(1537) Martinillo se convirtió en otro
cacique histórico, y fue el primero que, con otros líderes de su tiempo, desatará
la rebelión indígena de una zona del gran río Magdalena: “Cuando lo iban a
ejecutar, Martinillo les daba grandes voces a los suyos clamando venganza, y,
como lo hacía en su lengua nativa con gestos dolorosos, los españoles creyeron
que se debían a su angustia por la próxima muerte. Pero, cuando llegó el
momento final, él exhibió su gallardía,
y los indios le aseguraron el cumplimiento de la venganza con un furioso
alarido que causó gran admiración entre los españoles”. El cacique que le iba a
suceder a Martinillo era Labogache, y el Capitán Benito Franco lo reconoció
como tal, e incluso consiguió de él y de sus indios arayas que se mostraran
receptivos a aceptar la paz. Pero, una vez más, se trataba de puras
apariencias, porque el día siguiente ya habían desaparecido. Estaban ansiosos
de venganza y, bajo el mando de Labogache, se pusieron de acuerdo con otro
grupo de arayas, cuyo cacique era el
gran Pipatón, el cual se había quedado astutamente junto a los españoles
fingiendo lealtad y rechazar la huida de Labogache con los suyos. Ambos
caciques habían planeado un engaño con el fin de matar a los españoles, que lo
puso en marcha Pipatón aconsejándole al Capitán Franco (con el fin de reducir
su tropa) que enviase a algunos hombres para apresar desprevenido a Labogache
(que estaba al tanto del plan). Al Capitán le pareció buena la propuesta, y
envió a cuatro soldados, siendo el jefe el vasco Juan de Escárrega. Se
encontraron con tres indios, uno de ellos de unos quince años, que, conocedores del
plan, se mostraron muy pacíficos, pero los atacaron por sorpresa. A Juan de Escárrega
le dieron un golpe en la cabeza con una macana que casi lo mató, y le ocurrió
lo mismo a Diego de Zea. Sin embargo Escárrega, a pesar del terrible golpe,
consiguió alcanzar un cuchillo y mató a los dos indios adultos. Salieron los
españoles a la calle y vieron que el indio adolescente venía a atacarles con
una espada que había encontrado. Le hizo una herida a Gregorio Delgado de la
que luego murió, y le atravesó la espalda con la espada a Escárrega. Aun así,
los tres españoles vivos quisieron apresar al
muchacho, pero se les escapó de las manos. Curiosamente, por su hazaña,
en su tribu le llamaron desde entonces Escárrega, y, con el tiempo, se
convirtió en otro de los grandes
caciques que lideraron la durísima rebelión de aquellos indios: Martinillo, Itupeque, Maldonado, Labogache, Pipatón (con su mujer
Yarima, a quienes vemos en el monumento de la imagen) y Escárrega.
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