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–Qué bonito trabajo, entrañable discípulo: vivir en directo aquella loca
aventura de México y hacerlo al ladito de Bernal.
-Ciertamente, querido maestro; y de paso
sacamos de las sombras (toda luz es poca para él) a ese delicioso
soldado-escritor. Sigamos con su narración. Moctezuma, cuyo comportamiento
siempre será un misterio, cuando llegaron los dos recaudadores teatralmente
liberados por Cortés entró también en el jueguecito de los tanteos mutuos, y
envió a dos sobrinos suyos cargados de regalos para darle las gracias, con todo
el empalago de las farsas diplomáticas, “pero, por otra parte, se quejó mucho
porque con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos a hacerle la gran
traición de no darle tributo y negarle la obediencia”. Con otra ridícula
explicación, Cortés les dijo a los sobrinos que “éramos amigos de su señor
Moctezuma, y como tal servidor le ha guardado a sus tres recaudadores. Y luego
los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los
entregó. E les dijo que le pide por merced al señor Moctezuma que perdone el
desacato que los indios han tenido contra él, porque no pueden servir a dos
señores y en aquellos días nos han servido en nombre de nuestro rey y señor”.
¿No es kafkiano el argumento, reverendo?
-Y ofensivo, jovencito: como si hablara
con el más tonto de México. Para que los sobrinos de Moctezuma gozaran de un
buen espectáculo (y quedaran
impresionados), “Cortés mandó que corriesen y escaramuceasen algunos jinetes,
de lo cual se holgaron de haberlo visto. Y despedidos y muy contentos, se
fueron a su México (la distancia era de
unos 400 km)”. Como Bernal, en cuanto le brota por asociación algo
pintoresco, lo suelta en plan de charla (y es de agradecer), dice: “En aquella
sazón se le murió el caballo a Cortés, y compró, o le dieron, otro que se decía
el Arriero, que era castaño oscuro, que fue de Ortiz el Músico y un Bartolomé
García el Minero (nunca falla: ya dio
antes estos datos en su relación de caballos), y fue uno de los mejores que
hubo en la armada”. Él sabe que se ha salido alegremente del hilo de la
narración, pero lo arregla diciendo (tropezará mil veces, afortunadamente, en
la misma piedra): “Dejemos de hablar de esto, y diré que aquellos indios amigos
nuestros que creían que el gran Moctezuma enviaría sus grandes ejércitos para
destruirlos, desque vieron que sus parientes venían con presentes y a darse por
servidores nuestros (así lo pensaron),
decían que ciertamente éramos teúles, y que Moctezuma nos había miedo”. Sin
pausa y con prisa, Cortés y sus cuates iban ganando terreno.
-Sigue contando, ilustre socio de
tertulias, el siguiente pasito.
-Gracias, joven. Cortés estuvo a punto de
estropear la idílica paz conseguida con los totonacos. Quiso imponerles un
cambio radical de costumbres: eliminar no solo los sacrificios humanos, sino
también la sodomía. (Aunque algunos
historiadores consideran que no era una práctica habitual, es evidente que sí,
por dos razones: 1.- Los nativos no se regían por una moral tan estricta como
la cristiana. 2.- Tendrían que estar totalmente equivocados esos españoles que,
absolutamente en todos los rollos imperialistas que les soltaban, les exigían
el abandono de la costumbre ‘nefanda’). Los caciques contestaron que prohibirían
la sodomía, pero que “no podían dejar sus ídolos y sacrificios, y Cortés les
dijo que los habían de derrocar; desque aquello vieron, el cacique gordo mandó
a sus capitanes que apercibiesen a los guerreros en defensa de sus ídolos”.
Cortés no cedió, y los indios ‘se arrugaron’, pero no quisieron hacerlo ellos,
y “dijeron que, si los queríamos derrocar, que no era con su consentimiento; y
no lo hubieron bien dicho, cuando subimos al cu unos 50 soldados y los derrocamos,
y vienen rodando por las gradas aquellos sus ídolos hechos pedazos. Y cuando lo
vieron, comenzaron a darnos guerra; nosotros echamos mano al cacique gordo, a
seis papas y a otros principales, y les dijo Cortés que si hacían guerra,
habían de morir todos ellos. Y entonces el cacique gordo mandó a sus gentes que
se fuesen y que no hiciesen guerra”.
(Véase una reproducción del
‘tranquilizador’ ambiente en el que tiraron los ídolos gradas abajo. Le faltó
‘diplomacia’ a Cortés).
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