(1535) Como una bola de nieve que se
convirtiera en una terrible avalancha, el drama de los amores de la india Doña
Francisca con el cacique Montecinos va a ser la causa de otras rebeliones de
indígenas: “Cuando regresó a su casa el cacique Suamacá, encontró muerta a su
hija Doña Francisca. Algunos creyeron que murió de pena por la huida de
Montecinos, pero se tuvo por más cierto que el cacique Beto la envenenó
secretamente, por parecerle que no estaba del todo vengada la injuria que le
había hecho su prometida”. Por su parte, Suamacá, que había matado a varios
españoles, se mantuvo retirado con su tribu de yariguíes durante más de un año
para vivir protegido de su venganza, e incluso se alió con otras tribus. Pero
esto también le inquietó al cacique Beto, temiendo que Suamacá tratara de
castigarle a él por la muerte de su hija. El miedo le llevó a Beto a aliarse también
con otras tribus. En la ciudad de Vélez le pidieron al capitán Benito Franco
que se encargara de aplacar a las tribus rebeldes. En su salida, reedificó la
ciudad de León, pero no se tomó en serio efectuar un castigo sobre los indios
rebelados. Tampoco los caciques Suamacá y Beto se atrevieron a enfrentarse
entre ellos. Incluso Suamacá decidió pedirle perdón a Juan Vizcaíno por los
graves daños que había hecho contra los españoles, y, curiosamente, se lo
concedió a él y al cacique Beto, protagonistas principales de los males que
ocurrieron a raíz del trágico romance de Doña Francisca: “Esta paz duró unos
años, pero, en 1583, se repitió otro drama parecido, con una rebelión de los
indios que aún no se ha aplacado. Todo empezó porque un tal Juan Fernández de
León, encomendero de indios yariguíes, quiso llevar a su casa, para que
sirviera a su mujer y fuera mejor adoctrinada en las cosas de la fe, a una hija
de un indio principal al que llamaban el Caciquillo. Fue con el encargo un
mayordomo llamado Juan García, y el Caciquillo, sintiendo mucha pena, le
ofreció, a cambio de su hija, a seis indias. Pero el mayordomo no lo aceptó de
ninguna manera, y se pusieron todos en
camino hacia la casa de Juan Fernández.
Cuando, tras un descanso, se levantaba Juan García de la cama, el Caciquilllo
le dio con una macana un golpe tan fuerte en la cabeza, que cayó muerto, e hizo
otro tanto con los indios amigos que acompañaban al mayordomo”. Luego el
Caciquillo, regresó a su tierra, pero solamente para huir a otra en la que se
sentía seguro, y, desde allí, se dedicó habitualmente a hacer la vida imposible
a los españoles que tenía más cercanos. Siguió así durante tres años, hasta que
murió, pero ya había encendido la hoguera de una rebelión general de los
indios.
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