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–Y aquí empieza, damas y caballeros, la increíble historia.
-Qué suerte, querido Sancho, que nos la
cuente ‘uno que lo vio todo’, y sin florituras inútiles, sino con estilo llano,
vivo y palpitante, desde el mismo momento de la concepción de la criatura hasta
su feliz parto. Comienza así Bernal: “Visto por el gobernador Diego Velázquez (nunca le pone el ‘don’ porque
no le correspondía) que eran las tierras ricas, ordenó enviar una armada
muy mayor que las de antes, con diez navíos”. Estaba dudoso sobre en quién
confiar el mando; le dieron consejos de todo tipo. Los soldados del viaje
anterior lo tenían claro: “los más decíamos que volviese el mesmo Juan
Grijalva, pues no había falta en su persona y en saber mandar”. Entre
bastidores, maniobraba Cortés: “Dos privados de Diego Velázquez hicieron
secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernán Cortés, que se había
casado con una señora que se decía Catalina Suárez de Marcaida (su hermano Juan tenía a medias una
encomienda con Cortés)”. Veamos el estilo de Bernal aludiendo con irónicos
pies de plomo a los enredos de Hernán: “Algunas personas decían que se casó con
ella por amores (es decir, obligado por
haberla mancillado), y desto se habló mucho, por lo que no tocaré más en
esta tecla”. Cortés les ofreció a los dos ‘privados’ hacerlos ricos con las
ganancias del viaje, y ellos supieron convencer a Velázquez de que le encargara
el mando de la expedición. Hace Bernal un comentario de algo que tendrá después
graves consecuencias en la situación legal de las actuaciones del temerario
Cortés. “Aunque Diego Velázquez pregonaba que enviaba a poblar (para animar a más gente), en privado
decía que solo enviaba a rescatar (mercadear),
según se vio después en las instrucciones que dio”. Cuando se supo el
nombramiento, hubo gran revuelo. Bernal nos introduce la anécdota de una
especie de bufón shespiriano. Era domingo y Velázquez iba a misa rodeado de sus
notables, “llevando a Hernán Cortés a su lado derecho para le honrar. Se puso
delante un truhán que se decía Cervantes el Loco, haciendo gestos y
chocarrerías, y decía: ‘¡Oh Diego!, qué capitán has elegido. Mas temo que se te
alce con tu armada, porque todos le juzgan muy varón en sus cosas’. Túvose por cierto que los parientes del gobernador (aspirantes al cargo) le dieron pesos de
oro al chocarrero para que dijese aquello so color de gracias. Pero todo salió
verdad como lo dijo”. Velázquez, pues, ya se iría mosqueando.
-Así le avisó su mujer a Julio César, hijo
mío. Sigo contando yo. Pasa después Bernal a llenar de elogios a Cortés, porque
no se arrugaba haciendo críticas pero era sincero en sus admiraciones. Y, ¿qué
quieren vuesas mersedes que les diga?: el extremeño, en el entorno que fija el
cronista, España e Indias, llegó a alcanzar todo el peso histórico que le
atribuye, y su mérito no fue menor que el de los ‘cracks’ que cita
entusiasmado: “Verdaderamente Cortés fue elegido para ensalzar nuestra fe y
servir a Su Majestad, como adelante diré. Fue en tanta estima tenido en Indias
y en España como Alejandro en Macedonia, y entre los romanos Julio césar,
Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Aníbal, y en nuestra Castilla Gonzalo Hernández de
Córdoba, el Gran Capitán. Pero como el mesmo valeroso Cortés se holgaba (le gustaba) de que no le pusiesen aquellos sublimados
dictados (títulos), así le nombraré (simplemente, Cortés) de aquí en
adelante”. Y nos cuenta, no sabe uno si con tinte irónico o aprobatorio, la
transformación del flamante capitán, que era muy dado a organizarlo todo de
inmediato, pero también a pavonearse: “Y se comenzó a pulir y ataviar su
persona más que de antes, y se puso su penacho de plumas con su medalla y una
cadena de oro, y una ropa de terciopelo, sembradas por ella unas lazadas de
oro, como un bravoso y esforzado capitán”. Volvamos a poner el retrato de
Cortés en el que aparece con algo más de
40 años, y si no es auténtico, ‘é ben trovato’: da el perfil dandy que Bernal
describe, y asoma en su pecho la cruz de Caballero de Santiago.
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