(1532) Nos habla el cronista de dos
ciudades que fueron fundadas por los españoles a finales del año 1591,
Gibraltar y Pedraza, dependiendo jurídicamente de la ciudad de Mérida: “En
cuanto a Pedraza, diré que, en los años 1617 y 1618, los indios girabaras,
gente belicosísima, valiente e inquieta, arruinaron valles próximos a esta ciudad,
destruyendo pueblos de indios pacíficos y matando a muchos españoles. En el valle de Miricao entraron con tanta
furia, que, no dejando de ellos alma viva, llegaron al aposento donde dormía
Fray Andrés de Arrufate, de la Orden de San Agustín, y sin darle lugar a
levantarse de la cama, lo cosieron en ella a puñaladas y lo acabaron de matar a
macanazos, dejándolo allí, aunque se llevaron los cuerpos de otros. El año
1622, envió el corregidor de Mérida, Juan Pacheco, algunos soldados para
castigar a indios que habían matado cerca de Pedraza. Al pasar por el pueblo de
Miricao, dieron con la casa donde mataron al Padre, hallaron sus huesos, y,
unos rezando y otros cantando a la usanza cristiana, los enterraron donde había
estado el altar. Siguieron adelante para cumplir su misión, encontraron a los
indios en una casa bailando y cantando, y mataron a trece de los más culpables,
pues habían sido los principales que habían quemado la ciudad de Pedraza, destruido
sus valles convecinos, y matado al Padre Arrufate”. Luego el cronista nos
explica cómo se llegaron a fundar algunas instituciones religiosas, dejando
claro que solía haber ricos donantes muy cristianos. Así, un mercader vecino de
Santa Fe de Bogotá, llamado Luis López Ortiz y que carecía de herederos, fue el
promotor del primer convento de la ciudad, el de Nuestra Señora de la
Concepción, inaugurado en septiembre de 1595, y fue deseo de Luis López que la
institución fuera de monjas. Don Francisco de Porras Mejía, Maestrescuela de la
Catedral, entregó públicamente el hábito a las religiosas, hallándose presente
todos los Oidores de la Real Audiencia. Las que recibieron los hábitos fueron
Úrsula de Villagómez, su hermana Doña Isabel Campuzano, y Doña Catalina de
Céspedes, que entraron de inmediato en el
convento. El cronista Fray Pedro Simón añade datos de otra fundación:
“Asimismo se fundó el convento de las Descalzas Carmelitas, también en la ciudad de Santa Fe, el año 1606,
en una casa que regaló para esto Doña Elvira de Padilla, viuda, ingresando
ella, con dos hijas suyas, y donando también una renta anual y de por vida de
400 pesos que había recibido del Rey como merced. Tiene hoy el convento el
número de religiosas que manda su regla, y florecen en virtud y santidad”.
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