(1523) El cronista Fray Simón nos habla de
un suceso que tuvo lugar algo más tarde: un extraordinario terremoto que sacudió
la ciudad de La Grita (Venezuela) y sus alrededores el año 1610. Fue tan
terrible, que ha pasado a la Historia: “No era un terremoto como los demás,
pues ocurrieron algunas cosas extraordinarias. Están todas estas tierras de La
Grita muy sujetas a terremotos. No sé si a este que sucedió le precedieron las señales
de las que ya hablaba Aristóteles, que son, entre otras, la de estar con miedo e
inquietas las aves, sin casi poder sustentarse volando por la sutileza del
aire, salarse las aguas de los pozos, ruidos sordos debajo de la tierra, y
otras cosas extrañas, pero pienso que nadie las advirtió entonces. Llegó tan de
repente, a las tres de la tarde, que casi ninguna persona pudo moverse de donde
se hallaba. Comenzó con tanta fuerza a moverse la tierra, que hacía oleajes
como las aguas del mar cuando están inquietas. Con estos vaivenes, quedaron las
casas, el convento de nuestra Orden Franciscana y iglesia de la ciudad asolados,
permaneciendo en pie solamente diez que eran de ladrillo, donde se salvó la
mayoría, casi todas mujeres. El resto de las casas se derrumbaron enterrando
todo lo que había dentro. El Alcalde,
que se llamaba Benito Rosal, estaba en la cama enfermo, se levantó como pudo y
cogió en los brazos a dos niñas de unos ocho años, hija y sobrina suyas, pero no
les fue posible salir, porque les cayó todo encima, quedando enterrados los
tres y una negrilla más pequeña, que se
le metió entre las dos piernas a Rosal. Cuando el terremoto perdió fuerza,
fueron los vecinos a socorrerlos, aunque temiendo que habrían muerto, pero lo
hallaron vivo a él y a la negrilla, y, a las otras dos niñas, hechas pedazos en
sus brazos”. Luego Fray Simón cuenta que los daños en la iglesia parroquial y en
la franciscana habían sido muy grandes, pero da a entender que ocurrió algo
milagroso: “Las cajas donde estaba el
Santísimo Sacramento estaban intactas, al igual que una imagen de la Santísima
Concepción, a la que hallaron en mitad de la Iglesia, donde cayó la mayor parte
de los escombros, sin una mota de polvo. Luego se puso el Santísimo Sacramento fuera de las ruinas, y
allí estuvo algunos días, hasta que lo
llevaron a una pequeña capilla que
hicieron para tal fin. Allí iban todos a pedir misericordia y llorar sus
pecados, trabajos y miserias, que no eran pocos, pues, además del drama de los
muertos, no les quedaba qué comer en la ciudad. La gente andaba despavorida, y
los niños gritaban sin poderlos callar. Bramaban los toros y vacas, los perros
aullaban y todo parecía un espectáculo del día del Juicio Final”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario