba
enterado al detalle del viaje anterior y del presente, de lo temibles que eran
los españoles luchando, a pesar de su, comparativamente, reducido número, “y,
en fin, de que nuestra demanda era buscar oro a trueque del rescate (objetos para cambio) que traíamos”.
Tenía, además, ‘fotógrafos’, es decir, artistas que “todo lo habían llevado
pintado en unos paños”. Por eso había dado orden de comerciar el oro con los
españoles “e inquirir cuál era nuestro intento”. Bernal comenta lo que siempre
se ha contado y debe de ser cierto, a pesar de su absurdo: “Según se decía, sus
antepasados les habían dicho
que
vendrían gentes de donde el sol, con barbas, que los habían de señorear”. ¿Cómo
lo ves?
-Pues como siempre, socio: aquello de las
banderas parecía un recibimiento solemne y amistoso de los indios, pero alguien
tenía que dar el primer bocado por si era venenoso. Le tocó bajar a la playa a
Francisco de Montejo con varios soldados, Bernal entre ellos. Por primera vez,
se pusieron en contacto con autoridades aztecas, en medio de numerosos indios
sometidos por Moctezuma. Al final, todo fueron estratégicas zalamerías por
ambas partes, dialogando por señas, puesto que Julianillo, ‘la lengua’, no
entendía el náhuatl, y los españoles recibieron una cantidad importante de
joyas de oro. Incluso “tomamos un indio que después entendió nuestra lengua, se
volvió cristiano, con el nombre de Francisco, y después le vi casado con una
india”. Digamos que habían empezado los tanteos de dos pesos pesados que se
temen. Como pasaron después varios días sin que volvieran los indios, zarparon
de nuevo, bautizando todo lo que encontraban: “vimos una isleta de arena
blanca, y posímosle nombre de Isla Blanca, y no muy lejos otra que tenía
árboles verdes, y posímosle Isla Verde”.
-De lo
más inocente, querido Sancho. Pero encontraron otra…
-Así es, mi secretario; encontraron otra
isla también de apariencia inocente, y lo era para aquella civilización nutrida
del horror. No se olvide que toda Mesoamérica tenía por dios al sol, y vivía
con la angustia de que podía apagarse si no se le alimentaba con sacrificios
humanos. Esta vez copiaremos a Bernal de pe a pa: “Hallamos dos casas de cal y
canto, y en cada casa unas gradas (sin
duda eran pirámides mayas) que subían a unos como altares, y en aquellos
altares tenían unos ídolos de malas figuras que eran sus dioses. Y allí
hallamos sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los
pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas de
sangre, de todo lo cual nos admiramos en gran manera. Y pusimos nombre a esta
isleta Isla de los Sacrificios, y ansí está en las cartas de marear (conserva el nombre; véase el mapa)”.
¿Quién que no estuviera loco seguiría porfiando en enfrentarse a aquel
espantoso imperio? La 2ª foto es la de la isla, donde solo vive el farero, se
supone que con horribles y ancestrales pesadillas nocturnas.
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